Por Ricardo Monreal Avila
De cara a la renovación de la dirigencia nacional del PRD, mucho se habla de la necesidad de un partido moderno de izquierda en México. Es necesario definir qué se entiende por “moderno”, ya que el término se presta a interpretaciones diversas y al manoseo político.
Para la derecha, la “izquierda moderna” es una que se parezca a ella. Es decir, que renuncie al planteamiento de grandes transformaciones sociales, económicas y políticas. Que esté dispuesta al aggiornamento o a la negociación política. Que sea funcional al sistema económico prevaleciente y que promueva reformas, sí, pero de alcance limitado. Es decir, que ninguna de ellas se plantee la transformación del satus quo dominante. En cualquier parte del mundo, la derecha en el poder buscará una izquierda a modo; es decir, domesticada, colaboracionista, modosita y dispuesta a tomarse la foto.
En México ya hemos tenido izquierda partidista de este tipo. El Partido Popular Socialista de Jorge Cruickshank; el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional de Rafael Aguilar Talamantes; el Partido Alternativa Social y otros más de triste memoria. Son organizaciones que poco o nada aportaron a los trabajadores y campesinos que decían defender y, mucho menos, al país que decían amar. De esa “izquierda moderna” no necesita la sociedad mexicana.
Un partido moderno de izquierda pasa necesariamente por una refundación ideológica, programática y política. El PRD puede lograrlo si consolida su identidad progresista a nivel del discurso político, si actualiza su programa de gobierno y si da prioridad a la gestión ciudadana. En cuanto la sociedad perciba al PRD como una opción diferente, atractiva y viable, en ese momento tendremos en el país una izquierda moderna, responsable y viable.
El PRD debe proyectar ante la sociedad cuál es su diferencia específica frente a otras opciones partidistas: qué lo distingue y qué lo hace mejor de los demás partidos, en sentido positivo y en un tono propositivo.
De manera concreta, el PRD puede fortalecer su cuerpo de doctrina en torno a un diagnóstico profundo del problema de la desigualdad en México (económica, social, regional, cultural, étnica, política, jurídica y de género) y centrar su identidad partidista en un proyecto de lucha política a favor de la igualdad.
Preceptos tales como democracia, justicia, trabajo, libertad, dignidad, desarrollo sustentable, soberanía y ética política, serían revaluados y realineados en función de este concepto rector.
Una vez que el país ha reencauzado el aspecto electoral de nuestra democracia, el tema social, el relativo a la desigualdad y a la pobreza de la población, emerge como el gran tema de nuestra vida nacional.
Ese es el tema de una izquierda moderna y el punto de referencia para que la ciudadanía identifique al PRD como “la opción” en el futuro inmediato. Es un asunto que servirá de referencia para que los mexicanos y las mexicanas de la calle distingan claramente lo que en el mundo de las ideas políticas se llama “derecha” e “izquierda”, una manera de entender porqué el corazón de los humanos se ubica en este último lado.
El tema de la desigualdad y la forma de enfocarlo hace la diferencia. Para la “derecha” es un fenómeno natural, que el mercado debe regular. Para la “izquierda” es un producto del desequilibrio en las relaciones sociales de poder, que la política debe corregir de manera democrática, no autoritaria. Para la “derecha” la pobreza se resuelve en dos tiempos y procesos diferentes: primero crecer y luego distribuir; mientras que para la “izquierda” son dos fases de un mismo proceso: crecer distribuyendo o distribuir creciendo. Para la “derecha”, la política social es una variable dependiente de la política económica, mientras que para la “izquierda” es una variable integradora del marco general de políticas públicas. Para la “derecha”, el combate a la pobreza es focalizado e individual, mientras que para la “izquierda” es producto de acciones de organización y participación comunitaria. Para la “derecha”, basta la alternancia en el poder para que los cambios sociales lleguen por sí solos; para la “izquierda”, no es suficiente la alternancia, se requiere también de un gobierno alternativo.
En este mismo proceso de diferenciación, podemos identificar las particularidades de conceptos y tratamientos entre izquierda y derecha para los otros problemas más sentidos de la población, en donde la desigualdad es la moneda de uso corriente: educación, seguridad, salud, salarios, apoyo al campo, migración, federalismo, política tributaria, servicios públicos, entre otros.
Este esfuerzo de diferenciación ideológica implica, por supuesto, la actualización de los postulados doctrinales del PRD en función de las nuevas realidades. Hay que replantear los temas del nacionalismo y la soberanía frente a la mundialización de la economía; la rectoría del Estado y el sistema de libertades económicas; democracia y mercado; desarrollo sustentable y medio ambiente; trabajo, productividad y organización sindical; cambio político y gobernabilidad; Estado de Derecho y combate a la corrupción; igualdad y prosperidad económicas; así como justicia y autoridad.
Si la ciudadanía logra identificar al PRD como el partido que promueve la igualdad entre los mexicanos —no el igualitarismo, el cual sacrifica las libertades privadas y públicas—, se habrá dado un paso importante en la configuración de un partido moderno de izquierda, es decir, de una opción viable, una tercera vía frente al neoliberalismo de derecha del PAN y el neopopulismo autoritario del PRI.
México necesita un partido moderno de izquierda, que logre el justo medio entre la oposición a ultranza y el colaboracionismo político; entre la movilización en la calle y el diálogo en las instituciones; entre la protesta testimonial y la propuesta legislativa; entre el No a todo y el Si incondicional; entre anclarse en el pasado o aferrarse a la utopía futura. Una izquierda que sirva a México: que no sea rehén de sus dirigentes, de sus corrientes internas ni, mucho menos, del gobierno en turno.
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