Javier Oliva Posada
Nuevamente nos encontramos en uno de esos momentos en los que el debate por la definición y contenido de ideologías anuncia profundos cambios tanto en los objetivos de los programas de los partidos políticos como de gobiernos en funciones. En particular, luego de los comicios en Francia, del proceso prelectoral en Estados Unidos, del renacimiento del nacionalismo en Rusia y los planes de Vladimir Putin, sin olvidar las elecciones generales en España para marzo de 2008, muchos temas habrán de ser revisados y discutidos. Por otra parte, en Latinoamérica el ambiente no es menos intenso.
La Asamblea Constituyente en Ecuador, los gobiernos de Evo Morales y Hugo Chávez, el proceso electoral en Argentina, así como las constantes sacudidas políticas en el Partido de los Trabajadores de Brasil nos aportan gran cantidad de elementos para alimentar una polémica que en México comienza a darse. En efecto, ante la contienda interna del PRD por la dirigencia nacional, la emergencia de movimientos sociales y de protesta en distintas partes del país anuncia lo que puede convertirse en el debate más fructífero y útil para los siguientes años.
Definirse ideológicamente significa adoptar una posición ante los demás contendientes. A la derecha nunca le ha gustado definirse como derecha. Centro, centro-derecha, neoliberal, demócrata cristiana, pero la asociación al conservadurismo, a la predilección por mantener los privilegios de la situación prevaleciente, con políticas fiscales que benefician la acumulación y al capital en deterioro de los trabajadores y empleados son evidencias de una posición ideológica que pretende marcar los límites a la movilización popular.
Recientemente Samuel Huntington expresó: “No me considero neoconservador. Siempre he sido conservador” (“Les droites au povoir”, Le Monde). Es decir, la derecha, como la que gobierna en México, a pesar de los aspectos cronológicos, de los avances tecnológicos y de la capacidad de influencia de los medios comunicación, o de la irrupción de nuevas generaciones en el escenario social, busca anteponer el orden a la justicia social, o bien pretende resolver la problemática social desde el promontorio aséptico de medidas macroeconómicas, lo que demuestra la identidad de los compromisos que la llevó al poder. A juzgar por los muy discutidos y dudosos resultados electorales de julio de 2006, los aliados fueron pocos y difíciles de convencer.
Con estas referencias el debate por venir de las fuerzas progresistas, identificadas con una agenda en la cual las necesidades sociales son la base de medidas y programas, se situará en la convergencia de acciones específicas; sólo así podrá sobrepasar el largo y estéril alegato que termina por dividir y fragmentar esfuerzos. Lamentablemente, la historia así lo demuestra. Una izquierda dividida es involuntariamente el mejor aliado de la derecha gobernante. La falta de cohesión de las posiciones de vanguardia social con frecuencia es el referente para abrir las puertas a la entronización de programas que al final del día perjudican a todos esos segmentos que presumen de altos niveles de conciencia y organización.
Ya vienen los debates acerca de la propiedad de la nación sobre los energéticos y el petróleo en primer lugar; se acerca el momento de analizar si por estar al día o dejar atrás otras épocas de la diplomacia, México formará parte de operaciones militares conjuntas. La identidad con los valores de la nación tal vez sería un punto de arranque importante a defender, al menos marcar un límite al desmantelamiento del Estado, ahora desde la perspectiva de su naturaleza. Eso es lo que estará en juego.
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