Julio Hernández López
El ganador (provisional) de la comedia de equívocos que han protagonizado los jefes de las bancadas de San Lázaro es Luis Carlos Ugalde o, más genéricamente, algo que podría llamarse el síndrome del ugaldismo. Alegremente encaminados –según ellos– a revolucionar el mundillo electoral mexicano, los tres compadres partidistas no pudieron ni siquiera ponerse de acuerdo para encontrar tres coincidencias valiosas de entre casi medio millar de ciudadanos que expresaron su deseo de ser consejeros electorales. Con esa aberrante incapacidad selectiva (la involución de las especies), los diputados hicieron todo un alboroto, presuntamente renovador, para acabar en las mismas e, incluso, peor, pues de manera estruendosa han confirmado que la designación de los mencionados consejeros obedece llanamente a apetitos, ambiciones, facciones e intercambios políticos mercantiles, a tal grado que el mecanismo para sustituir a Ugalde y los otros dos condenados al cadalso presupuestal (de quienes ni siquiera se alcanzó a definir sus nombres) es exactamente el mismo que produjo el ugaldismo ahora presuntamente condenado y combatido.
Ugalde regresa físicamente (aunque, de ser inteligente, aprovecharía el viaje para renunciar, de tal manera que se diría salido por sí mismo y no botado; total, más vale cátedra en Harvard en la mano que dos meses más en el IFE que se pasan volando) porque sus verdugos institucionales no pudieron ponerse de acuerdo para dejar caer la guillotina en temporada decembrina y prefirieron dejar esos menesteres para febrero loco y marzo otro poco. Pero Ugalde también regresa como maldición política definitoria: tan malo sería haber llegado de la mano de la profesora Elba Esther (como fue el caso de LCU) como lo será llegar de la manera en que los actuales comandantes de las bancadas de diputados pretenden nombrar a los sustitutos. Desde 2003 se signó el destino de 2006, con un IFE renovado entre manoseos, desgaste y mediocridad; 2009 y 2012 –suponiendo que hasta ese año de comicios presidenciales estirara la nueva conformación de consejeros– están dañados ya desde ahora.
Si no ha sido fácil quitar a Ugalde, y a su par de acompañantes, porque tampoco ha sido sencillo nombrar sus relevos, entonces los criterios y los mecanismos de sustitución han fallado. De hecho, el rompecabezas previamente armado (que los gerentes de los grupos legislativos habían decidido presentar al pleno camaral y a la sociedad en general como ejemplo de democracia, transparencia, concordancia y madurez) se comenzó a desarticular en el momento en que PAN y PRD incumplieron el acuerdo que pretendía imponer al beltronista Jorge Alcocer como nuevo consejero presidente del IFE. De haberse respetado ese pacto, la farsa habría continuado sin contratiempos. Pero ya era demasiada concentración de poder en un precandidato priísta (el tribunal electoral federal también forma parte del portafolios sonorense: tener a María del Carmen Alanís y a Alcocer habría sido demasiado), así que forcejeó en contra el panismo renacido (el dirigente Martínez ha dado nueva muestra de vigor germánico, al confirmar a Santiago Creel como coordinador de los senadores panistas, todo como parte del arreglo con Espino-Fox para que dejaran a GMC ganar sin escándalo y por envenenada gran mayoría de votos internos) y los perredistas aprovecharon para impulsar a un candidato de gran peso e historia, Genaro Góngora Pimentel, ministro con licencia de la Corte que ha escrito páginas brillantes entre la podredumbre y el descrédito de la mayoría de sus compañeros de toga.
A propósito: el mayor pecado del ministro Góngora, el que le ha acarreado veto, ha sido su sabiduría jurídica y una independencia de criterio demostrada incluso en las peores circunstancias. Don Genaro, como presidente de la Corte, logró rescatar al Poder Judicial del descrédito profundo en que se encontraba, aunque posteriores burócratas, como Mariano Azuela, y ahora Guillermo Ortiz Mayagoitia, han deshecho con rapidez lo conseguido. Tal vez en los opositores a que Góngora se encargara del IFE predominó el temor a que repitiera en el ámbito electoral la digna recuperación que encabezó años atrás en el judicial.
El saldo de los escarceos legislativos presuntamente reformistas es negativo: en enero los mexicanos comenzarán a pagar el costo de las enmiendas fiscales calderonistas que fueron negociadas con la izquierda alcahueta a cambio de supuestas mejorías en materia electoral que desde ahora están ya en crisis. La letra renovada de los códigos electorales será materia de intercambio que los redactores sabrán abonar a sus proyectos futuristas, y el relevo en el IFE acabó exhibiéndose como el sabido reparto de botín que se convierte en motín (o en posposición, hasta febrero) cuando los coordinadores de la piratería democrática no se ponen de acuerdo en porciones y personalidades. Ugalde regresa, pero no ha de entenderse ello como una exclamación en busca de que el hombre históricamente marcado por el 2 de julio de 2006 retorne a tomar el control del IFE (o a que regrese el millón y medio de pesos de bono de retiro), sino como una descripción del hecho de que el fenómeno de pequeñez política, de desaseo constitutivo y de dependencia explícita de factores grupales ha sido sonoramente reinstalado en el centro de lo institucional electoral por los mismos diputados que anunciaban su conjuro. Ugalde (el ugaldismo), pues, reloaded, recargado, vuelto a montar. Y, ahora, ¿quién podrá salvarnos?
Astillas
El secretario del Trabajo, Javier Lozano, sigue montado en la plataforma electoral capitalina de la controversia. Dicho funcionario constituye una variante (desde el poder) del gabinete de sombra: su encargo es seguir y perseguir específicamente a Marcelo Ebrard, con la vista puesta en 2012 (cualquier cosa es mejor que declarar y ahondar en el caso de la injusticia histórica de Pasta de Conchos, por citar un caso)… Y, mientras en el Senado se mantiene la esperanza de frenar, o atenuar, el proyecto de Estado policiaco, ¡feliz fin de semana, leyendo La isla de la pasión, de Laura Restrepo, y Clipperton, isla mexicana, de Miguel González Avelar!
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