Octavio Rodríguez Araujo
En realidad no ganó el no en Venezuela, sino la desinformación y la confusión derivada de ésta. Una venezolana, radicada en México, por ejemplo, dijo a Reforma.com (3/12/07) que no podía estar de acuerdo con las reformas constitucionales propuestas por el chavismo porque, de aprobarse, los padres perderían la patria potestad al quitarles el gobierno a sus hijos desde los tres años, “para adoctrinarlos” (sic). Le faltó añadir que Chávez, como se dijo de Idi Amín, se los desayunaría crudos o quizá cocidos.
Tonterías como la citada se reprodujeron por millones, incluso entre los Reporteros Sin Fronteras, pagados por la National Endowment for Democracy (Washington), que llegaron a afirmar que si ganaba Chávez desaparecería la libertad de expresión en ese país (sin preguntarse por qué no ha desaparecido). Otros venezolanos, víctimas también de la desinformación, afirmaron sin fundamento que si un ciudadano tenía dos bicicletas perdería una; de dos automóviles, perdería uno y, en el colmo del delirio, de dos casas o apartamentos perdería uno. No hay un solo artículo que plantee tales estupideces. Cualquiera que quiera informarse puede leer el contenido de http://docs.google.com/View?docid=df2cqzhd_8fk7bmh, donde se puede conocer la propuesta de los artículos constitucionales a reformarse.
Ese “potencial dictador”, como dijo la derecha mundial en referencia a Hugo Chávez, acaba de dar una lección ejemplar a sus detractores, al régimen político mexicano y en particular al ex presidente Fox y a su sucesor impuesto, Felipe Calderón. En lugar de maniobrar desde el gobierno, con todo el aparato estatal a su servicio, Chávez reconoció su derrota en la misma noche del referendo que había promovido para el domingo pasado. Fox se presentaba como un campeón de la democracia y alardeó, hasta hace unos días (en defensa del obsoleto y costoso monarca español), de su rechazo al presidente venezolano. Sin embargo, su odiado enemigo sudamericano no intentó corromper a los miembros del Consejo Nacional Electoral (CNE) para ganar el referendo, ni de convertir a Tibisay Lucena, presidenta del CNE, en nuestro patético Luis Carlos Ugalde del IFE.
Si hablamos de democracia salta a la vista que el supuesto dictador tropical venezolano resultó ser más democrático que George W. Bush y que Vicente Fox, subordinado por vocación y carácter a quien fuera su homólogo estadunidense. Deberá recordarse que Bush ganó en sus dos elecciones con trampas cibernéticas, la primera en Florida con la complicidad de su hermano en el gobierno de ese estado, y la segunda en Ohio con la “descompostura” de los dispositivos para votar. Lo que hizo Fox todo mundo lo recuerda, no es necesario ilustrarlo para refrescar la memoria. Chávez no sólo ha ganado en varios momentos con el voto vigilado (internacionalmente) de sus paisanos, sino que en esta ocasión también aceptó que los observadores de varios países cotejaran el proceso que lo llevó a perder el referendo por un porcentaje muy bajo.
Hubo alta abstención, por lo menos comparada con la de las elecciones pasadas en Venezuela. No podría afirmar que se debió a un factor particular, pero sí a varios que se dieron al mismo tiempo. Uno de ellos fue la radicalidad de las propuestas para reformar la Constitución. Millones de personas en cualquier país de América Latina, aunque se sepan en situación de pobreza, suelen rechazar el socialismo, o lo que ellos creen que sería socialismo, pues los referentes reales que tienen no han resultado ser democráticos ni benéficos para todo el mundo como han querido hacer creer sus publicistas (agréguese a esto la falta de precisión del “socialismo” chavista). La Iglesia, los grandes empresarios y amplios sectores de clase media abonaron esta reserva, exagerándola en su propaganda en los medios que controlan (a pesar de que dicen, contradictoriamente, que no hay libertad de expresión ni de prensa).
Otro elemento que probablemente también influyó en la gente que prefirió no votar, fue la relección indefinida de Chávez (“artículo 230: El periodo presidencial es de siete años. El Presidente o Presidenta de la República puede ser relegido o relegida”), pues este artículo le permitiría convertirse, dadas las atribuciones desmedidas que le daría el artículo 236, en un dictador, aunque fuera un dictador “bueno” (para diferenciarlo de los malos, que son los más comunes).
En América Latina se tienen malas experiencias con las relecciones indefinidas de los gobernantes, pues han sido utilizadas por no pocos dictadores, destacadamente por Porfirio Díaz en México y la dinastía Somoza en Nicaragua. El mismo Marcos Pérez Jiménez, dictador venezolano de 1952 a 1958, hizo un plebiscito para relegirse como presidente para el periodo 1958-1963, pero fue derrocado mediante un movimiento cívico militar.
Otros dos elementos que quizá también influyeron, aunque poco, pudieron haber sido la renuncia del general Baduel y su campaña a favor del No al insinuar que el referendo era en realidad un golpe de Estado disfrazado, además de la política de organizaciones ultraizquierdistas, autodenominadas “socialistas revolucionarios” (y que formaron el Movimiento por la Construcción de un Partido de los Trabajadores) que llamaron al voto nulo, a la abstención y al No, y por un “socialismo sin patronos, burócratas ni corruptos”.
No deja de ser curiosa la alianza tácita de fuerzas aparentemente distintas (y opuestas) en contra de Chávez. En México, con la excepción de “un general Baduel” que no tenemos, ya vivimos este fenómeno en 2006, incluidos los ultraizquierdistas que también acá llamaron a la abstención y al voto nulo. No hay nada nuevo bajo el sol.
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