De espaldas al mundo
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El gobierno de George W. Bush ha socavado el liderazgo internacional de Estados Unidos. No sólo ha hecho nuevos enemigos, sino que ha sembrado la desconfianza en sus aliados porque impone medidas unilaterales, privilegia la fuerza militar sobre la diplomacia, toma decisiones a partir de la ideología, desprecia los derechos humanos… Hillary Clinton, precandidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, critica la política exterior del actual gobierno de su país en un ensayo que la revista Foreign Affairs en Español publica en su edición de enero-marzo de este año, y con cuya autorización Proceso reproduce fragmentos sustanciales. Al despuntar el siglo XXI, Estados Unidos gozaba de una posición única. Nuestro liderazgo mundial era aceptado y respetado en muchas partes, pues fortalecíamos viejas alianzas y construíamos nuevas, trabajábamos por la paz en todo el mundo, avanzábamos en la no proliferación nuclear y modernizábamos nuestro ejército. Después del 11 de septiembre de 2001, el mundo se alineó con Estados Unidos como nunca, apoyando nuestros esfuerzos por derrocar al Talibán en Afganistán y perseguir a los cabecillas de Al Qaeda. Tuvimos una oportunidad histórica de construir una amplia coalición global para combatir el terrorismo, incrementar el impacto de nuestra diplomacia y crear un mundo con más amigos y menos adversarios. Pero perdimos esa oportunidad cuando nos negamos a permitir que los inspectores de la ONU concluyeran su labor en Irak y, en cambio, nos precipitamos a la guerra. Además, desviamos (hacia esa guerra) nuestros vitales recursos militares y financieros que debían servir para luchar contra Al Qaeda y para la ingente tarea de construir una democracia musulmana en Afganistán. Al mismo tiempo nos embarcamos en una inédita ruta de unilateralismo: nos negamos a buscar la ratificación del Tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, abandonamos nuestro compromiso con la no proliferación nuclear y dimos la espalda a la búsqueda de la paz en Medio Oriente. Nuestro retiro del Protocolo de Kyoto y nuestra negativa a participar en cualquier esfuerzo internacional para hacer frente a los tremendos desafíos del cambio climático causaron más daño a nuestra posición internacional. Nuestro país ha pagado un precio muy alto por rechazar una larga tradición bipartidista de liderazgo global, arraigada en la preferencia por la colaboración en vez de actuar unilateralmente, por agotar la diplomacia antes que hacer la guerra y por convertir antiguos adversarios en aliados, en vez de hacer nuevos enemigos. En un momento de la historia en que los problemas más acuciantes del mundo requieren una cooperación sin precedentes, este gobierno ha aplicado en forma unilateral políticas que son objeto de animosidad y desconfianza en muchas partes.
Los retos
(…) Debemos enfrentarnos a un conjunto inusitado de desafíos en el siglo XXI: amenazas de Estados, de actores no estatales y de la propia naturaleza. El próximo presidente (de Estados Unidos) será el primero en heredar dos guerras, una campaña de largo plazo contra redes terroristas globales y una tensión cada vez mayor con Irán, que busca adquirir armas nucleares. Estados Unidos encarará a una Rusia que renace y cuya orientación futura es incierta, y a una China que crece con rapidez y debe integrarse al sistema internacional. Además, el próximo gobierno tendrá que enfrentar una situación impredecible y peligrosa en Medio Oriente, que amenaza a Israel y tiene el potencial de desplomar la economía global al interrumpir los suministros petroleros. (…) Y tendrá que atender las amenazas de largo plazo referentes al cambio climático y a una nueva ola de epidemias globales.Para enfrentar estos retos, tendremos que recuperar el poderío estadunidense retirándonos de Irak, reconstruyendo nuestras fuerzas armadas y desarrollando un arsenal mucho más amplio de herramientas para la lucha contra el terrorismo. Debemos aprender una vez más a aprovechar todos los aspectos del poder estadunidense, a inspirar y atraer tanto como imponer. Debemos regresar a una disposición pragmática de observar los hechos en el terreno y tomar decisiones con base en la realidad más que en la ideología.El liderazgo requiere una mezcla de estrategia, persuasión, inspiración y motivación. Se basa en el respeto más que en el miedo (…) Ganarse el respeto de otros países hoy día requiere ajustar nuestro poder a un conjunto de principios rectores:
–Evitar falsas alternativas impulsadas por la ideología. El gobierno de Bush ha presentado al pueblo estadunidense una serie de falsos dilemas: fuerza contra diplomacia, unilateralismo contra multilateralismo, poder duro contra poder blando. Ver estas opciones como mutuamente excluyentes refleja una visión del mundo oscurecida por la ideología, que niega a Estados Unidos los instrumentos y la flexibilidad que necesita para liderar y tener éxito. Hay un tiempo para la fuerza y otro para la diplomacia; cuando se les despliega con propiedad, pueden reforzarse entre sí. La política exterior estadunidense debe guiarse por una preferencia por el multilateralismo, con el unilateralismo como opción cuando sea absolutamente necesario para proteger nuestra seguridad o impedir una tragedia evitable.
–Usar las fuerzas armadas no como solución a todo problema, sino como elemento de una estrategia integral. Como presidenta, jamás vacilaré en emplear la fuerza para proteger a los estadunidenses o defender nuestro territorio y nuestros intereses vitales. No podemos negociar con terroristas individuales; deben ser perseguidos y capturados o aniquilados. Tampoco la sola diplomacia puede detener a los perpetradores de genocidio y de crímenes contra la humanidad en lugares como Darfur. Pero los soldados no son la respuesta a todos los problemas. Usar la fuerza en vez de la diplomacia obliga a hombres y mujeres jóvenes en uniforme a llevar a cabo tareas para las cuales es posible que no estén adiestrados o preparados. Y pasa por alto el valor de simplemente portar un gran garrote en vez de usarlo.
–Hacer que funcionen las instituciones internacionales y trabajar a través de ellas siempre que sea posible. Contrariamente a lo que muchos en el gobierno actual parecen creer, las instituciones internacionales son instrumentos y no trampas. Estados Unidos debe estar preparado para actuar por su cuenta y defender sus intereses vitales, pero contar con instituciones internacionales eficientes vuelve mucho menos probable que tengamos que hacerlo (…) Cuando esas instituciones funcionan bien, acentúan nuestra influencia. Cuando no, sus procedimientos sirven de pretexto para retrasos interminables, como en el caso de Darfur, o para caer en la farsa, como en el caso de la elección de Sudán a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Pero en vez de menospreciar a esas instituciones por sus fracasos, debemos adecuarlas a las realidades del poder en el siglo XXI y a los valores fundamentales encarnados en documentos como la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
–Asegurar que la democracia cumpla sus promesas. El hambre acuciante, la pobreza y la falta de perspectivas económicas son una receta para la desesperación. La globalización ensancha la brecha entre ricos y pobres, dentro de las sociedades y entre ellas. Hoy día más de 2 mil millones de personas viven con menos de dos dólares al día. Esas personas están en riesgo de convertirse en una vasta subclase permanente. Los llamados para expandir los derechos civiles y políticos en países asolados por la pobreza generalizada y gobernados por minúsculas élites ricas caerán en oídos sordos a menos que la democracia proporcione en verdad suficientes beneficios materiales para mejorar las vidas de las personas.
–Defender nuestros valores y vivir conforme a ellos. (…) Al tiempo que buscamos promover el imperio de la ley en otros países, debemos aceptarlo nosotros. Al recomendar libertad y justicia para todos, no podemos apoyar la tortura y la detención indefinida de individuos a quienes hemos declarado fuera de la ley.
La retirada
Poner fin a la guerra en Irak es el primer paso para restaurar el liderazgo estadunidense en el mundo. La guerra socava nuestra fortaleza militar, absorbe nuestros activos estratégicos, desvía atención y recursos de Afganistán, segrega a nuestros aliados y divide a nuestro pueblo. La guerra en Irak también ha llevado al límite a nuestros soldados. Debemos reconstruir nuestras fuerzas armadas y restaurarlas en cuerpo y alma. Debemos retirarnos de Irak actuando de una manera que permita repatriar a nuestros soldados en condiciones de seguridad, que comience a restaurar la estabilidad en la región y reemplace la fuerza militar con una nueva iniciativa diplomática para comprometer a países de todo el mundo a garantizar el futuro de Irak. Con ese fin, como presidenta, convocaré al Estado Mayor Conjunto, al secretario de la Defensa y al Consejo de Seguridad Nacional y los instruiré a trazar un plan claro y viable para repatriar a nuestros soldados, que se ponga en marcha en los primeros 60 días de mi gobierno. A la vez que se trabaje en estabilizar a Irak, mientras nuestras tropas se retiran, enfocaré la asistencia estadunidense en ayudar a los iraquíes, y no en apuntalar al gobierno de ese país. Los recursos financieros irán sólo a donde se usen con propiedad, más que a ministerios o ministros que los acumulan, los roban o los dilapidan. Salir de Irak nos permitirá desempeñar un papel constructivo en la reanudación del proceso de paz en Medio Oriente, que signifique seguridad y relaciones normales para Israel y los palestinos. Los elementos fundamentales de un acuerdo final han estado claros desde 2000: un Estado palestino en Gaza y Cisjordania a cambio de una declaración de que el conflicto ha terminado, el reconocimiento del derecho de Israel a existir, garantías de seguridad israelí, reconocimiento diplomático de Israel y normalización de sus relaciones con los países árabes. La diplomacia estadunidense es esencial para ayudar a resolver este conflicto. Además de facilitar las negociaciones, debemos participar en la diplomacia regional a fin de obtener apoyo árabe para una dirigencia palestina que se comprometa con la paz y esté dispuesta a entrar en un diálogo con los israelíes. (…) Debemos ser implacables en la continuación de la guerra contra Al Qaeda y en el número cada vez mayor de organizaciones extremistas que tienen las mismas miras. Esos terroristas están más decididos que nunca a atacar a Estados Unidos. Si creen que pueden llevar a cabo otro 11-S, no tengo la menor duda de que lo intentarán. Para detenerlos, necesitamos utilizar todos los instrumentos que tenemos. El frente olvidado de la guerra contra el terrorismo es Afganistán, donde se debe reforzar nuestro esfuerzo militar. No puede permitirse que el Talibán recupere el poder en ese país; si lo hace, Al Qaeda regresará con él. Sin embargo, las actuales políticas estadunidenses han debilitado al gobierno del presidente Hamid Karzai y permitido que el Talibán recupere muchas zonas, en especial en el sur.
Hablar con el enemigo
El problema (del terrorismo) que enfrentamos es global; por tanto, debemos estar atentos a los valores, las preocupaciones y los intereses de nuestros aliados y socios. Eso significa mejorar nuestra labor de construir una capacidad antiterrorista en todo el mundo. Debemos ayudar a fortalecer los sistemas policiacos, prosecutorios y judiciales en el extranjero; mejorar los de inteligencia y aplicar controles fronterizos más estrictos, en especial en países en desarrollo. El gobierno de Bush se ha opuesto a dialogar con nuestros adversarios, pues parece creer que no somos lo bastante fuertes para defender nuestros intereses mediante negociaciones. Ésta es una estrategia errónea y contraproducente. La auténtica calidad de estadista requiere que nos involucremos con nuestros adversarios no por el hecho de hablar, sino porque la democracia robusta es un prerrequisito para lograr nuestros objetivos. El caso concreto es Irán. Irán plantea un desafío estratégico de largo plazo para Estados Unidos, para nuestros aliados de la OTAN y para Israel. Es el país que más practica el terrorismo patrocinado por el Estado y utiliza a sus seguidores para suministrar explosivos que dan muerte a efectivos estadunidenses en Irak. El gobierno de Bush se niega a hablar con Irán sobre su programa nuclear; prefiere pasar por alto la mala conducta antes que enfrentarla. Mientras tanto, Irán ha elevado sus capacidades de enriquecimiento de uranio, armado a milicias chiitas iraquíes, encauzado armas hacia Hezbollah y subsidiando a Hamas. Además, su gobierno continúa lesionando a sus propios ciudadanos con un manejo deficiente de la economía e incrementando la represión política y social. En consecuencia, hemos perdido un tiempo precioso. Irán debe acatar sus obligaciones de no proliferación, y no se le debe permitir construir o adquirir armas nucleares. Si no cumple sus compromisos y la voluntad de la comunidad internacional, todas las opciones deben mantenerse sobre la mesa.Por otro lado, si Irán está realmente dispuesto a poner fin a su programa de armas nucleares, a renunciar al patrocinio del terrorismo y a apoyar la paz en Medio Oriente, además de desempeñar un papel constructivo en la estabilización de Irak, Estados Unidos debe estar preparado para ofrecerle un paquete de incentivos cuidadosamente calibrado. Eso hará saber al pueblo iraní que nuestra disputa no es con él, sino con su gobierno, y mostrará al mundo que Estados Unidos está preparado para ejercer toda opción diplomática. Al igual que Irán, Corea del Norte respondió a los intentos del gobierno de Bush por marginarla acelerando su programa nuclear, realizando un ensayo nuclear y construyendo más armas de este tipo. Sólo desde que el Departamento de Estado volvió a la diplomacia hemos logrado, tardíamente, algún avance. Ni Corea del Norte ni Irán cambiarán de rumbo como resultado de lo que hagamos con nuestras propias armas nucleares, pero tomar medidas drásticas para reducir nuestro arsenal nuclear aportaría apoyo a las coaliciones que necesitamos para hacer frente a la amenaza de la proliferación nuclear y ayudaría a Estados Unidos a recuperar autoridad moral. Para reafirmar nuestro liderazgo en la no proliferación, buscaré negociar un acuerdo que reduzca de modo sustancial y verificable los arsenales nucleares estadunidenses y rusos. Esta drástica iniciativa enviará un fuerte mensaje de restricción nuclear al mundo, y así conservaremos fuerza suficiente para desalentar a otros de tratar de igualar nuestro arsenal. Por nuestra cuenta y riesgo, el gobierno de Bush ha descuidado a nuestros vecinos del sur. Hemos atestiguado el retroceso del desarrollo democrático y de la apertura económica en partes de América Latina. Debemos retornar a una política de participación vigorosa; ésta es también una región demasiado crítica para que Estados Unidos se mantenga a la expectativa sin hacer nada. Debemos apoyar a las mayores democracias en desarrollo de la región, Brasil y México, y profundizar en la cooperación económica y estratégica con Argentina y Chile. Debemos continuar colaborando con nuestros aliados de Colombia, América Central y el Caribe para combatir las amenazas interconectadas del narcotráfico, el crimen y la insurgencia. Además, debemos trabajar con nuestros aliados para brindar programas de desarrollo sustentable que promuevan la oportunidad económica y reduzcan la desigualdad para los ciudadanos de América Latina. (…)Para construir el mundo que queremos, debemos comenzar por hablar con franqueza de los problemas que enfrentamos. Tendremos que hablar de las consecuencias que nuestra invasión de Irak llevó al pueblo iraquí y a otros de la región. Tendremos que hablar de Guantánamo y Abu Ghraib. También tendremos que dar pasos concretos para aumentar la seguridad y esparcir las oportunidades por todo el mundo. (…) El mundo que queremos es también un mundo en el que se respeten los derechos humanos. Al claudicar en nuestros valores en nombre de la seguridad, el gobierno de Bush ha dejado a los estadunidenses preguntándonos si su discurso sobre la libertad en el mundo aún se aplica en nuestro país. Hemos socavado el apoyo internacional al combate al terrorismo al sugerir que es una tarea que no puede realizarse sin humillación, sin violaciones a los derechos fundamentales de la confidencialidad y de la libertad de expresión, e incluso sin tortura. Debemos hacer que los derechos humanos vuelvan a estar en el centro de la política exterior estadunidense y a ser un elemento central de nuestra concepción de la democracia. l
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