Pascual Serrano
El pasado 15 de febrero los venezolanos volvieron a mostrar su apoyo al presidente Hugo Chávez al apoyar mayoritariamente la enmienda constitucional que acaba con la limitación a dos legislaturas para ejercer los cargos de gobernador, parlamentario o presidente de la República. De esta forma, Chávez podrá ser candidato presidencial en 2012, año en que termina la actual legislatura.
Como se recordará, los partidarios del Gobierno perdieron en diciembre de 2007 el referéndum para la reforma constitucional en el que se incluía también la eliminación del límite de legislaturas para el cargo de presidente, junto a otras 68 reformas de artículos. De los 4.379.392 votos (49,29%) que entonces apoyaron la reforma constitucional, se ha pasado a 6.003.594 (54,36%) en la votación de la enmienda. Mientras tanto, los votos negativos también aumentaron de 4.504.354 (50,7%) a 5.040.082 (45,63%), pero ahora han quedado en minoría. Quienes interpretaron que aquel referéndum inauguraba el declive del chavismo han visto frustradas sus expectativas.
La primera incógnita que debe resolverse es por qué los partidarios del Gobierno perdieron el referéndum de 2007 y, en cambio, ahora han logrado una holgada victoria con casi nueve puntos de ventaja. Un dato a tener en cuenta es que la superación de aquella derrota se produjo en las regionales de noviembre de 2008, puesto que los candidatos progubernamentales lograron un millón de votos más que los opositores. En Venezuela ya casi todos los análisis coinciden en las razones de la derrota de 2007: demasiados cambios en la Constitución que no eran comprensibles o viables, una campaña dominada por el conflicto con Colombia y la iniciativa de Chávez a dedicarse a la liberación de prisioneros de las FARC en lugar de atender la política nacional. A todo ello hay que añadir que ahora no sólo se planteaba la postulación sin límites de legislaturas para el cargo de presidente, sino también para gobernadores y diputados, lo cual es más coherente desde el punto de vista político.
La conclusión evidente es que, a pesar de todas las deficiencias y errores del proceso venezolano, apenas existe desgaste del presidente; obsérvese que ha conseguido incluso más votos de los que logró en contra de que dejase el cargo en el referéndum revocatorio en 2004 (5.800.629).
Las razones son diversas: en primer lugar, una oposición desarticulada que no logra comprender que existe una gran masa popular que confía en Hugo Chávez como esperanza para la mejora del país. Por otro lado, una clase media que ha ido percibiendo que todas las amenazas de llegada del comunismo y peligro para la democracia que les fueron presentando a lo largo de estos años no tienen fundamento alguno. La burguesía y el empresariado venezolano no han visto empeorar en absoluto su situación económica y ninguna medida política, aplicada o en proyecto, hace peligrar sus expectativas. Las quejas de los interventores de la oposición que he podido recoger en los colegios electorales muestran su desconexión de la realidad, desde quienes califican de “horror” tantas elecciones porque “tienen como objetivo mejorar la imagen de dictador de Chávez”, a quienes se indignan porque ahora “los camioneros son senadores” o intentan explicarme que este referéndum supondrá abrir la puerta a que “los padres pierdan la patria potestad de sus hijos”. El resultado es que la gran apuesta de la oposición venezolana se limita a un puñado de estudiantes de clase alta procedentes de las universidades privadas que me explican que ellos tienen como referencia de país para Venezuela “el socialismo sueco”. Por supuesto, no faltan los retos para el Gobierno Chávez: encajar el nuevo precio del petróleo en su futuro económico, actuar con contundencia contra la corrupción y afrontar con eficacia muchas buenas iniciativas que no comienzan a arrancar.
Si bien la mayoría de la comunidad internacional ya va comprendiendo que la democracia venezolana es la más legítima de todo el continente y probablemente del mundo, con trece procesos electorales en diez años, todos ellos impecables, según han sentenciado todas las instituciones y observadores que asistieron a cada comicio, no deja de asombrar el modo obsesivo y recurrente con que desde sectores reaccionarios mundiales se sigue intentando deslegitimarla con gratuitas acusaciones de dictadura, violaciones de derechos humanos o falta de libertad de expresión. Basta observar su indignación ante el simple hecho de que los venezolanos puedan eliminar los límites a la reelección de sus cargos, tal y como sucede en diecisiete países de la Unión Europea.
No puedo llegar a otra conclusión que la que han expuesto en diversas ocasiones los profesores Carlos Fernández Liria y Luis Alegre: a lo largo de la historia, por democracia se entendía el periodo en que el Gobierno de un país estaba en manos de la derecha y, cuando la verdadera izquierda llegaba al poder, se la derrocaba por cualquier vía ilícita (golpe de Estado, guerra civil, magnicidio, bloqueo, desestabilización) para comenzar un paréntesis dictatorial en el cual se desarticulaba esa izquierda para volver más tarde a una “adecuada democracia” con la derecha en el poder. Venezuela representa uno de los pocos casos en los que ese mecanismo no han logrado que les funcione, de ahí la desesperación.
Cada uno es libre de compartir o no el ideario y el programa de Hugo Chávez, pero la diferencia entre demócratas y no demócratas está en aceptarlo y respetarlo tal y como es, que es como lo quieren los venezolanos.
Pascual Serrano fue observador internacional en el referéndum del 15 de febrero en Venezuela
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