Jorge Camil
Vender es el propósito del libro que con el título La diferencia: radiografía de un sexenio escribieron Jorge Castañeda y Rubén Aguilar sobre el sexenio de Vicente Fox. “Vender, vender, es lo que desea cualquier autor de libros”, reconoció con franqueza Castañeda frente a Carmen Aristegui al día siguiente de la aparición de la obra.
El título se explica como una especie de continuación de La herencia, que Castañeda publicó en 1999 sobre la sucesión de los presidentes priístas. Si aquello era el universo del dedazo, una presidencia que se transmitía por sucesión hereditaria, la de Fox se presenta candorosamente, en el mundo exculpatorio de estos autores al alimón, como una presidencia “diferente”. Ahí es donde comienzan dificultades y desacuerdos, pues aunque el sexenio del ranchero guanajuatense pretendió ser un parteaguas en la historia de México, debió quedar claro a los autores, actores importantes del sexenio, que el gobierno “radiografiado” fue igual a los demás: ¿dónde está la “diferencia”? No se desmanteló el aparato presidencial, se gobernó con mayor frivolidad que en sexenios anteriores; hubo abusos de poder y nepotismo, y al final (el eslabón que une a Fox con los demás) surgieron, como siempre, sospechas fundadas de corrupción y malos manejos que están siendo investigadas por una comisión legislativa. (Aquí, sí, hay una “diferencia”.)
Otra “diferencia” que distinguió al sexenio, pero que fue descartada ab initio por los autores, como parte de la “frivolidad sobre la frivolidad”, fue la pareja presidencial: una perversa decisión que destruyó el sistema desde dentro. Castañeda y Aguilar jamás revelan cómo fue que el presidente, jugando con la Constitución y mandando a la opinión pública a freír espárragos, decidió compartir el poder con su esposa, hundiendo con ello a su gobierno en una vorágine que continúa dañando la imagen de esa administración. El “beso que dio la vuelta al mundo”, la boda, los hijos de Marta, el Jeep rojo, la Hummer, Vamos México y las ridículas aspiraciones presidenciales de quien fue presidenta de facto son para estos autores cuestiones que “carecen de pertinencia”: ¡chismes! Aunque irónicamente sean los únicos factores que hicieron la “diferencia”.
En otros temas relevantes los autores, que fueron parte importante del proceso decisorio, optaron por tomar distancia, por ver los toros desde la barrera. Así que decidieron “reportar” desde fuera entrevistas grabadas con Fox entre noviembre de 2006 y octubre de 2007. Por eso no debe sorprender al lector encontrar que los headhunters “no pintaron en ningún nombramiento central” del gabinetazo, y que a Elba Esther Gordillo, rechazada en dos ocasiones como secretaria de Educación, jamás se le ocurrió traicionar al PRI (que en opinión de Fox “¡no supo aprovechar el amor y cariño de la maestra por el país!”).
Me sorprendió conocer, aunque fuese de pasada, que Marta desempeñó al principio algunas de las funciones de la jefatura de gabinete. Aquí también hubo otra diferencia abismal que no fue debidamente explotada. ¡Imagínese!: transitar de la mente preclara y la cultura enciclopédica del maestro Jesús Reyes Heroles, y de la sólida preparación económica de Joseph Marie Córdoba Montoya, el poder tras el trono de Salinas, a la frivolidad de Marta Sahagún.
De ahí en adelante los acontecimientos se desarrollan, como apuntó José Agustín Ortiz Pinchetti, de manera que permiten “lavarle la cara a Fox”. En el asunto de Chiapas, por ejemplo, Marcos se negó a negociar, y el encomendero Diego Fernández de Cevallos torpedeó en el Congreso el tema de las autonomías indígenas. Los autores reconocen que los zapatistas y Marcos fueron finalmente “pacificados como se pudo”, marcando “un poco la historia del sexenio”. Le atribuyen el “embrollo” del desafuero al hecho de que Fox no hubiese sido abogado, y “no (hubiese adquirido) mayores conocimientos jurídicos durante su vida profesional o política”. Y disculpan sus intervenciones ilegales a favor de Calderón argumentando que “es práctica común en otros países democráticos”. Pero sí reconocen con claridad meridiana que Fox utilizó, con pleno conocimiento de causa, los videos de Carlos Ahumada, y el tema de El Encino, para descarrilar la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador y promover la de Santiago Creel. (Aunque todos sepamos que la pareja presidencial tenía un motivo oculto para sabotear las aspiraciones de AMLO: ¡la ridícula candidatura de Marta!)
En el capítulo final los autores hacen algunas consideraciones sobre Marta y llegan a la cándida conclusión de que las acusaciones no confirmadas en su contra pudiesen ser resultado de “la altanería y clasismo propios de nuestras elites”: la encontraron “intolerable como fiel espejo de mujer (abnegada) mexicana”. Sin embargo, este tipo de revelaciones selectivas, y las propias declaraciones de Fox en sus “memorias” y “conferencias magistrales” comienzan a tipificar poco a poco el grave delito cometido por este falso paladín de nuestra supuesta transición democrática: ¡la violación flagrante de las leyes electorales!
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