domingo, agosto 19, 2007

Los yanquis en la Torre de Babel

Pedro Díaz Arcia

En esta parte del mundo somos especialistas en trayectorias de depresiones, tormentas tropicales, ciclones y huracanes. Muchos de nosotros, desde el origen mismo de una depresión, recurrimos al mapa y comenzamos su ubicación de acuerdo a las coordenadas brindadas por los meteorólogos. A partir de ese momento nos convertimos en esclavos de las latitudes, longitudes, velocidad de los vientos del fenómeno atmosférico -lo cual determina su categoría-, así como de las condiciones climáticas generales que pueden influir en su rumbo, a veces errático, como el de no pocos políticos.
Un huracán es como una enfermedad altamente contagiosa, “nadie quiere que lo toque, pero tampoco que contamine a otros”.
¿Qué hacer si de nuevo un “monstruo huracanado” arremete con saña contra la península de Yucatán o el archipiélago cubano?
Estos fenómenos, como el siniestro terremoto que acaba de sacudir a Perú, son al decir de César Vallejo, como “heraldos de la muerte”.
Pero, no nos pongamos trágicos ni permitamos que nos domine la resignación, porque el momento es de previsión, de unión y solidaridad, ese hermoso sentimiento de sufrir lo que otros sufren o de luchar por los justos principios por los cuales otros luchan.
Dean, llega fortalecido por la caldera del infierno: la calentura de fiebre que en esta época abrasa nuestras cálidas aguas del Caribe.
Hoy, domingo, mientras analizamos las noticias que a raudales nos llegan desde los confines del mundo, estamos con el mapa al lado y la hermandad en el pecho.
Hay temas recurrentes y que por su importancia nos obligan una y otra vez a volver sobre los mismos: porque al igual que los huracanes no tienen siempre un rumbo definido. El análisis de una determinada situación puede tener múltiples interpretaciones, cambiantes de uno a otro analista o aún para el mismo especialista que hoy lo mira desde un ángulo y mañana desde otro.
A un famoso personaje le preguntaron que cuál era la razón que lo llevaba a repetir con insistencia las mismas ideas y respondió: “Los curas nos repiten cada domingo lo mismo y en latín y nadie se le va de la iglesia por eso”.
Es decir, si tememos aludir a determinadas noticias porque recorren las planas impresas y las versiones digitales en todo el mundo nos aislamos, como un cartujo, pero en la ostra de la ignorancia.
Por ello pienso que a veces incluso no es ocioso reiterar el enfoque acerca de los principales asuntos vitales que hoy conciernen a nuestros pueblos y al mundo.
Entre ellos se encuentra, por ejemplo, la asistencia de Vladimir Putin y Hu Jintao, presidentes de Rusia y China respectivamente, así como sus homólogos de Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán a las primeras maniobras militares conjuntas de la Organización de Cooperación de Shanghai.
A las expectativas despertadas por las maniobras, se incorpora el anunció de Putin sobre el reinicio de los vuelos, “de manera permanente”, de bombarderos estratégicos rusos, práctica desusada desde 1992, tras la desintegración de la Unión Soviética.
Un colega andino se preguntaba recientemente si: “¿El oriente será otra vez rojo?”; mientras considera que los ejercicios militares representan una discreta advertencia de ambos países, Rusia y China, a los Estados Unidos para que aflojen la mano en el Asia Central y el Medio Oriente y señala que los dos países no estaban tan cerca desde que sus partidos comunistas se apartaron desde comienzos de la década del 60.
Recuerdo que, por aquellos tiempos, era usual la pertinaz y cordial inquisitoria que nos hacían amigos extranjeros: ¿Usted es pro-chino o pro-soviético?
Y, aunque a cada quién le latía su corazoncito por una u otra concepción acerca de la guerra revolucionaria o de la “coexistencia pacífica”, que no son antagónicas, siempre respondíamos con firmeza y convicción: “Somos pro-cubanos”.
Por otra parte, el actual acercamiento chino-ruso se vincula directamente con la creciente y peligrosa presencia de las tropas norteamericanas en la región.
Hace apenas unas horas, el primer ministro y el presidente de Irak anunciaron una nueva alianza de chiítas moderados y kurdos con el fin de salir del marasmo político que ha afectado al gobierno iraquí desde que éste asumió el mando en mayo de 2006. Pero, un golpe sensible a estas pretensiones radica en que el bloque sunita se negó a incorporarse a la coalición. Después de tres días de intensas negociaciones el acuerdo no incluyó a Tariq Al Hashemi, vicepresidente sunita del país ni a su Partido Islámico Iraquí, de orientación moderada.
Al Maliki ha sido criticado por inclinarse hacia los chiítas, sin lograr frenar la violencia, que persiste a pesar de la presencia de las crecientes fuerzas de ocupación estadounidense.
Los firmantes del acuerdo declararon que éste les garantiza una mayoría en el parlamento de 275 legisladores, lo que permitiría la aprobación de normativas requeridas por Estados Unidos.
La ocupación yanqui ha estimulado enfrentamientos sectarios, cuyos orígenes se pierden en la oscuridad del tiempo.
Se cuenta que el cisma en el Islam surgió a mediados del siglo VII con la muerte de Alí, yerno de Mahoma; a quien sustituyó el entonces gobernador de Siria y uno de los principales rivales de Alí. El sustituto, el avezado general Muawiya, quien ha influido en algunas concepciones militares y políticas de la posteridad, proclamaba: “Nunca uso mi espada cuando basta con mi látigo, ni mi látigo cuando mi lengua es suficiente”.
Muawiya logró establecerse como califa, instaló la dinastía omeya y trasladó la capital del Imperio Musulmán de Medina, en Arabia Saudí a Damasco, en Siria, lo que creó una división en el Islam: entre los chiítas que sólo aceptaban a los descendientes de Alí como legítimos gobernantes y los sunitas, quienes reclamaban que los descendientes de los omeyas eran los verdaderos califas.
Esta disensión en torno al califato creó la división entre unos y otros y que se ha mantenido hasta el día de hoy. En la actualidad, se calcula que en Irak entre el 30% y el 35% de la población es sunita, en tanto entre 60% y el 65% es chiíta. Sin embargo, los sunitas conforman la principal corriente del Islam y suponen el 85% de los más de 1.200 millones de musulmanes en todo el mundo
Por su parte, los kurdos constituyen una etnia sin Estado, en un territorio repartido entre Turquía, Irak, Irán y Siria, fundamentalmente, y que reclaman su independencia.
En este estado de cosas, los yanquis se encuentran en la verdadera Torre de Babel, que no es precisamente New York. Sin entender en lo más mínimo la aventura en que están inmersos, comparten diariamente, sin distinguirlos: con sunitas, chiítas, kurdos, baluches, turcomanos y azeríes, sin saber a ciencia cierta quiénes son los unos y quiénes los otros.
Por eso, como una medida de sana seguridad, la orden que tiene la soldadesca invasora es la de disparar contra todo lo que se parezca a un árabe.

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