León García Soler
En el PRD no hay más caudillo que el PRD, y la gente. Prefiero citar de memoria, dar el beneficio de la imprecisión a la frase tomada fuera de contexto y pasmosamente retomaría los mandamientos de un izquierdismo realmente existente. Con el temor al fantasma de Big brother en pantalla electrónica que proyectará el Informe de la discordia para que Marcelo Ebrard vea el espectáculo a distancia, porque tiene mucho trabajo.
La pluralidad contenida en el triángulo equilátero de la fuga hacia adelante. No puede ser de izquierda, no puede ser de derecha, no puede ser del centro ninguno de los tres opuestos al bipartidismo extralógico que se impusieron la tarea de demoler las bases ideológicas, bagaje de cada uno de ellos, para ceder a la fascinante levedad del debate interminable que permite a lo bizantino recuperar la claridad deslumbrante de las lenguas de Babel. Y vuelve a escena Marcelo Ebrard para mostrarnos la torre que nos permitirá ascender al reino celestial de la igualdad en una oligarquía sin clases. Por lo pronto, en el llano cunde el desánimo. Y la economía, en espera de la portentosa reforma fiscal, crece al penoso 2.7 por ciento anual, durante el primer semestre del año de la dupla Presidente en el poder y "presidente legítimo".
A éste, a Andrés Manuel López Obrador, debemos la precisión del asombro del caudillo: No hay más líder que el partido. Y la gente, añadió el tabasqueño, para desilusión de viejos radicales que añoran la palabra pueblo. Menos mal que al otro día, de vuelta en la gira permanente, López Obrador habló del pueblo y declaró ante los veracruzanos que el movimiento que él encabeza se ha convertido en "la principal fuerza política de México"; más de un millón de mexicanos se han sumado como representantes del "gobierno legítimo". El partido sin más liderazgo que el del propio partido, no se partió, a pesar de tantos que creían que se dividiría y se fracturaría durante su congreso: "Se quedaron y se quedarán con las ganas, porque estamos totalmente unidos", dice orgullosamente López Obrador.
Atrapados en el caleidoscopio que refleja las agrupaciones y reagrupaciones multiformes, los del partido asombro del caudillo debaten en el congreso, mueven, se mueven y conmueven en el esfuerzo por diferir sin disentir, por manifestar proposición propia sin caer en la apostasía de negar el caudillaje del partido. Son del movimiento que es la principal fuerza política, pero no atinan en la conversión de esa fe colectiva en fuerza electoral. Enfrentan el dilema de proponer el cambio, postular iniciativas, formular los teoremas de una reforma de Estado, de un proyecto de nación, de un nuevo régimen que se ajuste al canon de la economía de mercado, pero capaz de crear instituciones y constituir poderes que le permitan establecer una política social de Estado.
Para empezar, olvidarse de fantasmas que alguna vez recorrieron el mundo. Y recordar que la revolución de los derechos del hombre y del ciudadano desenmascaró a la razón de Estado; que supo establecer con Robespierre que es indispensable preguntarnos, ¿quién toma las decisiones? Y, a partir de ahí, elegir a nuestros representantes en el poder constituido para que ellos tomen las decisiones. No a nombre de un partido, sino del pueblo soberano.
La soberanía está en manos de quien puede dictar el estado de excepción, nos vino a recordar Giorgio Agamben, después de Auschwitz. Y ese está en Los Pinos, casa presidencial, sede del Poder Ejecutivo a partir del desdén del priato tardío y del miedo del poder bajo sitio, rehén de la guardia pretoriana.
Felipe Calderón reta a los del Poder Legislativo a debatir el día del Informe. Tira la piedra y se va a la cumbre de Canadá. Atrás deja el desajuste, la transustanciación del PAN en vino de extrema derecha. Aunque Manuel Espino cubra el Yunque bajo sayo franciscano. Lo de Baja California es juego de azar, política de fulleros: caballo para el PAN y el cubilete en la mano. Pero la casa gana. ¿Habrá quién pueda creer que un Osuna, o cualquier otro teñido de azul por la audacia del Maquío, esté más a la derecha que un Hank? Tanto monta tanto. Pero en Yucatán dolió la derrota de la casta divina y la ultraderecha. Alvarado es el hombre y una joven mujer reivindica la lucha por la igualdad donde tuvimos la única guerra de castas de nuestra larga historia de marginación y de injusticias.
Todavía hay clases y ahí está, a pesar de ensalmos globales, la lucha de clases. Dolorosamente violenta, cobra vidas. Hoy en Sonora, tierra que ambiciona gobernar Manuel Espino, el del Yunque. No digo que la derecha, porque ya gobierna Sonora Eduardo Bours, el de fortuna heredada y posición política ganada como aglutinante de intereses compartidos por empresarios modernos y políticos posmodernos; recaudador de fondos y, muy pronto, pieza en el tablero del pactismo y las finanzas de campaña. El dinero no reconoce fronteras, en la globalidad fluye sin trabas, libre de regulación alguna. La alzada le permite pasar "al joven Bours" y capitalizar los desacuerdos con su partido y los acuerdos con el partido de Fox y con el de Calderón.
Pronto vamos a conmemorar el centenario de la que se hizo Revolución cuando Victoriano Huerta asesinó a Francisco Madero. Pero antes, en plenos faustos por las fiestas del Centenario que preparaba el porfiriato, estallaron huelgas en Cananea y Río Blanco. "¡Mátenlos en caliente!", fue la respuesta del vetusto dictador. Hoy, a un siglo de distancia, los mineros de Cananea se declaran en huelga; Conciliación y Arbitraje la declara inexistente; el sindicato obtiene el amparo: permanecen en huelga. Larrea se llama el patrón de Minera México, el que no se dignó hacerse presente en Pasta de Conchos, en la mina convertida en tumba de decenas de mineros. Javier Lozano se llama el secretario del Trabajo que sustituyó al patético potosino palafrenero de los patrones.
Dicen que Lozano no quería el cargo. Lástima que lo aceptó. Declaró inexistente la huelga antes que lo hiciera la junta. "No voy a arriesgar vidas humanas para rescatar cadáveres", dijo para respaldar la decisión patronal de abandonar las labores de rescate de los mineros muertos en Coahuila. En Sonora ya hubo una primera víctima de la violencia desatada por los dueños del dinero y tolerada por el gobierno de Eduardo Bours. Al filo del centenario de la Revolución que hizo la Constitución de 1917, añadió los derechos sociales a los del individuo y convirtió en norma suprema los artículos 3º, 27 y 123. Ley Federal del Trabajo que impone al secretario del ramo la obligación de tutelar los intereses de los trabajadores.
En Nacozari mataron a un minero despedido en los enredos del combate oficial contra el sindicalismo. El presidente municipal de Nacozari solicitó apoyo al gobernador; la violencia era inminente. Eduardo Bours no se dignó responder: un insolente subsecretario diría que todo estaba bajo control. Hoy no hay autoridad local, estatal, federal, capaz de establecer si el minero asesinado murió por una pedrada o porque recibió un balazo en la cabeza.
Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad.
Y para asombro del caudillo, el Partido de la Revolución Democrática lo desplazó. Y un cardenal prepara la resurrección del partido del gallito, el del sinarquismo, el de los cristeros. Obregón era El Manco. Estos son Los Mochos.
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