Alejandro Nadal
El 11 de diciembre se presentó un gigantesco pastel de cumpleaños en Bali para festejar el décimo cumpleaños del Protocolo de Kyoto. A 10 años de su nacimiento, este tratado sobre emisiones de gases invernadero sigue siendo el más ambicioso instrumento regulatorio para enfrentar el calentamiento global. Pero ni el enorme pastel ni el ruido de la fiesta pudieron opacar el sentimiento de frustración que marca los días finales de la conferencia de las partes que se desarrolla en Bali.
El objetivo central de ésta no es afinar un nuevo tratado. Sin embargo, la reunión debe concluir con un mapa para que en los próximos meses la comunidad internacional pueda avanzar hacia un nuevo tratado, más robusto y efectivo que el Protocolo de Kyoto. Faltan sólo tres días para que concluya la conferencia, y todavía no hay nada firme.
El secretariado de Naciones Unidas para el cambio climático decidió publicar el borrador de declaración final desde el fin de semana. Ese texto debe ser discutido por los delegados de 185 países participantes para llegar a una conclusión este viernes. El secretariado pensó que al dar a conocer un proyecto de declaración presionaría a los principales responsables de las emisiones de gases invernadero. Por eso en el borrador figuraba ya una meta cuantitativa: para el año 2020 las naciones desarrolladas estarían obligadas a reducir los niveles de emisiones de gases invernadero entre 25 por ciento y 40 por ciento con respecto a los niveles de 1990.
El Panel Intergubernmanetal sobre Cambio Climático (IPCC) calcula que ese nivel de reducciones es necesario si se quiere limitar el cambio de temperatura promedio global a dos grados centígrados. Incrementos superiores marcarían un deterioro en los niveles de bienestar de miles de millones de personas en todo el mundo, pero los más afectados serán los países pobres.
Las metas cuantitativas fueron promovidas por la Unión Europea, pero fueron rechazadas tajantemente por Estados Unidos, Japón, Canadá y Australia. La delegación estadunidense declaró que fijar una meta cuantitativa era irrealista y tendría efectos dañinos en el futuro. Añadió que para Washington lo principal es definir una ruta para los próximos dos años, más que un marco de referencia preciso y metas cuantitativas, con lo que nuevamente dejó ver sus tácticas dilatorias al insistir en que los datos del IPCC están marcados por la incertidumbre y no constituyen una referencia científica robusta e inapelable. Una cosa es clara: mientras la economía estadunidense se prepara para una fuerte recesión, su rechazo a invertir en mitigar el cambio climático es absoluto.
Los países europeos han sostenido en Bali que se necesita una meta cuantitativa para llamar la atención sobre la verdadera dimensión del problema y para iniciar el largo proceso de cambio tecnológico que permitirá reducir las emisiones. Las mutaciones tecnológicas tendrán que llevarse a cabo en las industrias intensivas en energía, en los medios de transporte y en el sector residencial y municipal. Se trata de un proceso de cambio sistémico y la Unión Europea considera necesario arrancar desde ahora si se quiere evitar que las concentraciones de gases invernadero rebasen el nivel de las 450 ppm para el año 2050 y que el aumento de temperatura supere los dos grados centígrados.
Desgraciadamente, las metas cuantitativas desaparecieron de la última versión del borrador de declaración final en Bali. Nuevamente prevaleció la posición irresponsable de Estados Unidos.
Mientras tanto, las iniciativas se multiplican en desorden al acercarse el final de la conferencia. Rusia propuso que las naciones en vías de desarrollo adopten compromisos voluntarios sobre reducciones de emisiones. Esos compromisos podrían implicar metas de reducciones agregadas o por sectores, o metas de eficiencia energética (por ejemplo, reducciones en intensidad energética por unidad de PIB). La propuesta rusa añade la posibilidad de que esas metas voluntarias estén condicionadas a la disponibilidad de ayuda financiera y tecnológica del exterior. Australia y Japón se han pronunciado a favor de la iniciativa rusa, pero China e India están en contra.
La semana pasada corrió el rumor en Bali de que el GEF, fondo para el medio ambiente mundial que reside en el Banco Mundial, se encargaría de administrar todos los recursos financieros dirigidos a los países en desarrollo para sus planes de mitigación y adaptación. Ese rumor no fue confirmado, pero los países ricos estarían contentos con un arreglo de ese tipo: el GEF sería un poderoso mecanismo de presión para que los estados del sur arreglen su política económica al ritmo que le gusta al Banco Mundial. China y el G77 han manifestado un rechazo rotundo a este tipo de arreglos, pero esa pugna entre norte y sur no es un buen presagio para el futuro régimen sobre cambio climático.
Diez años de vida del Protocolo de Kyoto. Poco que celebrar y todos lo vamos a lamentar. Extraña fiesta de cumpleaños, la conferencia en Bali. Todo parece más bien un confuso velorio cuando el difunto está a punto de despedirse.
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