Ángel Guerra Cabrera
Quince de febrero de 2009, día luminoso en que la victoria del pueblo bolivariano en el referendo constitucional consolidó el rumbo de una nueva época de rebeliones anticapitalistas y por la soberanía popular a escala planetaria. Iniciada con el levantamiento indígena de Chiapas el primero de enero de 1994, alcanzó un plano superior el 4 de febrero de 1999, al llegar los excluidos y explotados de Venezuela a la presidencia en la persona de Hugo Chávez. Cuando parecía inconmovible el dogma neoliberal, esos dos acontecimientos impulsaron un giro radical hacia la construcción por los pueblos de poder y cultura alternativos, que ha cambiado a su favor la correlación de fuerzas en América Latina. Después estallaron rebeliones del Bravo a la Patagonia, el poder constituyente se abrió paso en Bolivia y Ecuador y creció como nunca la unidad e integración latinoamericanas. Hacia acá miran hoy otras resistencias, como la palestina y la libanesa.
En el referendo no sólo estaba en juego el destino de la revolución bolivariana, sino la continuación de aquel rumbo –o su eventual retroceso– en el momento en que es imperiosa una ofensiva contra el intento capitalista de hacer que paguen los pobres su crisis multifacética más profunda. Por eso es tan meritoria la victoria de Chávez y el pueblo venezolano, alcanzada gracias a su audacia política, tenacidad, fe en la victoria, flexibilidad táctica, capacidad de persuadir y a una estrategia impecable.
Los chavistas tienen en su haber las enormes conquistas de 10 años de revolución, la alta conciencia y fogueo políticos alcanzados por grandes sectores del pueblo, la construcción de poder e ideología revolucionarios en los consejos comunales y otras organizaciones populares de base y en el Partido Socialista Unido de Venezuela. Y algo fundamental: el talento y prestigio de su líder. Pero se enfrentaban a las principales fuerzas reaccionarias del planeta, empeñadas en derrotarlos en el referendo o en crear un escenario desestabilizador si su victoria no era contundente.
Debe considerarse la grave amenaza a las revoluciones bolivariana y cubana de un departamento de la CIA creado expresamente para subvertirlas. Semanas antes del referendo, oficiales de esa agencia y del Comando Sur de Estados Unidos habrían instruido en Puerto Rico a cabecillas de la contrarrevolución sobre el curso subversivo a seguir. No es casual la descomunal y articulada campaña de mentiras contra Venezuela en los medios de difusión corporativos de Estados Unidos, América Latina y Europa desde que Chávez llegó a la presidencia, centrada, una vez que se anunció la consulta popular, en descalificarla alegando la presunta intención del líder venezolano de perpetuarse eternamente en el poder.
La revolución bolivariana se bate en condiciones muy desventajosas contra los prejuicios y estereotipos individualistas, anticomunistas y consumistas que la cultura dominante machaca cotidianamente en el consciente y el inconsciente colectivo. Setenta por ciento del espacio radioeléctrico y la abrumadora mayoría de la prensa escrita, controlados por la oligarquía, ofician como partidos de oposición cuando no abiertamente contrarrevolucionarios; en centenares de centros de educación privada, e incluso en muchos públicos, predomina la visión neoliberal en el cuerpo docente; la jerarquía católica junto a varias sectas religiosas reproduce la campaña mediática; el Estado, en esencia, sigue siendo burgués, por lo que en el discurso de la victoria Chávez enfatizó en la necesidad de dar una batida contra la ineficiencia, la corrupción y el burocratismo; las misiones sociales son hostigadas y saboteadas por los gobernadores y alcaldes opositores. Aunque se han nacionalizado sectores estratégicos de la economía, subsiste la propiedad privada de muchas grandes empresas, cuyos dueños no comparten la política democrática, soberana e internacionalista de Chávez y mucho menos el socialismo. La oposición culpa al gobierno de la inseguridad pública, un rezago neoliberal, para avanzar su agenda en la clase media y sectores despolitizados.
El derecho a la postulación continua de todos los cargos electivos era necesario en Venezuela como complemento del de revocación, que no existe en las democracias elitistas, y en el caso de Chávez viene a consagrar lo que es un clamor del pueblo y una garantía de la continuidad de la revolución.
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