El eclipse total de Luna atrapó millones de miradas a lo largo del hemisferio, especialmente en México. En el Zócalo se montaron telescopios para que los capitalinos pudieran admirar el fenómeno. En el punto culminante, a las 21 horas, el satélite se tornó rojizo debido a la filtración de la luz solar en la atmósfera Foto José Carlo González
Emir Olivares Alonso
La emoción de miles de personas que se congregaron en el Zócalo capitalino para observar el eclipse total de Luna que tuvo lugar anoche crecía a medida que el satélite se borraba.
A las 9 de la noche con un minuto el cielo se cubrió de penumbra. Empezaba entonces los 50 minutos en que el satélite quedó cubierto por la sombra de la Tierra, cuando ésta se interpuso entre la Luna y el Sol provocando el eclipse, hecho que no volverá a presentarse hasta el año 2010.
En ese momento la fiesta astronómica llegó a su clímax; miles de niños, jóvenes y adultos se soltaron en aplausos, gritos, silbidos y cientos de disparos de cámaras fotográficas enmarcaron el espectáculo.
Muchos más se arremolinaron en torno a los más de 100 telescopios colocados por la UNAM y el Politécnico para contemplar en el cosmos el transcurrir del eclipse. Otros saturaban las pequeñas carpas donde más de 200 astrónomos procedentes de diversos centros científicos compartían su sabiduría y experiencia. Entre ellos, feliz, Silvia Torres, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2007.
Desde las 19:42 horas, la Luna se fue cubriendo de oscuridad y así permaneció hasta pasadas las 23. Justo debajo del satélite, a la izquierda, se podía ver Saturno, mientras en el polo opuesto resplandecía el color rojo de Marte.
Invadidos por la emoción, los miles que llegaron aquí atraídos por el fenómeno caminaban, charlaban, preguntaban, comentaban y bromeaban, siempre con la mirada clavada en el cielo.
En un esfuerzo por llevar la ciencia a la calle, el Instituto de Astronomía (IA) de la UNAM, el Instituto Politécnico Nacional, el Gobierno del Distrito Federal y otras instituciones astronómicas profesionales y de aficionados organizaron la observación masiva del eclipse lunar.
Los asistentes llegaron a la plaza, por lo general escenario de movilizaciones políticas y sociales, para observar el fenómeno lunar con los instrumentos más avanzados de la astronomía y de los expertos.
“Claro que nos interesa; quiero que mis hijos conozcan lo que pasa en el mundo y fuera de él; que se enteren por qué la Luna se oscurece”, dijo Daniel Sánchez, quien vino con su familia desde la delegación Iztacalco.
A las 6 de la tarde, la astrónoma Julieta Fierro llegó al Zócalo vestida con ropajes que evocaban a Galileo Galilei y acompañada por el Taller Coreográfico de la UNAM, y explicó lúdicamente al público las teorías de Copérnico, Kepler y el propio Galileo sobre el cosmos y la astrofísica.
Danzas, pelotas y globos le sirvieron para escenificar cómo se descubrió que la Tierra es redonda, que no es el centro del universo. Fierro se contagió de la vibra del Zócalo y se sumó a la coreografía del Mambo de Galileo, y para concluir llamó a la gente a sumarse al baile porque “ésta es una fiesta astronómica que lo vale”.
A las 7 de la noche, la Luna pudo verse por encima del Palacio Nacional. Por un momento la gente se mantuvo expectante y ansiosa por contemplar el eclipse. Los minutos parecieron eternos, las filas se hacían cada vez más largas. El satélite se colocó poco a poco en posición, mientras la tierra lo iba cubriendo de penumbra.
Ahí se encontraban también el titular del GDF, Marcelo Ebrard; el rector de la UNAM, José Narro; el director del IPN, Enrique Villa. Las luces del Zócalo y calles aledañas se apagaron para permitir una mejor observación del evento.
Cientos de personas esperaron su turno para asomarse a los telescopios y contemplar, así fuese por un minuto y de manera privilegiada, el espacio exterior. La Luna, los planetas Saturno y Marte; la estrella más brillante después del sol: Sirio; y las constelaciones Orión y las Pléyades mostraron su esplendor a los capitalinos.
Saturno se presentó como un regalo adicional para los observadores, pues a través de los telescopios pudieron verse hasta sus anillos. “Se ve re padre, es como el que veo en las monografías, namás que aquí es amarillo”, exclamó Alejandro, de 9 años de edad, cuando descubrió este planeta a través de un telescopio del IPN.
En el punto culminante del fenómeno, a las 21 horas la Luna se tornó rojiza, y esto, según Rolando Isita, del IA, se debió a la filtración de la luz solar a través de la atmósfera de la Tierra. Las exclamaciones de frustración surgieron cuando por minutos las nubes impidieron ver con claridad.
Hubo quienes trajeron sus propios telescopios; algunos cobraron entre 5 y 20 pesos por minuto de observación.
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