Juan José Morales
A propósito de nuestro comentario del pasado 7 de diciembre sobre las riquezas de la Iglesia católica, un lector nos remitió a una interesante historia de Santiago Camacho que relata el origen del actual poderío económico del Vaticano. No de la fortuna que posee en templos, catedrales, monasterios, palacios, obras de arte, altares recubiertos de oro, cálices del mismo material, ropajes opulentos y otras minucias por el estilo, sino riqueza financiera, en forma de empresas, acciones, bonos, títulos bancarios y demás.
El Vaticano --relata Camacho-- comenzó a amasar esa fortuna gracias a la ayuda de dos célebres personajes: el dictador fascista de Italia Benito Mussolini, y el genocida dictador nazi Adolfo Hitler.
En 1929, el Vaticano se hallaba en una severa crisis económica, pues a consecuencia de la unificación de Italia, había perdido los llamados Estados Pontificios --naciones de la Italia central de las que el Papa era monarca-- y vastas propiedades en Francia y otros lugares de Europa. Además, ya antes la reforma protestante le había privado de cuantiosos ingresos provenientes del norte de Europa.
Pero Mussolini entró al rescate. Le concedió una serie de canonjías y prerrogativas económicas y finalmente firmó los Tratados de Letrán, que, entre otras cosas, otorgaban al Vaticano 90 millones de dólares, lo cual en aquella época era una fortuna tan grande que para no desestabilizar las finanzas del gobierno italiano, se decidió entregarla en varios pagos a lo largo de un año.
El Papa puso ese dinero en manos de un habilísimo banquero, Bernardino Nogara, quien hasta su muerte en 1958 manejó o dirigió las inversiones vaticanas en toda clase de negocios, inclusive fábricas de condones y el comercio de armas y municiones. Tan eficiente fue Nogara para acrecentar las finanzas papales, que cuando murió, el cardenal norteamericano Spellman casi lo deificó al decir que “después de Jesucristo, lo mejor que le ha sucedido a la Iglesia ha sido Bernardino Nogara.”
Nogara, por cierto, fue precursor del Fobaproa. En los años 30, cuando la Gran Depresión hizo quebrar muchas empresas italianas en las cuales el Vaticano tenía fuertes inversiones, logró que el gobierno de Mussolini comprara las acciones de esas compañías, pero no a su valor real --que estaba por los suelos-- sino a su valor nominal, el que tenían antes de la crisis. Así, el gobierno italiano desembolsó 630 millones de dólares (que en la actualidad equivaldrían a muchos miles de millones) para comprar esos papeles sin valor y las arcas del Vaticano se hincharon más aún.
Hitler, por su parte, firmó con el Vaticano un concordato mediante el cual se estableció un impuesto que debían pagar todos los católicos alemanes y que se enviaba directamente al papa. A cambio de ello, el Vaticano ordenó al Partido Católico alemán --entonces de oposición-- que apoyara el decreto que concedió a Hitler poderes dictatoriales. El concordato, dicho sea de paso, fue negociado y firmado por el cardenal Pacelli, nuncio papal en Alemania, quien de ahí se convertiría en el papa Pío XII. El dinero del impuesto fluyó sin cesar a Roma casi hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
La enormes inversiones vaticanas --que se han visto envueltas en varios y muy sonados escándalos financieros y hasta en muertes misteriosas-- las maneja el Istituto per le Opere di Religione (Instituto para las Obras de Religión) que pese a su nombre es, en realidad --dice Camacho--, una institución financiera muy peculiar porque toda su documentación se destruye al cabo de diez años, su balance general y estados de cuenta son secretos que conocen solamente el Papa y tres cardenales, no está sujeta a más autoridad que la papal, y aunque funciona como un banco ordinario, tiene carácter de institución financiera oficial de un estado soberano, el Vaticano, lo cual le garantiza un alto grado de inmunidad e impunidad en cuestiones legales.
Ciertamente, vale la pena leer esa biografía no autorizada del Vaticano, de Santiago Camacho. En la Internet se le encuentra en el sitio http://www.bibliotecapleyades.net/vatican/esp_vatican26.htm#indice
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