Arnoldo Kraus
Con alguna frecuencia los diccionarios no definen adecuadamente determinados términos. No por incapacidad, sino porque existen palabras muy complejas –que más que palabras son vivencias–, ya sea por su significado per se, o bien por la multiplicidad y las divergencias de opinión que se tengan acerca del término. Dignidad es uno de ellos. En el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (vigésima segunda edición, 2001) se lee: Dignidad. 1. Cualidad de digno. 2. Excelencia, realce. 3. Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse (siguen otras acepciones). De la palabra digno se dice: 1. Merecedor de algo. 2. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo (siguen otras acepciones). No concuerdo: ¿decoro?, ¿merecedor?, ¿mérito?...
Un breve ejemplo del México vivo y actual como abreboca y para comprender la cortedad del diccionario. La reciente decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en relación con el caso Lydia Cacho, Manuel Marín y el abuso sexual y sicológico de niñas y niños tiene que ver con muchos principios, entre ellos, el de la dignidad. Todos suponíamos que la Suprema Corte era uno de los últimos bastiones donde tenía cabida y se profesaba la dignidad y (casi) todos aseguramos que abusar sexual y comercialmente de niñas es indigno (con toda intención omito temas como ética, justicia).
La actitud de la Suprema Corte, al exonerar al señor Marín, expone bien las diferentes y complejas acepciones del principio dignidad: los ministros consideraron, entre otras cosas, que el comercio sexual no es indigno y, por extensión, que la actitud del gobernador de Puebla y asociados, al no ser indigna, es adecuada (o incluso digna). Esa serie de eventos podría, in extremis, sugerir que nuestros ministros no consideran indigno el tráfico sexual. Si intentamos dejar al lado todo lo que no sabemos, pero suponemos conocer con respecto a la decisión de los magistrados, el affaire Cacho-Marín ilustra algunas de las diatribas del concepto dignidad: lo que es obvio para algunos no los es para otros, ya que la realidad puede interpretarse de formas diversas.
La dignidad humana es esencialmente un principio individual que se caracteriza por conceptos y percepciones adquiridos a lo largo de la vida y de la suma de las experiencias, buenas o malas, que poco a poco determinan la arquitectura del ser; es una vivencia heterogénea que se modifica a través del tiempo y se relaciona con lo que cada sujeto siente y piensa de sí mismo; la dignidad determina, asimismo, lo que cada persona está dispuesta a aceptar o no, tanto como individuo como en sus nexos con la sociedad. Los atributos anteriores tienen también que ver con el respeto hacia la propia persona y hacia la comunidad.
Son muchos los vínculos que se asocian con el concepto dignidad. Entre otros, la clase social, la educación, la época, la religión, las ideas de justicia, derechos humanos y ética, en ciertos países el sexo, en demasiados las preferencias sexuales. El listado anterior explica el porqué de la heterogeneidad y de la multiplicidad de las miradas acerca de este principio.
Suele decirse también que la dignidad es una cualidad que no tiene precio. Kant lo explica bien: “En el reino de los fines, todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, tiene una dignidad”. Desde la perspectiva kantiana la dignidad impide que el ser humano sea utilizado, comprado o modificado de acuerdo con los intereses de otras personas; esa noción le permite a la persona conducirse de acuerdo con los principios (me gustaría apellidarlos éticos) que rigen su forma de ser.
La dignidad implica fidelidad hacia uno mismo y por extensión hacia los demás; significa también que las personas no son instrumentos, sino, como también dice Kant, fines en sí mismos; por eso, la consabida idea de que los seres humanos no son ni remplazables ni intercambiables.
La dignidad es un concepto asimétrico que varía entre culturas e individuos. Eso explica la dificultad que tienen los diccionarios cuando explican el tema o la que confrontamos quienes –en medicina es un tema frecuente– pensamos en él. El nunca suficientemente manido ejemplo de la Suprema Corte explica también que al menos para ellos –y para quienes resulten responsables de su decisión– la dignidad no es ni un concepto complejo ni una idea en la cual se deba reparar demasiado.
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