Texto leído frente a la sede de los Juzgados de lo Penal
Jaume d'Urgell
Rebelión
Este comunicado fue leído en la concentración del jueves 4 de octubre, frente a la sede de los Juzgados de lo Penal, en la madrileña calle de Julián Camarillo, para exigir el respeto los derechos políticos de la ciudadanía. En la actualidad, el Estado español sigue persiguiendo a sus ciudadanos, procesándoles penalmente por delitos de opinión.
Ciudadanía de Madrid,
Hoy, jueves día 4 de octubre, debía tener lugar la celebración de la vista oral de un juicio, incoado a raíz de un hecho de carácter político, un acto de desobediencia civil pacífica, consistente en la reparación simbólica de un daño contra el conjunto de la sociedad: el 14 de mayo del año pasado, al cumplirse un mes del 75º aniversario de la proclamación de la Segunda República Española, en el transcurso de una manifestación espontánea, destinada a reivindicar el derecho de acceso a una vivienda digna y para protestar contra el elevado índice de precariedad laboral, al pasar frente al edificio que aloja la sede de los Juzgados del Contencioso Administrativo, decidí arriar la bandera del rey, legado de un criminal de guerra contra su propio pueblo, para izar en su lugar la legítima enseña de nuestro queridísimo país de países: la bandera roja, amarilla y morada, enarbolada por todos, elegida en las urnas y aprobada en las Cortes.
Hace ahora 76 años, los padres de nuestros padres salieron a estas mismas calles para festejar la proclamación de una segunda etapa de auténtica legitimidad institucional. Entonces, como ahora, el hartazgo popular ante la precariedad y la injusticia social, cuajó en una revolución incruenta, que se valió de un proceso electoral limpio y pacífico, para poner de manifiesto la total ausencia de autoridad de un monarca que, como el de hoy, había demostrado su capacidad para coexistir durante años, como pez en el agua, junto a un dictador militar, en el seno de un Estado totalitario.
Nos encontramos en 2007 y cada día que pasa se hace más difícil seguir ocultando lo que por otra parte es ya un secreto a voces: el engaño masivo de finales de los 70 toca a su fin. Monarquía y democracia son irreconciliables a la luz de la razón crítica.
Nos hemos puesto a pensar sin pedirle permiso a nadie, y como resultado, hemos llegado a la conclusión de que ya no somos niños: hemos alcanzado la madurez política, no necesitamos permanecer por más tiempo sometidos bajo la amenazante tutela de un militar no-electo, vitalicio y hereditario, designado a dedo por uno de los más execrables genocidas del S. XX. Admitir la figura del vigilante, nos restaría una libertad que nos es irrenunciable, por nosotros y para los que tengan que venir.
A quienes dicen que no sabemos en qué año vivimos, recordarles que basta asomarse a la Constitución vigente, para comprobar que en su articulado llega a aparecer el nombre propio de un individuo particular; que la jefatura del Estado todavía no es un cargo público; que en este país los jueces siguen emitiendo sus resoluciones en nombre del becario de Franco; que el ciudadano Juan Carlos Borbón conserva mando efectivo —literalmente "supremo"— sobre las Fuerzas Armadas, en lo que constituye un claro conflicto con la autoridad de nuestros representantes electos. En nuestro país, en la actualidad, este año como en los anteriores, al cooperador necesario de Franco, le pagaremos un sueldo de más de diez millones de euros, a cambio de asistir a fiestas, esquiar, navegar, atentar contra especies protegidas, abusar de su posición privilegiada, crecer y multiplicarse.
Una constitución así no es una verdadera Constitución, sino una nota de rescate, que recoge las condiciones y exigencias de un Ejército traidor, que todavía en 1975 mantenía secuestrada a su propia población civil, cautiva y desarmada.
Entonces, ¿quién es el anacrónico? ¿Los ciudadanos que aspiramos a conseguir una sociedad avanzada, seria, justa, ecuánime, pacífica, laica, plural y de Derecho? ¿O los súbditos que sienten la necesidad de someterse al dictado de una sola persona, que disponga de la facultad para sancionar y moderar incluso por encima de la autoridad de los representantes electos en las urnas?
¿Quién es el antidemócrata? ¿Los que defendemos la intervención del pueblo en los asuntos de la Cosa Pública a través de elecciones libres, periódicas, secretas y universales? ¿O quienes afirman que la voluntad mayoritaria de 12 millones de familias debe estar sometida al antojo de solo una?
¿Quién es el violento? ¿Los que perseguimos la paz a través de la palabra y las urnas? ¿O los herederos de quienes tras perder unas elecciones, optaron por destruir el Estado democrático, constitucional y de Derecho, mediante un golpe de Estado, seguido de un atentado terrorista masivo, llamado "Guerra Civil"? ¿Quién es el violento? ¿Un ciudadano que restituye la bandera del pueblo, en sustitución de un emblema impuesto por las armas y heredado mediante el miedo y el engaño? ¿O un militar autócrata que año tras año, celebra el día nacional presenciando un desfile de personas armadas, como si todavía viviera su mentor ideológico?
La institución de la monarquía es un timo insostenible, un insulto a la inteligencia colectiva. El rey es el símbolo de la desigualdad; el triunfo de lo arbitrario, un parásito a costa de una clase trabajadora, en cuyo seno, cada día somos más los que a duras penas conseguimos lo imprescindible para existir con dignidad.
Todavía en 2007, tenemos leyes medievales que sancionan el menoscabo del prestigio de la corona; leyes que mediante una severa disuasión penal, tratan de imponer el respeto a una determinada visión del país… pero el respeto impuesto mediante amenazas no es respeto, ni prestigio, sino simplemente miedo, o si lo preferís: terror.
Con todo, el rey es lo de menos; como el escudo o la bandera, que no son causa sino efecto… ni un país es solo un trapo, ni el Estado una sola persona. El funcionario jefe de Estado es solo la guinda del pastel… Los que saben de esto, pretenden convertir su símbolo en un señuelo… en otro instrumento para la distracción. Pretenden agitar al rey ante nuestras narices para que no prestemos atención a lo que realmente importa:
Importa la total ausencia de separación de poderes: cada cuatro años nos presentan unas listas cerradas con la idea de ofrecernos la vana ilusión de elegir entre los preelegidos, que optan a la composición de un Legislativo, que luego nombra al Ejecutivo de entre sus propio seno, y así, entre ambos, renuevan por tercios al Judicial; importa el hecho de que la Fiscalía se haya convertido en un instrumento partidista del Gobierno, nombrada por éste al mes de tomar posesión; importa el peligroso proceso de concentración mediática, destinado a desactivar la función social de los medios de comunicación; importan la impunidad y connivencia de una parte de la judicatura y la clase política, frente a los abusos cotidianos de los agentes de la represión oficial: el ejemplo más cercano lo tenemos en las manifestaciones par reivindicar el derecho a una vivienda digna y luchar contra la precariedad laboral: ¿Quién a lo largo de todo este año y medio, ha demostrado reiteradamente ejercer la fuerza bruta contra los miles de ciudadanos que nos hemos limitado a denunciar desequilibrios sociales en actitud cívica y no-violenta?
No se trata de abolir la Ley Sálica: no se puede esconder el avance de los tiempos, haciendo que la injusticia sea paritaria, porque no por ello dejaría de ser injusta.
Están preocupados. Este mismo lunes, el rey movió ficha, buscando un enroque que no conseguirá, puesto que después de 32 años de movimientos erróneos, la situación no le es favorable, no ya a él, sino que apenas queda margen de maniobra para salvar la "institución" que representa: su propia familia. Los fiscales se afanan en diagonal, mientras los antidisturbios avanzan como torres en mitad de un tablero que sabemos que nos pertenece, por la sencilla razón de que nosotros —los peones—, somos más.
El engaño es cada vez más insostenible. La mafia que acapara los poderes públicos sabe bien que para atajar el clima de inestabilidad política, ha llegado el momento de ceder margen a la presión social, que clama por reducir el vergonzoso déficit democrático que venimos arrastrando. Y, lamentablemente para quienes anteponen el aspecto estético a los principios éticos, eso significa que se van a quedar sin ceremonia de coronación.
La cuestión ya no es si ocurrirá, ni siquiera cuándo ocurrirá… lo crucial es mantenernos atentos a cómo será la República, para que no se desvirtúe el anhelo de la ciudadanía: en nuestra mano está que su advenimiento no se limite a una mera cuestión cosmética: debemos exigir todo el poder para el Pueblo.
Estos días estamos viendo como se acentúa la represión jurídico-policial por delitos de opinión: cuestionar el sistema está prohibido… un síntoma de lo endeble de su posición. Ante eso, hoy más que nunca, nuestras señas de identidad deben ser: la constancia, el valor, la cultura, la coherencia, la horizontalidad, el asamblearismo, la diversidad, la predisposición a sumar, la unidad de acción y la renuncia al odio y la violencia.
¡Salud y República!
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