por Francisco Curiel
www.refundacion.org.mx
Con motivo de la próxima sucesión de la dirección nacional del Partido de la Revolución Democrática en 2008, y definido Alejandro Encinas como uno de los principales contendientes para ocupar dicho cargo, vale la pena esbozar algunas líneas de trabajo de los retos que habrá
de enfrentar.
Por principio de cuentas, lo más elemental: la agenda de trabajo de Encinas es un enigma. A pesar de sus múltiples viajes y eventos, es bastante difícil saber en qué estado estará o cuales son sus próximas actividades. Si creemos que la comunicación social es pagar inserciones en la prensa escrita o poseer un buen directorio de periodistas, estamos equivocados. Hay bastantes mecanismos para lograr que alguien interesado en su campaña sepa donde escucharlo o verlo. Es urgente hacer pública su agenda de actividades.
En segundo lugar, las cuestiones de fondo.
La afiliación a contrareloj es lo prioritario durante las próximas semanas. Para sortear la trampa impuesta durante el Congreso Nacional del PRD, que limitó la elección interna a los afiliados, es importantísimo sumar nuevos adherentes. La convocatoria recientemente hecha en la prensa escrita es positiva, pero insuficiente. Fuera de los lectores habituales del diario La Jornada, nos parece que el llamado urgente a afiliarse por todo lo que esta elección significa no
ha repercutido lo suficiente. Amplísimos sectores de los municipios más recónditos del país no tienen mayor referencia sobre esto y aunque manifiestan su deseo de hacerlo, no saben dónde, ni con quién, ni cuando afiliarse. En efecto, crece el malestar contra la línea política de Nueva Izquierda, pero capitalizar este descontento a través de la afiliación a favor de Encinas no crece de manera paralela. La afiliación va rezagada con respecto al clima de rechazo a Los Chuchos, y se tienen escasos días para resolver la situación.
Encinas tiene frente a sí el problema de la antidemocracia interna del PRD. La vieja cultura priísta del fraude electoral permeó todos los ámbitos de la política nacional, incluido el de la vida interna de la izquierda partidista mexicana. El PRD no ha sabido dirimir sus contiendas internas a través del respeto al voto, la transparencia y la ecuanimidad. Es precisamente una de sus más grandes contradicciones: ha enarbolado una lucha contra el sistema a favor de elecciones libres e independientes, lucha que por cierto ha costado vidas humanas, pero ellos mismos no siempre han practicado el respeto al voto entre camaradas de partido. Nueva Izquierda es quizá el sector interno del PRD más proclive a este tipo de practicas: así nos lo
dejaron ver en 1999, cuando Los Chuchos cometieron todo tipo de fraudes electorales, al grado que dicha elección tuvo que ser anulada. Los mapaches de Nueva Izquierda compiten de tú a tú con los mapaches del PRI.
El problema de Encinas no se restringe a construir una coraza contra los fraudes internos que probablemente se atrevan a cometer en su contra sus adversarios, sino cuidar que los grupos que lo apoyan a él no incurran en el mismo error. La confianza en ese sentido es plena hacia Encinas, pero no hacia sus aliados. Toda la autoridad moral acumulada por Encinas durante los últimos años se vendría abajo con un solo voto fraudulento a su favor. El riesgo es latente. Los grupos internos perredistas que conformaron Izquierda Unida, que es el frente que lo impulsa, no son precisamente un dechado de virtudes: ya han dado muestras de que son capaces de ensuciarse las manos cuando sus intereses se ven amenazados. Es, pues, uno de sus principales retos: lograr ganar con votos reales, limpios, y frenar a toda costa los probables excesos en que sus aliados puedan incurrir.
Al igual que le ocurrió a López Obrador, se corre el riesgo de que los cabecillas de las corrientes agrupadas en Izquierda Unida monopolicen la organización de la campaña de Encinas en los estados y, fieles a su sectarismo, inhiban de esta manera la participación y la afiliación.
La idea del propio Encinas de abrir las puertas se va enfrentar con éstas inercias locales que utilizan su imagen y sus eventos de campaña en elementos para fortalecerse a sí mismos, aún a costa de excluir a sectores afines al mismo proyecto. Sectores que apoyaron a López Obrador durante el 2006 que al mismo tiempo son duros críticos de las facciones internas, ven con buenos ojos la candidatura de Encinas: encuentran en él la posibilidad de realizar una limpia de las estructuras burocráticas y anquilosadas que actualmente controlan al partido. Pero su disposición se puede malograr si se topan con la cerrazón de las corrientes, que siempre van a minimizar esfuerzos que no sean los de ellos.
El problema es que esos sectores "ciudadanos" no están organizados a nivel nacional y sólo excepcionalmente lo están en algunos estados o regiones del país. Y resulta bastante complicado, en esas condiciones, integrarlos a través de la afiliación en tan sólo unas semanas. Al no existir voceros visibles de ese amplio abanico político, el propio Encinas tiene que convertirse en cabeza de ellos, lo que significa comenzar por organizarlos. No basta lanzar discursos de autoproclamación como el candidato de los militantes y no de las corrientes, sino que es necesario que él mismo los convoque y aglutine en un espacio libre de facciones. Que se integren a Izquierda Unida, pero con una identidad propia. Con seguridad, en sus recorridos por el interior de la república Encinas debe estar encontrando muchísimos de estos grupos. Nos parece importante que bajo una convocatoria del propio Encinas se aglutine toda esa fuerza.
Alejandro Encinas tiene frente a sí lo que consideramos ha sido el mayor problema: la existencia del PRD como una federación de corrientes. El objetivo va más allá de ganarle a Jesús Ortega y a Nueva Izquierda: hay que derrotar las condiciones políticas internas que propiciaron que las corrientes se volvieran la institucionalidad sui generis del partido. El discurso comienza a sonar repetitivo, casi una perogrullada, pero no debe dejar de señalarse que las corrientes han desfondado electoralmente al PRD, que son grupos de interés antes que expresiones políticas, que han demostrado su disfuncionalidad con el movimiento obradorista, que aislan al PRD de la gente y que impide que el partido se consolide como la fuerza política mayoritaria de México.
Los miembros de las corrientes han construido una "razón de Estado" para justificar su existencia al decir que ellos han logrado los mayores logros electorales de la izquierda partidista en México. Nada más falso. Los mayores logros electorales del partido obedecen al
arraigo social de dos líderes y a movimientos sociales insertos en procesos electorales antes que al trabajo partidista territorial. Han sido más fuertes, electoralmente hablando, los liderazgos de Cárdenas y López Obrador que las estructuras del partido construidas en 18
años. De ahí que se levantara la votación en las elecciones federales del 2006, pero no se reprodujera en las elecciones locales posteriores. Nadie quiere la concentración del poder en una sola persona, sólo señalamos que proponerse eliminar las condiciones endógenas que alimentaron el crecimiento de las corrientes debe convertirse en una de las mayores prioridades para darle contenido a la campaña y para ofrecer garantías de inclusión real.
El mayor reto es convertir la elección interna en un proceso que implique la refundación del PRD. Si todo se limita a un enfrentamiento entre alianzas de corrientes para llegar mejor posicionados de cara a las candidaturas del 2009, el proyecto de Encinas no tiene razón de ser. Nueva Izquierda sólo piensa en ampliar su hegemonía para imponer una línea política colaboracionista con el régimen usurpador de Felipe Calderón, que como todos sabemos es lo opuesto a las aspiraciones del movimiento social que está detrás de Andrés Manuel López Obrador. Si existe la posibilidad de que emane un planteamiento que renueve de fondo el proyecto del PRD, esa posibilidad está en Alejandro Encinas.
En ese sentido, todos aquellos que no militan en facciones o corrientes tienen una importante responsabilidad: en un primer momento, afiliarse para impulsar ese proyecto y ampliar el margen de maniobra del propio Encinas ante sus aliados, y en un segundo momento para que obtenga el voto mayoritario en 2008. Encinas, por su parte, debe fortalecerse más ante las corrientes que lo apoyan, de quienes ahora depende porque son quienes le están construyendo su campaña y le están acercando una base de votos lo suficientemente competitiva. Se debe dar el salto de la fase discursiva a un proyecto que rompa con la dependencia hacia las corrientes, que acerque a los sectores excluidos y crezca por sí mismo.
En ese mismo sentido, el discurso de Alejandro Encinas fue acertado durante los días previos y posteriores al Congreso Nacional del PRD, pero hoy tiene que cambiar. Ante el acoso de la prensa, ávida por resaltar los enfrentamientos al interior del partido, fue prudente la actitud conciliadora de Encinas. Pero debemos entender que a estas alturas ese discurso blando comienza a desanimar a sus propios seguidores. Coloquialmente hablando, nos parece que es tiempo de subirse al ring, cuidando siempre de no generar guerra sucia. Es hora de manejar un discurso enérgico y contundente que remarque las diferencias con Nueva Izquierda: hay que señalar sus errores y sus incongruencias. Construir una identidad es señalar en qué somos
diferentes: ya es tiempo de decir con todas sus letras que consideramos a Nueva Izquierda como una fuerza políticamente claudicante.
Hay que ganarle a Nueva Izquierda con amplio margen: hacer patente el rechazo a su línea política y reprobarlos en las urnas. Ese triunfo no se va a dar a menos que la campaña de Encinas sobrepase la base electoral que le están proporcionando sus aliados. Trascender esa
fuerza implica ir directamente por los no organizados y por los excluidos. Encinas no debe esperar operadores que hagan esa labor: él debe convertirse en la figura visible de esa nueva fuerza. La va a necesitar para que no le aten las manos y para impulsar los cambios que enfrentaran resistencia por parte de las corrientes. Encinas se debe empeñar denodadamente por reconstruir al partido más importante de la izquierda en México. Quizá él sea la última oportunidad para lograrlo.
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