José Steinsleger
El vasto y heterogéneo conjunto de pueblos que se llaman Estados Unidos de América se nutren de la convicción generalizada de que Dios los eligió para ser una nación superior a todas las demás: el Destino Manifiesto.
El Manifest Destiny fue concebido por los primeros colonos de fe puritana y protestante llegados desde Inglaterra y Escocia en el siglo XVII. John Cotton, predicador puritano, decía en 1630: Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos así como a someterlos
En el proceso de ocupación de Texas y Oregón, el periodista neoyorquino John L. Sullivan popularizó la idea del Destino Manifiesto. En 1845, Sullivan escribió Anexión, artículo que no se prestaba a confusión. Dijo: “… el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extenderse por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno”. Tal fue la política del presidente Teodoro Roosevelt (1901-09), muy popular y progresista puertas adentros.
Al asumir el mando, el presidente Barack Obama invocó las Escrituras, y prometió elegir lo mejor de la historia de Estados Unidos. ¿En qué tramo histórico se habría inspirado? ¿En la divisa anticolonial libertad o muerte de los patriotas de Nueva Inglaterra, o en la película hollywodense del mismo nombre que exalta la vida de Sam Houston, El primer texano (1956)?
¿Pensaba Obama en el primero de mayo de los trabajadores del mundo que, con excepción de Estados Unidos, conmemoran a los mártires de Chicago (1886)? ¿O pensaba en las recias feministas de su país que, si acaso, recuerdan el incendio de la fábrica de Nueva York que en marzo de 1911 causó la muerte de más de un centenar de trabajadoras, hecho que influyó en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer? ¿Pensaba Obama en los comentarios sarcásticos de Mark Twain sobre el imperialismo, o en Luther King, Malcolm X?
Retomando el espíritu de campaña (que giró en torno a la hermosa palabra hope, esperanza), Obama manifestó: “… todos son iguales, todos son libres y todos merecen la oportunidad de alcanzar la felicidad plena”. Y, sin duda, algo de hope flota en los ambientes políticos más humanizados de la sociedad estadunidense. Porque luego del purgatorio en el que sus antecesores empantanaron a Estados Unidos y el mundo, dan ganas de abrazar al compañero Obama.
¿Cuán fundada es la hope? Difícilmente, palestinos, iraquíes, afganos o paquistaníes po-drían coincidir con tales expectativas. Para ellos seguirá lloviendo el fuego redentor del Destino Manifiesto. Como así tampoco, por causas distintas, las tienen los sionistas neocon que, al parecer, dieron un paso al costado, reacomodando posiciones.
Producto mediático con fuertes dosis de autenticidad, Obama representaría al hijo bueno de una sociedad que, paradoja y teocráticamente, sigue siendo educada en los imponderables del Destino Manifiesto, imponiéndole al mundo sus patrones de libertad y democracia.
¿Qué tipo de sociedad sería entonces la que, fuera de tener en sus cárceles a más de 2 millones de personas, es testigo rutinario de matanzas ejecutadas por locos sueltos, habiendo contabilizado en su historia nueve intentos de magnicidios (Harry Truman, 1951; Richard Nixon, 1974; Gerald Ford en dos ocasiones, 1975; Ronald Reagan, 1981), cuatro de los cuales dieron en el blanco: Abraham Lincoln (1865); John Garfield (1881); William Mc Kinley (1901) y John Kennedy (1963)?
En los términos planteados por Obama y su equipo (no menos nefasto que el de los Bush, sólo que con buena voluntad), ni la lectura detenida y reflexionada de Las venas abiertas de América Latina representan posibilidades de hope alguna.
Obama es el jefe de un imperio en crisis. Y la ocupación militar de México va, el Plan Colombia va, la estrategia para ocupar la Amazonia va, los proyectos, so pretexto de la seguridad (de su seguridad), van; el emplazamiento de bases militares va y, viento en popa, la Cuarta Flota imperial va.
En América Latina y el Caribe, los cuatro objetivos irrenunciables de la política exterior estadunidense, son: el monroísmo (América para los americanos… del norte); el libre comercio (acuerdos y negocios bilaterales); el intervencionismo político, militar y de seguridad; el sancocho del panamericanismo new age.
Obama ignora que lo nuevo ya fue ensayado por su imperio en otras ocasiones: despolitizar las ambigüedades, las controversias y las contradicciones de las relaciones recíprocas. Difícil cometido, pues los vientos también soplan en favor de los pueblos.
Sin embargo, las palabras de Teodoro Roosevelt continúan vigentes: Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de los Estados Unidos (1901).
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