martes, noviembre 18, 2008

Boletín Informativo ISA núm 590

http://serviciodenoticiasisa.blogspot.com

­

Sumario:

I. El parto de los montes, por Fidel Castro

II. Cumbre G-20. Un escenario incoherente que es necesario reescribir completamente, por Damien Millet y Éric Toussaint

-----------------------------

­

EL PARTO DE LOS MONTES
por Fidel Castro
­(publicado en Granma el 17 de noviembre de 2008)

Bush se mostraba feliz con tener a Lula a su diestra en la cena del viernes. A Hu Jintao, al que respeta por el enorme mercado de su país, la capacidad de producir bienes de consumo a bajo precio y el caudal de sus reservas en dólares y bonos de Estados Unidos, lo sentó a su izquierda.

Medvédev, a quien ofende con la amenaza de ubicar los radares y la cohetería estratégica nuclear no lejos de Moscú, fue ubicado en un asiento distante del anfitrión de la Casa Blanca. El rey de Arabia Saudita, un país que producirá en un futuro próximo 15 millones de toneladas de petróleo ligero a precios altamente competitivos, quedó también a su izquierda, al lado de Hu.

Su más fiel aliado en Europa, Gordon Brown, Primer Ministro del Reino Unido, no aparecía cerca de él en las imágenes. Nicolás Sarkozy, descontento con la arquitectura actual del orden financiero, quedó distante de él, con el rostro amargado. Al presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, víctima del resentimiento personal de Bush y asistente al cónclave de Washington, ni siquiera lo vi en las imágenes televisadas de la cena.

De esa forma fueron ubicados los asistentes al banquete.

Cualquiera hubiera pensado que al día siguiente se produciría el debate de fondo sobre el peliagudo tema.

Temprano en la mañana del sábado, las agencias informaban sobre el programa que tendría lugar en el National Building Museum de Washington. Cada segundo estaba programado. Se analizarían la actual crisis y las medidas a tomar. Se iniciaría a las 11 y 30 hora local. Primero, sesión gráfica: “fotos de familia”, como las llamó Bush; veinte minutos después, la primera plenaria, seguida de una segunda a la mitad del día. Todo rigurosamente programado, hasta los nobles servicios sanitarios.

Los discursos y análisis durarían aproximadamente tres horas y 30 minutos. A las 3 y 25, hora local, almuerzo. De inmediato, a las 5 y 5, declaración final. Una hora después, a las 6 y 5, Bush marcharía a descansar, cenar y dormir plácidamente en Camp David.

El día transcurría, para los que seguían el evento, con la impaciencia por conocer cómo en tan breve tiempo se abordarían los problemas del planeta y de la especie humana. Estaba anunciada una declaración final.

El hecho real es que la declaración final de la Cumbre se elaboró por asesores económicos preseleccionados, bastante afines al pensamiento neoliberal, mientras Bush en sus pronunciamientos pre y pos cumbre reclamaba más poder y más dinero para el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones mundiales que están bajo riguroso control de Estados Unidos y sus más cercanos aliados. Ese país había decidido inyectar 700 mil millones de dólares para salvar a sus bancos y empresas transnacionales. Europa ofrecía una cifra igual o mayor. Japón, su más firme pilar en Asia, ha prometido una contribución de 100 mil millones de dólares. Esperan de la República Popular China, que desarrolla crecientes y convenientes vínculos comerciales con los países de América Latina, otra contribución de 100 mil millones procedentes de sus reservas.

¿De dónde saldrían tantos dólares, euros y libras esterlinas como no fuera endeudando seriamente a las nuevas generaciones? ¿Cómo se puede construir el edificio de la economía mundial sobre billetes de papel, que es en lo inmediato lo que realmente se pone en circulación, cuando el país que los emite sufre un enorme déficit fiscal? ¿Valdría la pena tanto viaje por aire hacia un punto del planeta llamado Washington para reunirse con un presidente al que le quedan sólo 60 días de gobierno, y suscribir un documento que ya estaba diseñado de antemano para ser aprobado en el Washington Museum? ¿Tendría razón la prensa radial, televisiva y escrita de Estados Unidos al no concederle atención especial a ese viejo rejuego imperialista en la cacareada reunión?

Lo increíble es la propia declaración final, aprobada por consenso de los participantes en el cónclave. Es obvio que constituye una aceptación plena de las exigencias de Bush, antes y durante la cumbre. A varios de los países participantes no les quedaba otra alternativa que aprobarla; en su lucha desesperada por el desarrollo, no deseaban aislarse de los más ricos y poderosos, así como de sus instituciones financieras, que constituyen mayoría en el seno del Grupo G-20.

Bush habló con verdadera euforia, usando palabras demagógicas, leyó frases que retratan la declaración final:

“La primera decisión que tuve que tomar —dijo— fue quiénes venían a la reunión. Decidí que teníamos que tener a las naciones del Grupo de los 20, en lugar de solamente el Grupo de los Ocho o el Grupo de los Trece. Pero una vez que se toma la decisión de tener al Grupo de los 20, la pregunta fundamental es con cuántas naciones de seis diferentes continentes, que representan a diferentes etapas de desarrollo económico, es posible alcanzar acuerdos que sean sustanciales, y me complace informarles que la respuesta a esa pregunta es que lo logramos”.

“Estados Unidos ha tomado algunas medidas extraordinarias. Ustedes, que han seguido mi carrera, saben, yo soy un partidario del libre mercado, y si uno no toma medidas decisivas, es posible que nuestro país se suma en una depresión más terrible que la Gran Depresión”. “Recién empezamos a trabajar con el fondo de 700 mil millones de dólares que está comenzando a liberar dinero a los bancos”. “De manera que todos entendemos la necesidad de promover políticas económicas a favor del crecimiento”. “La transparencia es muy importante para que los inversionistas y los reguladores puedan saber exactamente qué está pasando”.

El texto del resto de lo que dijo Bush es por el estilo.

La declaración final de la Cumbre, que requiere por su extensión media hora para leerlo en público, se define a sí misma en un grupo de párrafos seleccionados:

“Nosotros, los líderes del Grupo de los 20, hemos celebrado una reunión inicial en Washington el 15 de noviembre entre serios desafíos para la economía y los mercados financieros mundiales…”.

“…debemos poner las bases para una reforma que nos ayude a asegurarnos de que una crisis global como ésta no volverá a ocurrir. Nuestro trabajo debe estar guiado por los principios del mercado, el régimen de libre comercio e inversión…”.

“…los actores del mercado buscaron rentabilidades más altas sin una evaluación adecuada de los riesgos y fracasaron…”.

“Las autoridades, reguladores y supervisores de algunos países desarrollados no apreciaron ni advirtieron adecuadamente de los riesgos que se creaban en los mercados financieros…”.

“…las políticas macroeconómicas insuficientes e inconsistentemente coordinadas, e inadecuadas reformas estructurales, condujeron a un insostenible resultado macroeconómico global”.

“Muchas economías emergentes, que han ayudado a sostener la economía mundial, cada vez más sufren el impacto del frenazo mundial.”

“Subrayamos el importante papel del FMI en la respuesta a la crisis, saludamos el nuevo mecanismo de liquidez a corto plazo y urgimos a la continua revisión de sus instrumentos para asegurar la flexibilidad.

“Animaremos al Banco Mundial y a otros bancos multilaterales de desarrollo a usar su plena capacidad en apoyo de su agenda de ayuda…”.

“Nos aseguraremos de que el FMI, el Banco Mundial y los otros bancos multilaterales de desarrollo tengan los recursos suficientes para continuar desempeñando su papel en la resolución de la crisis”.

“Ejercitaremos una fuerte vigilancia sobre las agencias de crédito, con el desarrollo de un código de conducta internacional”.

“Nos comprometemos a proteger la integridad de los mercados financieros del mundo, reforzando la protección del inversor y el consumidor”.

“Estamos comprometidos a avanzar en la reforma de las instituciones de Bretton Woods, de forma que puedan reflejar los cambios en la economía mundial para incrementar su legitimidad y efectividad”.

“Nos reuniremos de nuevo el 30 de abril de 2009 para revisar la puesta en marcha de los principios y decisiones tomadas hoy”.

“Admitimos que estas reformas sólo tendrán éxito si se basan en un compromiso con los principios del libre mercado, incluyendo el imperio de la ley, respeto a la propiedad privada, inversión y comercio libre, mercados competitivos y eficientes y sistemas financieros regulados efectivamente”.

“Nos abstendremos de imponer barreras a la inversión y al comercio de bienes y servicios”.

“Somos conscientes del impacto de la actual crisis en los países en desarrollo, particularmente en los más vulnerables”.

“Mientras avanzamos, estamos seguros de que mediante la colaboración, la cooperación y el multilateralismo superaremos los desafíos que tenemos ante nosotros y lograremos restablecer la estabilidad y la prosperidad en la economía mundial”.

Lenguaje tecnocrático, inaccesible para las masas. Pleitesía al imperio, que no recibe crítica alguna a sus métodos abusivos.

Loas al FMI, Banco Mundial y las organizaciones multilaterales de créditos, engendradores de deudas, gastos burocráticos fabulosos e inversiones encaminadas al suministro de materias primas a las grandes transnacionales, que son además responsables de la crisis.

Así por el estilo, hasta el último párrafo. Es aburrida, plagada de lugares comunes. No dice absolutamente nada. Fue suscrita por Bush, campeón del neoliberalismo, responsable de matanzas y guerras genocidas, que ha invertido en sus aventuras sangrientas todo el dinero que habría sido suficiente para cambiar la faz económica del mundo.

En el documento no se dice una palabra de lo absurdo de la política de convertir los alimentos en combustible que propugna Estados Unidos, del intercambio desigual de que somos víctimas los pueblos del Tercer Mundo, ni sobre la estéril carrera armamentista, la producción y comercio de armas, la ruptura del equilibrio ecológico, y las gravísimas amenazas a la paz que ponen al mundo al borde del exterminio.

Sólo una frasecita perdida en el largo documento menciona la necesidad de “afrontar el cambio climático”, cuatro palabras.

Por la declaración se verá cómo los países presentes en el cónclave demandan reunirse de nuevo en abril de 2009, en el Reino Unido, Japón o cualquier otro país que cuente con los requisitos adecuados —nadie sabe cuál—, para analizar la situación de las finanzas mundiales, con el sueño de que las crisis cíclicas nunca vuelvan a repetirse con sus dramáticas consecuencias.

Ahora les corresponderá a los teóricos de izquierda y de derecha opinar fría o acaloradamente sobre el documento.

Desde mi punto de vista, no fueron rozados ni con el pétalo de una flor los privilegios del imperio. Si se dispone de la paciencia necesaria para leerlo desde el principio hasta el final, podrá apreciarse cómo se trata simplemente de una apelación piadosa a la ética del país más poderoso del planeta, tecnológica y militarmente, en la época de la globalización de la economía, como quienes ruegan al lobo que no se devore a la Caperucita Roja.

----------------

CUMBRE G-20. UN ESCENARIO INCOHERENTE QUE ES NECESARIO REESCRIBIR COMPLETAMENTE
­por Damien Millet y Éric Toussaint, del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), http://www.cadtm.org; traducido por Guillermo Parodi

La cumbre del G-20, que tuvo lugar en Washington y congregó a los grandes países industrializados y emergentes, es un fiasco. La crisis financiera internacional es profunda, las Bolsas perdieron cerca de 40% de su capitalización en octubre de 2008, los mercados financieros dependen de las decisiones tomadas por los Estados para aportar remedios que aclararían su futuro, hoy bien tenebroso. Los focos de actualidad internacional apuntaron durante un fin de semana sobre Washington. Y sin embargo…

Sin embargo, ¿qué pasó en Washington? Se representó un triste espectáculo, un escenario francamente carente de credibilidad, que conmovió a muy pocos espectadores. En las películas policiales, aparecería como bastante extraño que las llaves del Tribunal de Justicia se confíen a los culpables de un crimen abominable. Es, sin embargo, lo que el G20 está organizando…

Desde la crisis de la deuda de 1982, los grandes países industrializados promovieron con vigor medidas económicas neoliberales que el FMI y el Banco Mundial se encargaron de imponer a los países en desarrollo. El Sur, apresado por un sobreendeudamiento causado por la caída de los precios de las materias primas durante las décadas 1980-90 y por un alza brutal de los tipos de interés decididos por Estados Unidos en 1979, se vio obligado a reformar su economía para poder cumplir con sus acreedores, a elección: desregulación loca, privatizaciones masivas, apertura de los mercados en favor de las grandes empresas de los países industrializados, reducción de los presupuestos sociales y de la función pública…Todos los males provenían —según el pensamiento impuesto—, de un exceso de Estado, y era necesario reducir su influencia sobre la esfera económica a toda costa, incluso —y sobre todo— si pretendía defender el interés del mayor número de personas.

Para las poblaciones del Tercer Mundo, el remedio impuesto por el FMI, el Banco Mundial y luego la OMC, a petición de los dirigentes de los países del Norte, fue peor que la enfermedad. Los levantamientos antiFMI se multiplicaron, por ejemplo cuando el precio del pan se duplicaba en una noche. Con la notable excepción de algunos gobiernos de izquierda, a menudo muy desestabilizados tras bastidores para que vuelvan al redil, la mayoría de los gobiernos del Sur aplicó estas medidas sin pestañar. Presentada como indispensable para la creación de riqueza, la desregulación económica se extendió al planeta entero. Las instituciones financieras privadas entonces tuvieron las manos libres para inventar productos financieros cada vez más complejos con el fin de acumular cada vez mayores beneficios, libres para cerrar los ojos sobre las consecuencias económicas reales. Se crearon algunos ingenios financieros que confundían sin permitir el menor control de las autoridades, y por supuesto sin ninguna moral. Mientras eso fue posible, se disimuló la cara indeterminada de esta desregulación detrás de despreciables bonitas cifras de crecimiento, sin revelar que este crecimiento se refería solamente a los más ricos y que se asistía en realidad a un crecimiento extraordinario de desigualdades.

Más tarde llegó el momento en que ya no fue posible afirmar que la novia era bonita cuando su vestido estaba manchado de sangre. La crisis financiera internacional se desencadenó en agosto de 2007 y se agravó durante el año 2008. Grandes bancos (Northern Rock, RBS, Bear Stearns, ING, Fortis, Dexia, UBS y tanto de otros), grandes compañías de seguro (AIG), grandes organismos de crédito hipotecario (Freddy Mac, Fannie Mae) pidieron ayuda al Estado que menudo aceptó reflotarlos u organizar su rescate. Pero el Estado, en vez de aprovechar la ocasión para retomar el control de esta mecánica infernal que se volvió loca, dejó el poder de decisión en manos de los que pidieron ayuda, o sea en manos de los mismos que condujeron la economía mundial al callejón sin salida actual.

Esta cumbre del G20 es reveladora de que no se aprendió ninguna lección. Los viejos demonios del pasado están siempre allí. El FMI y el Banco Mundial, aunque deslegitimados por el fracaso de las medidas impuestas desde hace 25 años y por la crisis de gobernabilidad que los afecta desde hace unos años (dimisión forzada de Paul Wolfowitz de la Presidencia del Banco Mundial, dimisiones de Horst Köhler y Rodrigo Rato del FMI antes del final de su mandato, reciente investigación en torno a Dominique Strauss-Kahn en el FMI), están todavía en el centro de las soluciones propuestas. La reanudación de las negociaciones en la OMC para aumentar la desregulación económica, que acaba de demostrar su fracaso, se vuelve a poner sobre el tapete. Mientras que hasta hace poco los préstamos del FMI ya no encontraban interesados, ahora aparecieron Hungría, Ucrania y Pakistán como interesados. Contrariamente a las denegaciones de las instituciones en cuestión, las mismas condicionalidades inadmisibles están todavía en vigencia: como contrapartida del último préstamo, Hungría debió decidir entre otras cosas la supresión del decimotercer sueldo (aguinaldo) y la congelación de los salarios para los funcionarios. El Japón incluso ha propuesto proporcionar hasta 100 mil millones de dólares al FMI para que pueda aumentar sus préstamos y proseguir su desastrosa acción. Por otra parte, la reunión de Washington para encontrar una solución mundial a la crisis actual no se celebra en el marco de las Naciones Unidas, sino en el marco limitado del G20. Son pues los promotores de un modelo injusto y no viable a largo plazo los encargados de resolver el problema. Las únicas soluciones propuestas defienden el interés de los grandes acreedores. Las poblaciones y los países pobres, como es habitual, no tienen participación.

Cuando un escenario se presenta tan incoherente y tan mal armado, siempre se espera una reacción que aporte un poco de justicia y moral al conjunto. Esta reacción no puede provenir sino de las luchas sociales que impondrán en todo el mundo una reorientación radical de las elecciones económicas. Y si la película termina tan mal como comenzó, el riesgo es grande: que los espectadores estén de verdad muy descontentos y lo hagan saber a los veinte promotores de la Cumbre de manera más bien vehemente…

No hay comentarios.: