Rolando Cordera Campos
Con la economía prácticamente librada a su suerte, que es todo menos buena, la situación nacional se acerca a un cruce de caminos en el que la contaminación de la política por el reclamo y el descontento social es algo no sólo probable sino, desde luego, ominoso. Por lo pronto, hay que tomar en serio la perspectiva inmediata de un receso económico estadunidense, que para nosotros puede significar postración en la actividad productiva y el empleo, agravada por la merma en las remesas y oscilaciones a la baja en la factura petrolera. Para después, todo o casi todo dependerá de la suerte del principal, Estados Unidos, y de lo que el Estado se atreva y pueda hacer en materia de compensación social y contracíclica, aunque deba admitirse que los grados de libertad se han angostado después de tanto tiempo de contención de la inversión, desperdicio de recursos públicos y desaciertos en el campo de la cooperación entre los actores fundamentales de la economía.
Poco puede esperarse de un gobierno que no acierta a verse como un gobierno en y de la crisis. Envuelto en el nefasto culto de las encuestas que le legaron los gobiernos anteriores, el tono vuelve a ser el de la advertencia amenazante, haciendo de sus propuestas fiscales una especie de antesala del infierno: de no aprobarla, dice Calderón a sus contrapartes en la empresa y el Congreso, dejen atrás toda esperanza, porque la carencia será lo único que quede y valga.
Dicen que Sartre dijo alguna vez que para que hubiera lucha de clases se requerían dos cosas: que hubiese clases y que lucharan. Las divisiones sociales de que nos hablaban los clásicos no definen más el panorama de la economía política, debido a las grandes mutaciones de los mercados de trabajo y de las estructuras productivas que se dieron con las grandes crisis de los años 80 y 90 y las transformaciones del mundo hacia su globalización. A los trabajadores organizados no les ha quedado otra que defender sus puestos de trabajo y atenuar el daño que los ajustes públicos y las triquiñuelas empresariales les han infligido. Al resto, que son ya mayoría, les toca inventar mil y una formas de supervivencia, rogar al cielo por que nos les caiga la enfermedad que lleve sus magros activos a la catástrofe, y esperar mejores tiempos para emigrar y ver qué pasa de nuevo en la "tierra de los libres" sometida a las embestidas integristas de Bush, y ahora a un remezón financiero que puede ser de envergadura. De los campesinos que queden se encargará el 2008.
Mala hora para descubrirse clase social y velar armas para la lucha. Pero es esto lo que con prepotencia parecen querer hacer gobernadores como el de Sonora, que se sueña sheriff de Cananea o Nacozari, y el inefable e impresentable señor Larrea, que amenaza con aparecer en público, para que por fin lo veamos tal cual es, mientras persiste en su cruzada personal contra el sindicato y los mineros que son llevados por la vía de los hechos a experimentar riesgos adicionales a los que enfrentan cotidianamente. Por lo pronto, esta lucha de clases emprendida por Larrea y sus compinches de la política local se ha manchado de sangre, que se agrega a la que la irresponsabilidad federal derramó el año pasado en Lázaro Cárdenas. La primordial, enterrada en Pasta de Conchos, adquiere sabor a historia con los días y la pena de los deudos, pero lo que ha ocurrido en Sonora se ha dado al son de tambores de guerra. Ahora sólo queda que en el Seguro Social el imaginativo Molinar busque acabar con sindicato y contrato colectivo para que podamos decir que las armas panistas se cubrieron de gloria.
La izquierda no promueve esta confrontación y puede que le toque, de seguir las cosas como van, encargarse de encauzarla, desactivarla, ponerla en una perspectiva civilizatoria y de cambio histórico, pacífico y robusto, como el que requiere México y demandan sus capas mayoritarias. Si esta izquierda va o no a ser moderna y al gusto de las damas de la vela perpetua de las buenas costumbres democráticas lo veremos en el camino, y en mucho dependerá de cómo se porten estos aprendices de brujo disfrazados de guerreros de clase. Lo que no puede dejar de ser y hacer desde ahora, es política, lo que implica construir visiones de conjunto y aprestarse a gobernar lo que las elites de la riqueza y el poder quieren volver ingobernable. Izquierda responsable y leal al sistema democrático, opositora por programa y compromiso con el país y sus reclamos fundamentales, no monedita de oro de los curiosos ingenieros simbólicos que nos heredaron Fox y los suyos.
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