Por Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Fidel Castro Ruz, Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, anunció su decisión de retirarse de la actividad ejecutiva al frente del estado y del gobierno de la isla, después de poco más de un año de haber hecho frente a la enfermedad que mermó su capacidad física y determinó la delegación de la responsabilidad en un equipo de gobierno encabezado por Raúl Castro. Una muy afortunada confabulación entre la naturaleza inexorable y la inteligencia patriótica, como si hubiera sido precisamente diseñada, ha dado lugar a una tersa transición del poder en el país baluarte de la real independencia latinoamericana. Contrario a los deseos de quienes se creen investidos del destino manifiesto para dominar y exprimir a la América Latina, cuyos intereses marchan en el sentido de la cancelación del proyecto emancipador, la Revolución Cubana se renueva y se refresca en un importante proceso de cambios, nutrido por la autocrítica y la reflexión que, en un marco de sólida convicción revolucionaria, ofrece la garantía de corrección de errores y de consolidación de aciertos. La circunstancia internacional ha cambiado, en mucho gracias a la gesta cubana; ya Cuba no está sola ni aislada; el criminal bloqueo, universalmente repudiado, hace agua ante la solidaridad comprometida de un número creciente de pueblos del mundo, particularmente del área latinoamericana y caribeña.
Seguramente que la noticia será ampliamente comentada en todo el mundo y desde diversos ángulos de análisis. Sin la pretensión de ser exhaustivo, ni mi capacidad ni el espacio lo permiten, quiero destacar un aspecto que considero fundamental en el aporte histórico de Fidel Castro: el concepto de la dignidad, aplicado tanto a título personal como, de manera especial, a la nación cubana. La “tignitat” –como la pronuncia el Comandante en su enfático discurso- fue constituyendo un factor de amalgama social de una nación agraviada por el antiguo tratamiento imperial, que convirtió a la isla en el lupanar de los yanquis, refugio favorito de la peor delincuencia y paraíso para las mayores depravaciones. Durante sesenta años, a partir del rompimiento del yugo español, los cubanos padecieron el moderno yugo imperial que, como advertían Simón Bolivar y José Martí, sólo generó la miseria a nombre de la libertad. La dignidad severamente lastimada nutrió el discurso reivindicador del joven Fidel y configuró el vigoroso respaldo social a la convocatoria revolucionaria, en el que la figura de Batista era sólo un accidente; el Movimiento 26 de Julio no se limitaba al derrocamiento del dictador, sino que centró su lucha en la obtención de la independencia, la soberanía y la dignidad.
Durante los cincuenta años transcurridos desde el derrocamiento del dictador, junto con el proceso de construcción del socialismo, ha sido la dignidad el real soporte de la resistencia cubana, sometida al más furioso de los ataques de la nación más poderosa del mundo que, en su ominoso afán de hegemonía, ha pretendido doblegar al pueblo cubano por la vía del hambre, mediante el más prolongado bloqueo que se haya registrado en la historia. Quienes mentirosamente se ufanan de ser paladines de los derechos humanos, los han atropellado en grado de genocidio contra un pueblo cuyo único pecado es el de pretender ser dignos. La vigencia del régimen revolucionario durante el llamado “período especial” después de la caída de la Unión Soviética, es un monumento a la tozudez cubana por andar su propio camino, como también es un monumento a la perversidad imperial yanqui.
Un fenómeno social, como es el cubano, no deja de tener detractores, tanto entre los lacayos al servicio de Washington, como entre sinceros defensores de los derechos humanos que, en su óptica, sólo los contemplan dentro de los parámetros de un estereotipo universal adoptado de manera acrítica. No por repetido deja de tener pleno sentido el hecho de que Cuba se ha mantenido en estado de guerra durante casi cincuenta años, permanentemente asediada por el invasor cubano-americano; el hecho de que no se disparen armas de fuego no resta veracidad al efecto cruento de las armas de la economía y las de la propaganda. Tampoco es menor la consideración de los enormes avances de la sociedad cubana en materia de salud, educación, alimentación y vivienda, los que constituyen garantía del derecho a la vida, condición esta que es atropellada cotidianamente en las llamadas democracias occidentales, incluida la estadounidense con su modelo neoliberal. Quienes viajan a Cuba en condición de turistas podrán dar cuenta del lumpen habanero del centro histórico, en nada diferente al que flota en cualquier centro turístico del mundo, pero que no se reproduce en el interior del país ni en el cuerpo urbano de La Habana. Nadie en el mundo se ha acercado tanto al verdadero humanismo como los cubanos.
Los errores indudablemente son muchos. El propio progreso genera condiciones nuevas para las que no siempre se está preparado. Hoy la isla es un hervidero de asambleas y propuestas. Todo está a revisión, excepto la decisión de los cubanos por continuar bregando por su propio camino al socialismo y en la procuración de su bienestar.
Si bien la experiencia cubana es irrepetible, hay mucho de lo que allá tienen que será importante trasladar a nuestras sociedades latinoamericanas. Destaco el valor de la dignidad.
El concepto de patria se nutre de dignidad, su carencia vulnera cualquier aspiración libertaria. Nada más indigno, social e individualmente hablando, que transigir con el fraude electoral. En México es preciso recuperar la dignidad.
Correo electrónico: gerdez999@yahoo.com.mx
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