Hedelberto López Blanch
Fidel Castro, el líder cubano y, por qué no, mundial, se retira tranquilamente victorioso después de enfrentar durante más de 50 años al imperialismo más fuerte y agresivo que haya existido en toda la historia de la Humanidad.
El anuncio realizado el pasado 19 de febrero por Fidel, de “no aspirar ni aceptar el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe”, aunque era esperado por todo el pueblo debido a su estado de salud que él mismo venía explicando, no dejó por ello de ser impactante para quienes han estado unido a sus orientaciones a lo largo de muchos años.
Estratega sin par, humano desde las raíces, internacionalista inigualable, independentista vertical, defensor de revoluciones y movimientos progresistas en el mundo y luchador incansable por el bienestar y la soberanía de su pueblo, el Comandante el Jefe logró sobrevivir a varias operaciones de una larga enfermedad, restablecerse y preparar el relevo consecuente sin traumas ni alteraciones.
El invencible estadista logró alcanzar la victoria en las montañas de la Sierra Maestra al crear un ejército popular con solo 12 combatientes que habían quedado después de la derrota de Alegría de Pío tras el desembarco del yate Granma el 2 de diciembre de 1956.
Un ejército batistiano (dictadura de Fulgencio Batista) apoyado y armado por Estados Unidos fue incapaz de derrocar a las fuerzas rebeldes que entraron victoriosas el primero de enero de 1959.
Fidel derrocó, junto a su pueblo, la invasión mercenaria de Playa Girón, organizada y armada por Washington con la complicidad de varias naciones latinoamericanas. Después se destacó como estratega en los largos y difíciles días de la Crisis de Octubre, como lo definió el Comandante Ernesto Che Guevara.
El pueblo lo ha visto siempre al frente cuando los desastres naturales han azotado el país como el ciclón Flora, el Dennis y otros.
Más de 600 atentados contra su vida organizados por la Agencia Central de Inteligencia, grupos contrarrevolucionarios y los gobiernos de Estados Unidos, no pudieron acabar con su vida.
Brilló Fidel desde el Estado Mayor instalado en Cuba, durante la toma de decisiones de las tropas internacionalistas cubanas y la posterior derrota de las fuerzas del apartheid (apoyadas por Estados Unidos y otras naciones occidentales) en las batallas por la independencia de la República de Angola, que abrieron el triunfo a Zimbabwe y Namibia, y al final ocasionaron, en Cuito Cuanavale, un golpe demoledor al régimen sudafricano.
La caída del campo socialista y de la Unión Soviética dejó a Cuba en el más absoluto aislamiento de la historia; perdió el 85% de su mercado internacional, el Producto Interno Bruto cayó en un –35% y muchos pensaron que la Revolución desaparecería. Fue la visión larga de Fidel que logró mantener unido al país, y echar a andar las fuerzas morales y productivas de la nación.
No ha existido una sola batalla que el Comandante en Jefe haya perdido contra las agresiones, políticas desestabilizadoras y el bloqueo económico contra el pueblo cubano que perdura ya 48 años, lanzadas desde Estados Unidos. El imperio no puede aceptar tamaña osadía de quien lo ha enfrentado, retado y le ha ganado durante 50 años en su propio traspatio.
El Comandante en Jefe ha visto en los últimos años surgir y profundizarse las fuerzas democráticas y revolucionarias por África, Asia y sobre todo el cambio que se ha producido en América Latina. Sus ideas revolucionarias han florecido por todos los continentes.
Nueve presidentes norteamericanos no han podido derrotarlo y la décima administración, una de las más agresivas, está también por terminar.
Fidel, mientras tanto, con mesura y agudeza ideológica ha conducido el normal relevo de esta revolución que es admirada por la mayoría de los gobiernos y pueblos del orbe y también con sus Reflexiones, continuará señalando el camino socialista de esta pequeña Isla, faro del mundo.
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