Editorial
Dos explosiones, reivindicadas por la organización terrorista Al Qaeda, cimbraron ayer la ciudad de Argel, capital de Argelia: la primera ocurrió en las inmediaciones de la Corte Suprema de Justicia y la segunda en las cercanías de la sede del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR. El número de víctimas fatales asciende a 26, según el gobierno argelino, pero fuentes extraoficiales de los hospitales han señalado que más de 60 personas perdieron la vida, entre ellas varios empleados de la ONU, y se espera que esta cifra aumente conforme avancen las tareas de remoción de los escombros.
Las expresiones de condena de la comunidad internacional no se hicieron esperar: el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, calificó los atentados de “abyectamente cobardes”; el mandatario francés, Nicolas Sarkozy, los llamó “una nueva forma de barbarie”; el gobierno español condenó “con toda firmeza” estos ataques terroristas, en tanto que la Casa Blanca se refirió a ellos como “actos de violencia insensata” cometidos por “los enemigos de la raza humana”.
En efecto, los ataques perpetrados ayer en Argel son, desde cualquier perspectiva, actos repudiables e insensatos. Sin embargo, estos atentados ponen en evidencia la inutilidad de la llamada “guerra contra el terrorismo”, que Washington y sus aliados emprendieron hace más de seis años con la invasión de Afganistán y, posteriormente, de Irak. La duración de este conflicto, por cierto, es un indicador de su ineficacia: la cruzada bélica emprendida por Bush ha durado ya más que la Segunda Guerra Mundial, el conflicto armado más grande y sangriento de la historia, en el que los países aliados se enfrentaron a un eje encabezado por una gran potencia militar y económica. Evidentemente, no es lo mismo acabar con un régimen como el de la Alemania nazi, que contaba con el sustento de una economía y una industria armamamentista desarrollada, que perseguir por el mundo a un grupo de fanáticos dispersos que habitan en la clandestinidad, pero que siguen teniendo la capacidad de infligir daño y generar terror: Estados Unidos no sólo no ha conseguido acabar con Al Qaeda, sino además ha contribuido a que esta organización crezca y se ramifique en diversas regiones de Medio Oriente y África, como queda de manifiesto con las explosiones de ayer en Argel.
Al día de hoy, el mundo no es más seguro ni está más a salvo del terrorismo que antes de 2001; por el contrario, el fenómeno se han multiplicado y ha llevado destrucción y muerte a países que, antes de aliarse con Bush en su injustificada e ilegal guerra, permanecían ajenos al encono del fundamentalismo islámico. Es difícil imaginar semejante falta de capacidad política, diplomática, militar y tecnológica por parte de la mayor potencia del planeta.
La proliferación de atentados como el ocurrido ayer en Argel demuestra de forma contundente que la “guerra contra el terrorismo” de Bush es, o bien un colosal fracaso, o bien un pretexto para proyectar los intereses geoestratégicos y corporativos de la mafia político-empresarial a la que sirve, y de la que forma parte, el presidente de Estados Unidos.
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