miércoles, abril 29, 2009

Editorial H1N!: La Salud Mental del Presidente

Año 6, número 2586
Miércoles 29, abril del año 2009


La administración sanitaria propiamente de la crisis de salud que representa la aparición de brotes atípicos del virus de la influenza porcina (o A-H1N1) y el inepto manejo político del fenómeno por los personeros panistas del poder político del Estado mexicano raya, dicho con franqueza, en grotesca inmadurez y, dicho sin tapujos, en corrupción.

Para empezar, el titular de facto del Poder Ejecutivo, Felipe Calderón, actuó precipitadamente al decretar –sí, decretar, con arreglo a las facultades que le otorga la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos-- una situación equivalente, en realidad, a un Estado de Excepción. Esa precipitación del mandatario espurio muestra una capacidad de juicio muy cuestionable.

Más por si ello fuese poco, identifícanse otras manifestaciones tan dañinas como la inmadurez y capacidad de discernimiento claro y objetivo y falta de lucidez del Jefe del Estado y de Gobierno que, independientemente de su espuriedad, tiene el mando real del aparato administrativo-burocrático y coactivo/coercitivo, militar y policiaco, y el control de la violencia legal.

Esas otras expresiones –ya enunciadas en Diario Libertad en ocasiones anteriores—son:

Una: la inexistencia de una red amplia de seguridad social, ya que 27 millones y pico de personas de la Población Económicamente Activa y sus familiares inmediatos –unos 60 millones más— no tienen acceso a los servicios médicos ni medicinas en el marco legal de las instituciones de salud pública federales.

Con esa infraestructura tan deficiente y de cobertura tan limitada, los personeros panistas del poder político del Estado lisa y llanamente no midieron el alcance de sus decisiones ni tomaron en cuenta la escasa disponibilidad de recursos médicos –instalaciones, personal, etcétera-- y fármacos. Simplemente no estaban preparados para una decisión de tal magnitud.

Y otra: desataron una intensa campaña de difusión masiva, multimediática –el proverbial grito de “¡Ahí viene el lobo, escóndase todos!” que nunca apareció--, cuyo efecto ha sido haber aterrorizado a la población, de por sí crispada y víctima de psicosis aguda e histeria por las crisis ocurrentes en lo económico, lo político y lo social.

¿Qué indujo al señor Calderón, además de su inmadurez y limitado discernimiento y juicio, a decretar apresuradamente ese estado de cosas equivalente al de excepción? La desesperación. Don Felipe está desesperado y ello le impide identificar aisladamente y en conjunto los componentes de la realidad. Sábese que se niega, además, a aceptarla.

No hubo el discernimiento frío, objetivo y verídico, de los miembros del llamado Consejo de Salud Pública al analizar reportes no confirmados de una epidemia que, al mismo tiempo y contradictoriamente, era pandemia. Don Felipe había resuelto, aun antes de convocar al Consejo, ponerse al frente de la campaña para salvar a los mexicanos de la influenza porcina.

Ello es preocupante. ¿Por qué? Porque nos dice muchas cosas acerca del estado de salud mental del Presidente, sometido a las presiones propias de su investidura y magnificadas éstas por saberse espurio y repudiado y sin legitimidad ni representatividad y preocupado por los inminentes comicios en los que su partido, Acción Nacional, marcha a la zaga y con pocas esperanzas de lograr mayoría en la Cámara de Diputados.

Al cúmulo de presiones ya consignadas –como las del estado de salud mental del mandatario-- agregaríase otra consecuencia de la crisis de salud, aunque, aclárese, no se trata ya de una secuela sanitaria y política, sino moral: ¿fue la corrupción presidencial la que motivó también decretar una epidemia “pandémica” para justificar erogaciones billonarias en dólares en fármacos a consorcios trasnacionales de Estados Unidos y Europa?

Tenemos un presidente que, además de espurio, es inestable y, temeríase, también corrupto, lo cual define la idiosincrasia misma de los mandatarios de los últimos cuatro sexenios (Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y, ahora, el actual): ineptos, vendepatrias, corruptos, inestables (bipolares) y dementes. El señor Fox, declarado oficialmente demente por El Vaticano, es ejemplo típico.

¡Vaya suerte la de los mexicanos! Pero es nuestra propia suerte, cincelada por nosotros mismos y aceptada sin chistar.

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