(Luis Agüero Wagner)
En su inmortal “Balada de la cárcel de Reading”, el escritor irlandés Oscar Wilde había escrito que con diferentes variantes, el hombre inexorablemente mata lo que ama. Wilde lo comprobó en carne propia cuando la misma aristocracia y nobleza victoriana, que había elevado su talento al Parnaso de la gloria artística, arrojó su nombre al abismo de la ignominia condenándolo a prisión, por enredos de su vida libertina con el hijo del honorable Marqués de Queenberry.
La misma relación de amor y odio que el genial dramaturgo supo describir con irrepetible gracia literaria, evidenciaron los miembros de la oposición paraguaya en el Parlamento, perfectos ejemplos de cinismo siempre dispuestos a encontrarle precio a todo pero valor a nada.
Apasionados amantes de la democracia, asestaron al objeto amado varias estocadas mortales, alimentando al mismo monstruo (la Justicia Electoral) por el cual están a punto de ser devorados. La fecha marcada es el 20 de abril.
A la vez es al mismo objeto odiado al que le dedican incontables adjetivos descalificadores desde la prensa, y al que han llenado de querellas en los tribunales, al que una y mil veces rindieron el más lisonjero homenaje con el dinero público, aumentando por enésima vez su presupuesto para sostener la estructura prebendaria sobre la que asientan su base de votantes.
A ninguno de ellos interesó que el miembro del Supremo Tribunal Electoral tenga antecedentes de haber servido en la policía política de Stroessner cuando desfilaron por su oficina para solicitar sueldos para su electorado o cobros de los subsidios que el estado paraguayo paga a los partidos políticos supuestamente para fortalecer la democracia.
Si algo han dejado en claro con sus actitudes es que no debemos tomar muy en serio lo que dicen estos grandes demócratas, que se llenan la boca condenando dictaduras, pero se elevan y se mantienen en sus puestos partidarios por los buenos oficios de un represor que les concede espacios en el presupuesto de la Justicia Electoral y amenaza con distribuir las listas de estos ganapanes con ínfulas de perdonavidas.
Aunque se ha podido comprobar en forma irrebatible que los partidarios del obispo Fernando Lugo aceptan sin objeción a un represor como árbitro de la democracia en la Justicia Electoral, le aumentan el presupuesto, le piden favores, todavía pretenden que se les crea cuando se autoproclaman como luchadores y “próceres” de la democracia. Increíblemente, también son los mismos personajes quienes airados reaccionan al sentirse agredidos, cuando desde el Caribe Hugo Chávez les acusó con toda la razón del mundo de carecer de autoridad moral y política.
Todos los dictadores y tiranos siempre han buscado arrinconar al individuo, luego someter a escrutinio su individualidad y finalmente con todas las piezas domeñadas controlar al conjunto de la sociedad.
Este régimen clientelista, prebendario y aniquilador que nos oprime, ha empezado de la misma manera apoderándose de cada uno de los partidos del sustrato político paraguayo, los ha convertido en tributarios y hoy los humilla y denigra obligándolos a alimentarlo a pesar del supuesto odio que existe de por medio. Tal es la incoherencia de quienes hoy en Paraguay se presentan como alternativa de cambio, cuando en realidad constituyen un pequeño círculo de inamovibles burócratas que sólo se reproduce de manera endogámica.
La incoherencia es tanto o más notoria considerando que alegan en defensa de las grotescas repartijas de dinero que acostumbran hacer desde las cámaras legislativas que sólo pretenden así separar la labor legislativa de la política. Resulta que sobre ésta última no se discute, porque al fin y al cabo al final de la jornada también se puede subastar.
De sus “cenas con panteras” -como llamaba a sus inmersiones en el mundillo de la prostituciòn homosexual londinense a fines del Siglo XIX- aprendió Oscar Wilde el alto precio de los amores osados en una época marcada por la hipocresía moral, el cinismo político, la prepotencia colonialista y finalmente la más desproporcionada intolerancia imaginable. El dramaturgo demostraba estar conciente de los costos y riegos asumidos cuando decía que bajar a esos mundos subterráneos del Londres victoriano, era como estar siempre expuesto al zarpazo, al chantaje que tales licencias suponían a manera de resaca ineludible. Su percepción devino en vaticinio porque estos viajes demenciales y arriesgados entre dos mundos, el de Oxford y el de los barrios bajos, fueron la causa de una tragedia y humillación que terminó en desamor y odio. Aquel hombre enviado a trabajos forzados por un amor prohibido, también comprendió que las formas de dar muerte al objeto amado podían adoptar las formas más inesperadas, desde una mirada amarga hasta una palabra zalamera.
Estaba claro, por supuesto, que la madera de la que estaban hechos los hombres determinaba modos diferentes de dar muerte al objeto adorado; de allí que mientras los valientes lo hacían con la espada, al cobarde le bastaba un beso. Incapaces de hacerlo a la manera de los valientes, nuestros próceres de la archicorrupta oposición paraguaya agrupados con hipocresía en torno a un obispo han entregado a la Democracia maniatada a sus verdugos, previo beso de Judas Iscariote.
Exultantes y desbordados por el propio cinismo político, hoy se sacuden el polvo de la faena y junto a los represores que dicen repudiar, se disponen imperturbables a disfrutar de su última cena con panteras.
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