Ofrece testimonio sobre la protección del prelado al pederasta Marcial Maciel
Joseph Ratzinger, cuando aún no era Papa, se negó a escucharlo y desató la persecución
Sanjuana Martínez (Especial para La Jornada)
Comprometido durante toda su vida con los más pobres, Alberto Athié Gallo decidió dejar el sacerdocio hace cuatro años, tras comprobar directamente la protección que el cardenal Norberto Rivera Carrera brindó a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, acusado de abusar sexualmente de sus pequeños discípulos.
Desde entonces, el padre Athié –como algunos le siguen llamando– ha asumido su vida laical sin olvidar el dolor que le ha significado abandonar su ministerio sacerdotal, el cual ejerció durante 20 años incardinado en la arquidiócesis de México, aunque la vida le ofrece ahora una oportunidad única: convertirse en testigo en un tribunal estadunidense contra quien lo reprimió y persiguió dentro de la Iglesia, a consecuencia de su firme defensa de una víctima de la pederastia clerical.
“Durante seis años –dice en la declaración por escrito que ha presentado a la Corte Superior de California– traté de que el cardenal Norberto Rivera Carrera y el cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, me escucharan acerca del crimen del abuso sexual y otras formas de manipulación que el padre Marcial Maciel cometió contra Juan Manuel Fernández Amenábar cuando era niño.”
Athié se refiere a una de las víctimas de Maciel. Fernández Amenábar fue ordenado sacerdote; después llegó a rector de la Universidad Anáhuac y entonces le confesó al padre Athié algo que cambiaría para siempre la vida de éste como sacerdote: los abusos sexuales que sufrió durante años por parte del fundador de la Legión de Cristo.
“Lamentablemente dentro de la institución nunca tuve la oportunidad de ser escuchado –dice en entrevista con La Jornada– y ahora es importante expresar mi punto de vista sobre la problemática del modelo estructural de comportamiento de las autoridades eclesiásticas para encubrir pederastas, a fin de que se empiecen a generar procesos de jurisprudencia”.
La promesa
Antes de morir, Fernández Amenábar aceptó el consejo del padre Athié sobre perdonar a su agresor y buscar justicia: “José Manuel –le dijo–, esos dos valores pueden ir perfectamente juntos en la experiencia cristiana”. En sus últimas horas de vida en febrero de 1995, la víctima asumió la admonición de su guía espiritual, con una condición: “Esta bien, padre Athié, perdono, pero no me olvido de mi deseo: justicia, padre, quiero justicia”.
En aquel momento Athié Gallo comprendió que aquello implicaba la búsqueda de la verdad bajo un alto costo personal y profesional, e hizo una promesa: “Yo me comprometo, José Manuel, a buscar la justicia”. A partir de ese momento agotó todas las instancias dentro de la Iglesia, primero en México y luego en el Vaticano.
El obispo es la autoridad máxima e inmediata para un sacerdote; por tanto, Athié Gallo fue a ver a Norberto Rivera, a pesar de que éste ya había declarado a los medios de comunicación que todas las denuncias contra Marcial Maciel eran un “complot” contra la Iglesia. Athié pensaba que el purpurado estaba mal informado y quería ofrecerle un testimonio de primera mano, pero se encontró con el rechazo inmediato del cardenal, que se reafirmó en sus declaraciones públicas.
Ante el desencuentro, Athié empezó a sufrir la persecución de Norberto Rivera, quien decidió bloquear su trabajo pastoral diario. Sin embargo, no se dio por vencido y siguió acudiendo a instancias eclesiásticas, esta vez al más alto nivel: Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a quien escribió una carta para contarle los abusos sexuales perpetrados por Maciel.
La respuesta de Ratzinger, según testimonio del obispo de Coatzacoalcos, Carlos Talavera, quien le entregó la misiva, fue contundente. Ratzinger decidió también proteger al agresor: “Lamentablemente el caso de Marcial Maciel no se puede abrir –le dijo luego de leer la carta de Athié– porque es una persona muy querida del papa Juan Pablo II y además ha hecho mucho bien a la Iglesia. Lo lamento, no es posible”.
El destierro
Han pasado 12 años desde aquella promesa hecha a Fernández Amenábar y Alberto Athié tiene por primera vez la oportunidad de ofrecer su testimonio ante un tribunal: “Los dos prelados (Rivera y Ratzinger) no sólo me ignoraron; concretamente el cardenal Rivera me retiró todas mis facultades de servicio que yo ofrecía al Episcopado Mexicano y me obligó a aceptar una nueva asignación que me forzaba a dejar México por Chicago durante un año sabático. Mientras estaba en Estados Unidos las noticias reportaban muchos casos de niños sujetos a abuso sexual por sacerdotes; por tanto, decidí contar a los medios todo lo que me había pasado y renuncié al sacerdocio en 2003”.
Su testimonio judicial tiene el propósito de aclarar tres áreas concretas: el significado de la palabra “chamaco”, el poder y la imagen de la Iglesia católica en México, y la procuración de justicia en este país.
Sobre el primer punto, Athié explica a las autoridades judiciales de California que la palabra “chamaco” significa “niño” y no un hombre de entre 18 y 30 años, como declaró el cardenal Norberto Rivera Carrera durante su interrogatorio, al referirse a quienes pernoctaron con el sacerdote Nicolás Aguilar Rivera en su domicilio, contiguo a la parroquia de San Gabriel en Cuacnopalan, Puebla. El reporte policial de esos hechos, ocurridos el 8 de agosto de 1986, señala que varios “chamacos” de las comunidades aledañas dormían de manera habitual con el cura.
Athié aclara: “chamaco nunca es un joven adulto entre 18 y 30 años”. Hace referencia al Diccionario de la lengua española y explica: “chamaco es una persona menor de edad”.
En entrevista añade: “Es la primera vez que escucho que un mexicano aplica la palabra ‘chamaco’ a personas de esas edades. Todos usamos esa palabra para definir a menores de edad, prácticamente estamos hablando similares, aunque no exactos. Me parece verdaderamente aberrante”.
En cuanto a la segunda cuestión abordada en la Corte Superior de California –el poder y la imagen de la Iglesia en México–, señala en el documento entregado que en este país la Iglesia es vista como una “institución poderosa” a escala cultural e institucional: “la institución eclesiástica es muy poderosa y los cardenales, obispos o sacerdotes tienen influencia en muchas decisiones económicas, políticas representativas y en los medios de comunicación: el control con respecto a las acciones en contra de ellos o de la institución”. Y como ejemplo, ofrece el tratamiento del caso Maciel por la mayoría de los medios mexicanos.
Para Athié, los casos de pederastia clerical no proceden en parte por la influencia extraordinaria de la Iglesia en las familias mexicanas.
Justicia, influencia y dinero
En el tercer aspecto indica: “La justicia en México es como un mecanismo que puede corromperse si alguien tiene influencia o dinero, y todos aquellos delincuentes que tienen influencia o dinero pueden ser protegidos”.
Añade: “La impunidad de muchos criminales es una constante en nuestra historia. La protección que las autoridades judiciales proveen a la Iglesia y sus ministros es de conocimiento común, como algo que opera casi permanentemente”.
Athié se pregunta: “¿Cuántos casos han procedido en México de todas las denuncias existentes? Primero habría que ver cuántas hay, porque muchas denuncias, supongo, han desaparecido. ¿Cuántas han procedido y cuántas han terminado en procesos judiciales y en sentencias? Debe de ser un porcentaje ridículo en función de los datos reales”.
Con base en estas estadísticas poco fiables, según Athié Gallo, la institución eclesiástica sostiene que en México no hay abusos sexuales en términos de violación: “Por eso monseñor Marcelino Hernández dice que aquí sólo hay manoseos, porque la Virgen de Guadalupe protege a los sacerdotes para que no terminen violando a los niños y solamente los toqueteen”.
La Corte Superior de California decidirá en próximos días si acepta la jurisdicción: “Ésta es una etapa histórica, porque pasamos del debate en los medios, como en el caso Maciel, cuando a pesar de toda la información el cardenal Rivera terminó riéndose, a dar un paso inédito, porque ya no estamos sólo sobre el pederasta Nicolás Aguilar, que sigue libre, sino sobre el delito del encubrimiento”.
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