Jorge Eduardo Navarrete
Ha comenzado a distribuirse un libro que constituye un aporte significativo al debate sobre el petróleo en el que se encuentra empeñada la nación: La gran tentación: el petróleo de México, escrito por Andrés Manuel López Obrador y editado el pasado septiembre por Grijalbo. Esta obra, sólida y concisa, con apenas algo más de 200 páginas, se suma, por méritos propios, a la bibliografía fundamental sobre el tema petrolero en México. Este canon incluye, entre no más de una docena de títulos, trabajos como El petróleo y la Revolución, de don Jesús Silva Herzog, disponible ahora dentro de sus obras escogidas, editadas por la UNAM en 1989, y los volúmenes complementarios México y Estados Unidos en el conflicto petrolero (1917-1942) y Su majestad británica contra la Revolución Mexicana, 1900-1950. El fin de un imperio informal, ambos de Lorenzo Meyer, publicados, respectivamente, por el FCE en 1981 y por El Colegio de México en 1990; así como las reflexiones dedicadas al tema por el presidente Lázaro Cárdenas en sus Apuntes 1913-1940, editados en 1972 también por la Universidad. Resulta, entonces, un material de lectura y reflexión indispensable para comprender, con visión histórica y objetividad analítica, la más trascendental de las cuestiones que ahora se ventilan en México, de la que no es hiperbólico afirmar que depende, como el libro demuestra, el rumbo del país. El título, surgido –se precisa– de una conversación del cha Reza Pahlevi con Ryszard Kapuscinski, muestra que, al menos en los últimos 100 años, la idea de controlar los hidrocarburos del país ha constituido, para los países dominantes y las corporaciones petroleras, la gran tentación.
El libro se organiza en tres grandes secciones. La primera proporciona un recuento analítico de la historia del petróleo en México, desde las primeras explotaciones, hace algo más de un siglo, en el porfiriato, hasta 1982. La segunda aborda el periodo de alrededor de un cuarto de siglo, del predominio de las políticas neoliberales. En el sector petrolero, de manera cada vez más clara y por completo evidente a partir del nuevo siglo, estas políticas se han orientado a colocar sus recursos al servicio de intereses no sólo distintos, sino contrarios a los de un desarrollo nacional autónomo y participativo. La tercera se refiere a la esperanza. A las opciones abiertas por el Movimiento en Defensa del Petróleo, orientadas a convertir los hidrocarburos –el petróleo y el gas– en el fundamento de un desarrollo diferente, de un modelo alternativo, que sirva a los mexicanos y, por el bien de todos, primero a los pobres.
El petróleo ha sido, como se demuestra en este libro, uno de los ejes conductores de la vida nacional. La historia del siglo XX mexicano puede leerse a través de un corto número de grandes cuestiones, que han marcado sus distintas etapas. La cuestión de la tierra, el desarrollo industrial, el empleo y la distribución del ingreso y la riqueza han sido –junto con la cuestión petrolera– los hilos conductores de la evolución del país. La reforma agraria, la industrialización sustitutiva de importaciones, la educación, la salud y la seguridad social, así como el uso de los hidrocarburos como palanca del desarrollo, explican la etapa de crecimiento sostenido de la economía mexicana. Por el contrario, el abandono del campo, la renuncia deliberada a definir e instrumentar una política industrial moderna, la tolerancia de la desigualdad y la pobreza, y el sesgo exportador de la actividad petrolera se hallan detrás del estancamiento económico de los últimos decenios.
Hasta 1938, la actividad petrolera escapó al control del Estado y provocó presiones, acciones y agresiones internacionales contra México. La conducta que caracterizó a las corporaciones petroleras extranjeras establecidas en México no se diferencia en mucho de la que esas empresas asumen actualmente en los territorios que controlan. Va asociada al soborno y otras formas de corrupción; a la extracción acelerada, hasta el agotamiento de los yacimientos, al despojo directo o disfrazado de la renta petrolera. El libro documenta el expolio sufrido por México a manos de las corporaciones petroleras, a las que de nuevo se quiere abrir resquicios con el argumento insostenible de que son las que saben hacer bien las cosas.
La descripción contenida en el libro de los contratos-riesgo, que estuvieron en vigor en dos decenios de mediados del siglo pasado, muestra sus numerosos contactos y afinidades con los contratos de servicios múltiples, los contratos incentivados, los contratos “determinados o determinables” que las iniciativas de Calderón proponen, ignorando la historia.
Una de las herencias malditas de la etapa previa a la expropiación fue la de propiciar prácticas corruptas en el manejo del negocio petrolero. Éstas se han ampliado y reproducido en años recientes, alrededor del sindicato y de los contratistas privados. Hay ejemplos, antiguos (Merino) y recientes (Mouriño) que todo mundo recuerda. Varios de ellos se documentan en el libro, que propone también mecanismos de rendición de cuentas y transparencia que las erradiquen, como los contenidos en la propuesta ciudadana de reforma energética.
Al hablar del futuro, de la esperanza, de la fortaleza de la movilización popular pacífica en defensa del petróleo, en la parte final de su libro, López Obrador propone lineamientos de reforma petrolera y energética coincidentes, en general, con los de la iniciativa ciudadana. Va más allá: traza, una vez más, los componentes de un proyecto alternativo de nación que permita recuperar el crecimiento, redistribuir sus frutos para abatir la pobreza y la desigualdad, y mejorar la calidad de vida de todos los mexicanos, de manera sostenida y compatible con el cuidado y preservación del entorno ambiental.
En suma, La gran tentación... es un libro que conviene leer, con atención y cuidado, y tenerlo cerca para consultarlo con frecuencia. Ayudará a recordar que la defensa del petróleo es una tarea de la que depende el futuro de la nación.
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