María Teresa Jardí
"Lo que me preocupa no es mi salud. Mi salud pasa a un segundo o tercer plano. Lo que me preocupa es la salud de la democracia en Brasil donde ni la justicia es respetada", dice el obispo franciscano, Fray Luis Cappio, de la Diócesis de Barra, al cumplir 16 días de "ayuno y oración", como una forma de lucha contra el megaproyecto hidráulico con el que se busca privatizar el agua del Río San Francisco, para abaratarla para las empresas y encarecerla para el pueblo, junto con la electricidad, tan necesaria.
Lo mismo que hicieron aquí con el Río Grijalva, para construir la presa que abrieron en Tabasco al costo, y sin avisar ni prevenir, de inundar la Villahermosa de los pobres. Con lo que los pobres lo perdieron todo. Pero con lo que se hizo felices también a los rescatados banqueros y a las privatizadas empresas que se van convirtiendo en las dueñas de la luz en México. Un pago más por haber contribuido al fraude electoral con el que el TRIFE legalizó los gobiernos de facto, usurpadores, en México.
Un negocio para los banqueros, lo que los otros pobres les dieron a esos pobres afectados por "la luna", según informó, burlándose de los mexicanos, el usurpador mexicano. Pobres que lo perdieron todo, como señala el obispo Cappio que van a perderlo las "personas y la naturaleza" del nordeste de Brasil, lo que ha condenado incluso el Banco Mundial, porque lejos de combatir la sequía, lo que se podría hacer dándole vida al río con los muchos proyectos presentados por la gente y las organizaciones nacidas para eso, pero ignorados, a lo largo de diez años, por los gobiernos brasileños. De lo que se trata, allá como aquí, es de privatizarlo todo en beneficio de unos cuantos.
No llama el obispo "huelga de hambre", a su huelga de esa naturaleza, porque hace dos años ya había tenido que usar esa medida extrema en aras de no permitir lo que insiste en hacer el gobierno que Da Silva llegara a encabezar despertando tanta esperanza, pero entonces, "debido a la connotación política" de las palabras "huelga de hambre" recibió severas críticas, incluso de sus nada fraternos hermanos, obispos de otras diócesis, como es el caso del Norberto Rivera brasileño, Aldo di Cillo Pagotto, Arzobispo metropolitano de Paraíba.
A punto está de finalizar un año más de un siglo, el XXI, que se presentaba como cargado de promesas en la última mitad del siglo XX. Un siglo que con sólo llegar se exhibió como el del inicio del Apocalipsis, quizá, para el mundo, y, sin ninguna duda, para el pueblo de México.
Cuando se recuerde la usurpación sufrida por México en los inicios del siglo XXI, Calderón será caricaturizado con uniformes militares y policiacos. Lo suyo es eso: la represión y el control fascista.
La represión para los que no aceptamos a un usurpador
como gobernante de facto en México. El control fascista para poner, a cambio de convertirse en multimillonario como su antecesor impune, el país en manos de empresarios extranjeros. Empresarios corruptos, porque, en los países que no son estados de derecho, sólo invierten los corruptos.
Suertudos los brasileños que tienen obispos capaces de poner en peligro su vida "para que todos tengan vida". Pastores, seguidores de Cristo, que mantienen en pie a la iglesia del hijo de Dios que vino a morir para salvar a los hombres y mujeres del mundo.
Hace dos años el obispo Cappio a lo largo de once días hizo una huelga de hambre, que se ve hoy obligado a repetir, ante el incumplimiento de la palabra empeñada, mintiendo para que levantara esa huelga, el gobierno encabezado por Lula, sí, al servicio también de los bastardos intereses que, incluso, empiezan a no servir ni al Banco Mundial ni al FMI. Gobierno, el de Lula, que, pasadas las elecciones, mandó al Ejército para empezar la privatización.
Imperdonables los legisladores "chuchos perredistas", los que sumaron, reconocedores del pato, que son, a darle las armas al usurpador para reprimir al movimiento ciudadano que, a esos impresentables, los convirtió en legisladores. Del PRIAN, a estas alturas, queda claro, con sus pedarastas a cuestas, que no se podía esperar otra cosa.
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