León García Soler
La Quinta Grijalva es albergue para los que escaparon a la furia de los ríos que se salieron de madre y devolvieron a las aguas las tierras bajas que la desmesura tropical y la avaricia rellenaron, fraccionaron y vendieron. Pero el diluvio que vino mal se remedia con la decisión de castigar “a quienes incurran en pillaje o lucro”, fuera ayer o sea hoy que Tabasco está bajo el agua y al borde del estallido social.
Junto a la añeja corrupción flotan los recursos retenidos por el sector financiero del gobierno federal, en homenaje al fetichismo de la austeridad traducida al subejercicio fiscal; entre las escuelas y hospitales hundidos en el fango, mientras el éxodo de cientos de miles exhibe la pobreza de los habitantes de la tierra pródiga, José Luis Luege, inexplicable titular de Conagua, declara pomposamente que no hacen falta maquinaria pesada y equipos para bombear las aguas que, al fin y al cabo, la naturaleza se encargará de volver a su cauce, de evaporarlas: lo del agua al agua y el laissez faire, laissez passer, como rito de la resignación y rueda de molino al cuello de los pobladores del Edén. Con razón proclama el presidente Felipe Calderón que se reconstruirá Tabasco cueste lo que cueste.
Sería absurdo, hasta contraproducente, que los opositores a ultranza desestimen la activa presencia presidencial en la zona de desastre. Pero lo harán algunos. Contraparte de los que buscan los fantasmas de Roberto Madrazo y Manuel Andrade en la Quinta Grijalva, para que encarnen la corrupción y la ineficiencia que mantiene inconclusas la obras hidráulicas del llano tabasqueño: 10 metros sobre el nivel del mar y al filo del agua de los ríos. Los enemigos del realismo mágico ya condenan la ausencia del “presidente legítimo” de su tierra natal, aunque Andrés Manuel López Obrador anunció a los medios electrónicos que esta semana irá a Tabasco, en cuanto se reúnan los auxilios requeridos. Llueve lodo a partir del vuelco.
Salpica nuestra patética clase dominante, nuestra opaca y pacata oligarquía que, según el Banco de México, Sancta Sanctorum de la ortodoxia neoconservadora, descansa en un marco institucional inapropiado “que promueve la extracción de rentas”. Chapotea el sistema plural de partidos que pareció encontrar rumbo al acuerdo parlamentario y promueve, al mismo tiempo, fortalecer al presidencialismo que se propuso acotar y constituir al Legislativo en contrapeso del Ejecutivo. Algo así como el espíritu de Montesquieu sin enterarse que en los Papeles del Federalista, Madison, Jay y Hamilton postularon el sistema de pesos y contrapesos para hacer viable la separación de poderes. La levedad de la evolución que suplió a la revolución sin disparar un tiro, a puro golpe de voluntarismo; renegar del determinismo histórico para abrazar el fatalismo financiero y poner al Estado al servicio de los dueños del dinero.
Por eso inquieta, duele que ante la magnitud de la tragedia nacional del diluvio en Tabasco, el presidente Felipe Calderón no haya comprometido los recursos públicos, las fuerzas, el dinero, las capacidades del Estado mexicano. Cierto, las fuerzas armadas han actuado con oportunidad y eficacia en labores de salvamento, sanidad, transporte de alimentos, agua, medicinas y cuanto ha sido necesario, desde el Distrito Federal hasta Villahermosa. Y en Chiapas, donde los que menos tienen lo pierden todo una vez más. Cierto, Felipe Calderón llamó a la solidaridad de los mexicanos y la respuesta ha sido noble y generosa. Pero la voz oficial invocó a la filantropía, a la caridad cristiana, a la colaboración para el bien común. Pero la dimensión del desastre, la escala de la destrucción y la amenaza creciente, obligaban a comprometer los recursos públicos que fueran necesarios.
Gran lanzada al moro muerto, al ogro filantrópico, al este del Edén, en tierras ribereñas de fundos petroleros que en el sexenio de la alternancia produjeron a las arcas públicas el mayor ingreso de dólares de nuestra historia. El ingreso extraordinario por los altos precios del petróleo se dispersó en el gasto corriente, los excedentes destinados a las entidades federales se guardan bajo llave: para una emergencia, dirían los de la estabilidad sin crecimiento. ¿Les parecerá poca la de los tabasqueños, en cuyas tierras y costas se explota el oro negro y hoy padecen la inundación desastrosa que todavía no cobra vidas, pero lo hará? El Estado es y nadie puede decir hoy que antes de él, el diluvio. Menos mal que se ha restaurado el federalismo y los vecinos tendieron la mano a sus hermanos del sur pobre asentado sobre la riqueza.
La Quinta Grijalva, residencia del gobernador, sede del sueño de poder tropical, es hoy albergue para refugiados: gesto respetable del gobernador Andrés Granier Melo; homenaje involuntario a la desmesura del socialismo puritano de Garrido Canabal. Veracruz, gobernado por Fidel Herrera Beltrán, político de vocación, ha recibido en Minatitlán y Coatzacoalcos a miles que son transportados gratuitamente por camioneros y voluntarios. En Oaxaca vuelve la tensión entre el gobierno y militantes de la APPO que pretendían levantar una barricada y bloquear el crucero de Cinco Señores; Ulises Ruiz permanece y el gobierno cuya desaparición se ha pedido tantas veces, se hace presente en auxilio de los tabasqueños. No sólo el sureste: Enrique Peña desde el estado de México, Marcelo Ebrard, desde el Distrito Federal.
Pero llueve sobre mojado. Pemex recupera lentamente el nivel de producción en el Golfo de México. El precio del barril de crudo sigue al alza. Y las ambiciones de los arribistas que vieron tambalearse al director general de Pemex y pensaron que Jesús Reyes Heroles volvería a cometer el error de guardar silencio y dejar a otras instancias la información del choque de plataformas y la fallida evacuación en plena tormenta que costó la vida a trabajadores y mostró las fallas y limitaciones en mantenimiento y capacitación en el uso de equipos de salvamento. Bastante confusión reina por la irresponsabilidad que reproduce declaraciones sin ton ni son, como para callar y no asumir la responsabilidad de investigar y resolver las causas de los accidentes en una industria de riesgo, que no se reduce al de inversiones. Mucho menos al de contratos de riesgo a los que puso fin otro director de Pemex, Jesús Reyes Heroles, el de Tuxpan.
Las aguas volverán a su cauce. Y volveremos a chapotear en el lodazal de los dimes y diretes del incontinente señor Fox, sus amigos; de las mojigangas del comunicador Fernández No-roña, hazmerreír de izquierdas otrora capaces de transmitir el sentimiento de la tragedia inminente, o de su repetición en la historia como farsa. Y a las pastorelas sangrientas de la mochería y la clerigalla de Jalisco, maniqueísmo de nepotes de cardenal y sacristanes del Palacio de Cobián.
Y mientras Ejecutivo y Legislativo deciden cómo compartir el poder en ilusorio régimen semipresidencial, o semiparlamentario, la terca realidad los mantiene atados a las encuestas electorales. En Michoacán va a ganar el abanderado del cardenismo, Leonel Godoy, a pesar de la campaña sucia de última hora y diseño importado. En Tamaulipas, todos, pero todos los municipios van a ser para el PRI. Como para la celebración de Día de Muertos que gozan de cabal salud.
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