Luis Hernández Navarro
“Ya se mira el horizonte”, dice la primera estrofa del himno zapatista. Ese horizonte no es un destino lejano o inalcanzable. No es una idea abstracta. Al menos en parte, las comunidades en rebeldía del sureste mexicano lo han convertido en un hecho real.
Este lunes 17 de noviembre se cumplieron 25 años de la fundación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Dos décadas y media de una experiencia que ha transformado la política y la sociedad mexicana y que ha inspirado de múltiples formas al archipiélago altermundista que en multitud de países lucha por otro mundo.
El zapatismo ha construido una de las experiencias autogestionarias más profundas y renovadoras de cuantas se hayan gestado en América Latina: la Comuna de la Lacandona. A pesar del cerco militar y la ofensiva económica en su contra, las comunidades en rebeldía se han dado a sí mismas formas de autogobierno estable, viven conforme a sus normas y se han hecho cargo de su propio desarrollo.
Lejos de desgastarse con el tiempo, el paso de los años consolida y profundiza su laboratorio de futuro alterno y de otra política. La autonomía es aquí no sólo una propuesta o una reivindicación política, sino un hecho práctico, una experiencia sistematizada; es pensamiento con los pies en la tierra.
Esa hazaña de resistencia rebelde es referencia y estímulo para millones de indígenas en todo el país. Es una demostración de que la autonomía de facto es posible. Es la evidencia de que hay quienes no se rinden ni se venden.
Durante 15 años, cuatro administraciones federales y seis estatales han destinado multimillonarios recursos para contener y acabar con el zapatismo. No han podido hacerlo. A pesar de que han gastado miles de millones de pesos en obras públicas, proyectos productivos, despensas y dinero en efectivo para comprar voluntades, no han podido apagar la llama de la dignidad indígena. Los alzados no aceptan un solo peso de los gobiernos.
El dinero gubernamental ha ido de la mano del garrote. El acoso policiaco-militar en contra del levantamiento no cesa. El Ejército Mexicano mantiene acuartelados en la zona rebelde a miles de hombres. Los patrullajes son constantes. Sin embargo, ni esa presencia ni la de las distintas policías han logrado desarticular la resistencia.
Entre las consecuencias inmediatas que el levantamiento zapatista tuvo para el movimiento social se encuentra haber construido una visión de lo que es posible alcanzar en la lucha, mucho más amplia del existente hasta 1994. El margen de acción estatal es menor, y las concesiones que debe hacer a las organizaciones, mayores. Aunque no siempre lo sepan ni lo aprovechen, los movimientos independientes tienen hoy un espacio mucho más amplio para su desarrollo.
Desde 1994, cuando se instaló la Convención Nacional Democrática, los zapatistas han convocado diversas iniciativas para organizar y dar cauce al descontento nacional. En la mayoría de los casos han propuesto que sean otros quienes las encabecen. Hasta la otra campaña, ninguna tuvo éxito: naufragaron en medio de las disputas internas por el poder de las distintas personalidades y corrientes de izquierda. La otra campaña espera aún su gran prueba de fuego. Sigue pendiente la difusión de un programa nacional de lucha y la demostración de hasta dónde llegaron a cuajar las redes de solidaridad y acción que se construyeron en el camino.
Los zapatistas mantienen grandes simpatías en el mundo indio, entre jóvenes, campesinos pobres y colonos urbanos. En cambio, el apoyo de que disfrutaron entre importantes capas del mundo intelectual se ha desvanecido. La solidaridad que alguna vez tuvieron de franjas amplias de la izquierda partidaria se ha trocado en franca animadversión. Muchas de las ONG que alguna vez estuvieron cerca de su causa se han alejado.
El levantamiento de 1994 reanimó y estimuló la formación de importantes movimientos sociales reivindicativos y opositores. Durante años el EZLN fue un catalizador de protestas sociales de muy distinto signo fuera de su área de influencia directa. Hoy esa función parece haber llegado a su fin. Los zapatistas parecen haber privilegiado la construcción de sus propias fuerzas. Movimientos políticos y sociales relevantes fuera de su órbita de ascendencia no han merecido de su parte expresiones explícitas de solidaridad.
Los zapatistas han trazado muy claramente una línea de separación entre sus amigos y quienes no lo son, incluidos muy importantes actores de izquierda. Una parte importante de sus antiguos aliados del pasado han dejado de serlo por diversas razones. El comportamiento de los legisladores el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la aprobación de ley indígena, las reiteradas prácticas represivas del gobierno perredista de Chiapas y la presencia de connotados caciques en sus filas han cerrado las puertas a cualquier colaboración con la clase política que se reclama progresista. Aunque denunciaron el fraude de que fue objeto, los zapatistas se deslindaron muy claramente de la campaña electoral de Andrés Manuel López Obrador y no fijaron una posición pública sobre el movimiento en defensa del petróleo.
Las difíciles condiciones de su lucha y la disciplina militar con la que actúan los lleva, en ocasiones, a juzgar severamente a muchos de sus amigos y aliados. La enorme complejidad de la lucha social en el país no ha sido siempre registrada en sus decisiones políticas.
Como ha sucedido reiteradamente desde 1994, hay quienes ahora aseguran que los rebeldes han dejado de tener impacto en el país. La experiencia muestra que quienes afirman esto se equivocan. Los rebeldes han regresado al centro de la política nacional con éxito, una y otra vez. Si bien algunas de sus definiciones políticas puedan haber sido equivocadas, cuentan con un capital ético enorme, que les otorga credibilidad y capacidad de convocatoria.
El zapatismo representa una ruptura formidable con los viejos modos de hacer política, que, a pesar del paso de los años, conserva su frescura. A 25 años de fundado el EZLN, su horizonte está aquí y seguirá haciéndose sentir.
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