Luis Linares Zapata
A más de un año de su atropellada jura de oficina, y a uno y medio del fraude que lo encaramó en el puesto, Felipe Calderón logra, por fin, el control de su partido: el PAN de las familias que lo han mangoneado a su albedrío y deleite, los así llamados doctrinarios. Mediante un acto del añejo autoritarismo priísta, expulsó a los yunqueros que lo disputaban con rezos y denuestos, aunque, por lo que se ve, algunos remanentes merodearán por los puestos de jerarquía. Felipe formó ya, para su sosiego, el temible equipo de confianza que requiere una vez que la ilegitimidad de su origen la siente superada. La polarización social quedó atrás, afirmó. Hecho difundido por él con ecos en multitud de sus apoyadores con acceso irrestricto a los medios masivos de comunicación.
Otro michoacano que lo ha acompañado en su corta carrera será el amanuense principal a cargo de la tarea partidaria. Dos jóvenes panistas, con los que formará un triunvirato de recambio generacional, le operarán las urgencias de la precaria gobernabilidad que hoy se vive en México. Poco parece importar que el método a emplear sea el de las muchas pruebas y los caros errores. No hay que escatimar reconocimiento a este proclamado logro para él y para los inexpertos seguidores que lo rodean en Los Pinos: esa rala palomilla a quien le ha entregado, por gracia propia, sustantivas tajadas de las prerrogativas del Ejecutivo federal. Ahora podrá ensayar otras concertacesiones, adicionales a las que presume haber conseguido. Ahora podrá hacer el sereno recuento de sus ya lejanos padecimientos. En la distancia de la anécdota quedó la alarma cuando, según narración de autor, entrevió la posibilidad de que un perredista atrevido se fugara de San Lázaro con la bandera presidencial (Fox, una vez más, se había desatendido de su misión de custodio del lábaro patrio).
En medio de estos éxitos, Espino se fue del PAN y, con él, tristes momentos de la ineptitud partidaria del más retardatario tufo derechista. El señor Espino llegó a galope tendido al liderato de su partido desde una inocua oficina en Los Pinos, un pequeño reducto al servicio de la torva pareja presidencial. Ahí permaneció hasta que su mentor, falto de capital político y sepultado por cabalgante desprestigio lo dejó al garete. Su tarea, apenas cumplida con altisonante ineficacia, lo forzó al abandono del puesto sin gloria y mucha pena. Así se fue Espino, por una puerta que trató de dibujarse llena de nostalgia y dignidad pero que quedó atorada en derrotas electorales, rampantes deslealtades para con la vida democrática de la República, rencores sociales profundos y una cruzada del más fanático y torpe accionar fascista por las tierras del que catalogan populismo latinoamericano que, bajo la égida del PP de Aznar, siguió Espino para pena de muchos de sus conciudadanos y de Calderón. Aún tuvo la desfachatez de adjudicarse, junto con el rencoroso ranchero nailon de San Cristóbal, el que llama su triunfo en las urnas de 2006. Tarea que tal dupla cumplió al unísono con otros bien conocidos e identificados actores de la vida pública. Toda una mafia auxiliada por los que debían de haber cuidado la limpieza electoral, pero que actuaron como defensores de la ilegalidad: el consejo del IFE, la PGR, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y, al menos, el indigno ministro que fungió de presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
Calderón atisba, sin Espino y ya dueño y señor del PAN y con la colaboración del priísmo, una ruta desahogada hacia el futuro. El pago de las facturas más onerosas por su triunfo es asignatura pendiente. Tiene que trasladar la titularidad de las empresas energéticas al capital extranjero. Éste es el cometido esencial de su trasteo. La CFE y Pemex son los premios esperados por sus mentores. Reforma estructural le llaman los que han interiorizado las consignas del acuerdo de Washington. Si Calderón se ha detenido en las planeadas modificaciones al 27 constitucional ha sido por conseja electoral de un priísta colaborador, pero no por falta de voluntad o algún prurito de independencia y soberanía nacional. (Se haría, piensan con sobresalto, presidente a López Obrador en 2012.) Como plan emergente se ha decidido una táctica alterna, ya probada con los Pidiregas. Privatizarán parte sustantiva de las tareas energéticas como la conducción de crudo y gas, investigación tecnológica en exploración y extracción en aguas profundas, la seguridad y mantenimiento de ductos, la generación de electricidad, las plantas nucleares y las energías alternas. La nula inversión presupuestal prevista para Pemex y para CFE es la prueba ineludible que habrán de justificar ante la historia nacional panistas, priístas y otros aliados, incluidos personajes de la izquierda que se exculpan a cada paso dado en esa dirección compartida.
Con el PAN atado a su férula, Calderón aclara la concreción básica de su cometido político: la alianza fundamental con el priísmo. La doble opción que los grandes grupos de presión exigen para asegurar la continuidad de sus privilegios. Un sólido trabuco afincado en la derecha del espectro político que les abra un doble abanico partidario de preferencias futuras. Ésta es la razón y fuerza que, tras bambalinas, empujada por conspicuos personeros y canalizada por varios meandros, explica buena parte de los sucesos recientes. Una cadena de actos que a muchos observadores les aparecen confusos o atribuibles a causales evidentes, pero menores. Tales son los casos de las reformas fiscal y electoral o las sentencias de la SCJN en tratándose de la ley Televisa y la más reciente ignominia de ese tribunal contra los derechos de Lydia Cacho y la cínica defensa del góber precioso. Pero, para otros más avezados en el quehacer público, tales aventuras son decisiones formuladas y acontecimientos derivados de esa firme alianza cupular que terminará enfrentada a la coalición que, desde la izquierda y a pesar de trabas, titubeos, miopías y hasta traiciones, se va preparando para la lucha venidera, sin cuartel, ya anunciada con múltiples pormenores.
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