El apoyo de Venezuela ayuda a mejorar el emblemático barrio de Nueva York
Isabel Piquer
Público
Fidel Castro tenía Harlem, Hugo Chávez prefiere el Bronx. En otoño de 2005, el presidente venezolano, aprovechando una visita a las Naciones Unidas, se dio un baño de multitudes en el distrito neoyorquino, símbolo durante años de la ruina urbana y social de la ciudad, y tomó una iniciativa sin precedentes: distribuir combustible barato a miles de hogares sin recursos. El programa, financiado por Citgo, una subsidiaria de la empresa estatal Petróleos de Venezuela basada en Houston (Texas), ha sido bien acogido, aunque ha despertado ciertas protestas. Desde este verano financia además decenas de organizaciones comunitarias por todo el país.
“Supimos que estaban dando subvenciones, nos presentamos y nos aceptaron”, explica Kelly Terry-Sepúlveda, la subdirectora de The Point, una asociación vecinal que imparte clases a los jóvenes de Hunts Point, uno de los barrios más duros del Bronx. El centro ocupa un antiguo hangar en una zona semindustrial. El aula principal está tapizada de fotos y dibujos, imágenes infantiles que contrastan con los grafitis de la calle. Mientras Kelly habla, una docena de niños entra por la puerta y se lanza sobre los vasos de zumo de manzana y las galletas de mantequilla de cacahuete. Este mes ha recibido 60.000 dólares (unos 40.000 euros) para organizar parte de la rehabilitación del estuario del río Bronx, que separa el distrito de la isla de Manhattan. “Esta solía ser una zona muy insalubre, de hecho, el 17% de los niños en edad escolar de este barrio tiene asma, el doble que el resto de Nueva York, debido a todos los residuos”.
El Bronx sigue siendo un barrio marginado, uno de los distritos más pobres de Estados Unidos, pero ya no es la zona de guerra de la emblemática Charlotte Street que visitó el presidente Jimmy Carter en 1977. Fue el año del apagón, de la ola de asesinatos en serie que luego plasmaría el director Spike Lee en Summer of Sam, y de la frase que durante años definió aquella época, “el Bronx está ardiendo”. La había soltado el cronista deportivo Howard Cosell, en una final de beisbol en el estado de los Yankees, al ver la humareda en el horizonte.
Más salsa que hip hop
Hubo un tiempo en que era más barato quemar los edificios, y cobrar el seguro, que mantenerlos. Los implacables programas urbanísticos de los años 60 habían acabado con el tejido social de un barrio de inmigrantes irlandeses, judíos e italianos, para construir la autopista, que sigue partiendo el Bronx en dos, y creado un infierno de delincuencia y droga. Era otro Nueva York, el e la epidemia de crack y la Hoguera de las Vanidades.
Ahora se tarda media hora en llegar de Park Avenue a Charlotte Street. Los edificios han sido rehabilitados. Entre prestamistas y locutorios, las grandes cadenas comerciales han instalado sus tiendas. En las calles, se escucha ahora más salsa que hip hop. La mayoría de su millón y medio de habitantes son latinos, esencialmente puertorriqueños y dominicanos, aunque en los últimos años han empezado a llegar inmigrantes de Ghana y Senegal.
Al igual que el resto de Nueva York, la fiebre inmobiliaria también ha contagiado al Bronx. Los Yankees están construyendo un nuevo estadio y un gigantesco centro comercial, de 800 millones de dólares y el alcalde, Michael Bloomberg ha prometido transformar sus vertederos industriales en zonas verdes.
“El Bronx ya no es tan peligroso”
Pero el estigma perdura. Aquí está la cárcel más grande de Nueva York, en Rykers Island, y otra está en proyecto. El Bronx Times sigue dedicando cada semana una página entera a los tiroteos y asesinatos que ocurren en las nueve comisarias del barrio. “El Bronx ha cambiado, ya no es tan peligroso como cuando era pequeña, pero todavía nos queda mucho camino por recorrer y no tenemos dinero”, dice Kelly.
En septiembre de 2005 llegó Chávez. Habló del Che, criticó la ONU, bailó salsa, tocó las congas, visitó varios centros culturales, se entrevistó con responsables latinos, y prometió salvar al planeta. “Me encuentro gratamente con el alma del pueblo americano y cuando digo americano no me refiero al estadounidense. Aquí me he encontrado con esta América unida, con este foro de los pueblos de las Américas concentrado en un espacio lleno de vida, magia y música que me impacta”, declaró el líder venezolano. Unos meses después llegaba el combustible.
“El pasado invierno, Citgo distribuyó más de 90 millones de litros de carburante con un descuento del 40% a más de 100.000 hogares en Nueva York; de aquí a 2010 vamos a distribuir cuatro millones de dólares a asociaciones comunitarias del Sur del Bronx”, explica desde Houston Fernando Garay, portavoz de la petrolera. De momento, nueve centros se han acogido al nuevo programa.
El combustible barato también se distribuye a otros 18 estados del país incluidas poblaciones indígenas de Alaska, Maine, Nueva York, Minnesota, Montana y Michigan. Al año de lanzar su peculiar empresa, Chávez quiso conocer los resultados de primera mano. “En verano del 2006, nos invitó a verle. Las autoridades venezolanas nos hicieron visitar el país, dimos una rueda de prensa y el presidente nos agasajó con una recepción por todo lo alto. Quería saber detalles de nuestras vidas y conocer nuestra opinión. Ahí fue cuando una mujer de Filadelfia le contó lo duro que le parecía todo y lo mucho que necesitaba fondos. Así surgieron las nuevas ayudas”, cuenta Pamela Babb, un de las responsables de la inmobiliaria Mount Hope que gestiona 31 viviendas sociales que alojan a más de 5.000 personas. “Gracias al carburante rebajado, nuestros inquilinos han ahorrado 160 dólares en cuatro meses, es mucho para ellos”, dice Babb. Ahora Mount Hope ha recibido 76.000 dólares para montar un servicio de guardería. Los otros centros tienen cantidades similares para crear cooperativas vecinales, organizar clases de informática, seminarios sobre vida familiar o incluso formar curanderas.
Fidel Castro en Harlem
Los desheredados estadounidenses provocan una irresistible atracción en los líderes marginados por Washington. En 1960, Castro decidió alojar a toda su delegación en el hotel Theresa, un establecimiento emblemático de Harlem, para solidarizarse con sus pobres y entrevistarse con Malcolm X. Volvió 40 años más tarde, aprovechando otra visita a la ONU, para arengar a 3.000 personas durante cuatro horas en la iglesia de Riverside y proclamar: “aquí encuentro a mis auténticos amigos”.
Algo parecido le ocurrió a Chávez y su iniciativa ha provocado cierto revuelo político, sobre todo a nivel local, entre el congresista demócrata José Serrano, representante del Bronx, quien tuvo la idea de invitar a Chávez, y el presidente del condado, Aldolfo Carrión que prefiría ver al presidente de Venezuela ocuparse de “los problemas de su propio país”. “Este programa está hecho para avergonzarnos”, comentaba a The New York Times Larry Goldstein, presidente de la Fundación para la Industria Petrolífera, en 2005, “Chávez es listo, inteligente y tiene intención de provocarnos, donde pueda y cuando pueda”.
Los beneficiados prefieren mantenerse al margen de la polémica. “Me parece una buena iniciativa pero consideramos a Citgo como a un patrocinador más”, dice Terry-Sepúlveda mientras mece a su hijo. “Nuestros estatutos no nos permiten hacer política, además no se trata de eso, se trata de ayudar a los niños. Si el presidente Bush viniera y me ofreciera el dinero, lo aceptaría”.
“El Bronx está en pleno auge”
“A nosotros no nos importa que sea dinero de Venezuela”, asegura el director de Mount Hope, Shaun Belle. Y añade: “Todavía estoy esperando a que me llame Exxon. No dudo de que tenga obras benéficas pero no nos han incluido. Recibimos dinero de muchos bancos a través de sus fundaciones, incluso del Departamento de Justicia, pero Citgo es la única petrolera de este país que ha llamado a nuestra puerta”.
El estruendo del metro retumba en su oficina. Belle se mudará, a primeros de año, unas calles más abajo a un nuevo edificio de oficinas que ha costado 15 millones de dólares. “El Bronx no está ardiendo, el Bronx está en pleno auge”, dice.
Cuando estudiaba para profesora, Kelly Terry-Sepúlveda, de la asocición vecinal The Point, estuvo pensando seriamente en mudarse. “Tuve la suerte de tener padres que me educaron muy bien pero yo de pequeña sabía en qué esquina se vendía droga”. Pero prefirió quedarse. “Aquí nació el hip hop que ha conquistado el mundo, algo bueno debemos de tener”.
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