José Agustín Ortiz Pinchetti
Mientras el gobierno y la clase política parecen empeñados –con éxito– en generar cortinas de humo para tapar los problemas nacionales, Andrés Manuel López Obrador continúa su terco propósito de visitar los 217 municipios de Puebla. Hoy, por ejemplo, remontará la sierra para visitar Coatepec, el único al que no había podido llegar por los deslaves que inutilizaron los pésimos caminos. Este día rematará la hazaña (tarea no cumplida por ninguno de los gobernadores). Ha logrado credencializar en su movimiento en Puebla a 40 mil personas, y a los mítines habrán acudido más de 100 mil. La prensa local, la televisión y los periódicos de la ciudad de México no difunden ni interpretan estos hechos. AMLO llegará a mil mítines en todo el país y a 170 mil adherentes este diciembre.
La semana pasada, AMLO interrumpió un discurso para encarar a un hombre que observaba el mitin. Le preguntó si era del Cisen (centro de investigación política dependiente de la Secretaría de Gobernación) y el espía, sorprendido, contestó que sí. Los viajes de AMLO parecen tener poco interés para los reporteros y analistas. No así para los espías de la inteligencia militar, la Policía Federal Preventiva y los propios agentes de los gobernadores. Esta intromisión viola los derechos de López Obrador y de sus seguidores, pero demuestra que el gobierno federal no confía en la desaparición del movimiento de AMLO y no sin alarma calcula la dimensión del fenómeno.
¿Y qué sucede en el resto del país? Las evidencias de fraudes, abusos, saqueos, imprevisiones criminales aparecen y desaparecen en los medios sin dejar huella. Por ejemplo: la inundación de Tabasco y de su capital afectó a un millón de personas y pudo ser evitada. Los tres últimos gobernadores de esa entidad, impuestos con fraudes electorales, han desviado recursos destinados justamente a prevenir y evitar inundaciones. Sólo Pemex transfirió donativos por mil 970 millones a Madrazo y Andrade. Granier recibió 274. No hay evidencia de su uso apropiado y sí de enriquecimiento inexplicable y despilfarro burocrático denunciados una semana antes por el senador Arturo Núñez.
Lo escalofriante es que este desastre y todos los demás no parecen provocar iracundia en la población. Algunos piensan que somos una nación de sonámbulos. Yo no lo creo. Nuestro pueblo es realista y sabe que la única institución que opera en México es la impunidad. Las organizaciones intermedias no funcionan para generar justicia. Los partidos están empeñados en discusiones absurdas. Algunas ONG son activas y despiertas, pero no tienen capacidad para influir en el poder. La Iglesia está dedicada a predicar sometimiento. Los medios a adormecer a la opinión pública en favor del gobierno y la oligarquía.
Uno se pregunta si el aumento cuantitativo de escándalos podría provocar un cambio cualitativo en la conciencia pública. No creo que esto se produzca en los próximos meses. Salvo que haya una ruptura económica mayor, la inercia va a imponerse. La liviandad de los críticos puede mantener la ilusión de que la decadencia no existe y que debemos olvidar las fechorías. Será el despertar político convertido en organización el que podrá sacudir las mentes e impulsar las voluntades en favor de un cambio.
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