jueves, febrero 21, 2008

La victoria final de Fidel


México, D.F., 19 de febrero (apro).- Desde que Fidel Castro conquistó el poder en 1959, Washington y la comunidad del exilio cubano han estado esperando ansiosamente el momento en que lo pierda, punto en el que, según su idea, tendrían el camino libre para reconstruir Cuba en sus propios términos. Sin el puño de hierro de Fidel para mantener a los cubanos en su sitio, toda la isla haría erupción en demanda de un cambio rápido. La población, largamente oprimida, derribaría a los socios revolucionarios de Fidel, y clamaría por la llegada de capital, experiencia y liderazgo desde el norte, para transformar a Cuba en una democracia de mercado con fuerte vínculos hacia los Estados Unidos.Pero ese momento ha llegado y se ha ido, y nada de lo que Washington y los exiliados anticiparon llegó a suceder. Mientras los observadores de Cuba todavía especulan cuánto tiempo más sobrevivirá el gravemente enfermo Fidel, la transición post-Fidel ya está ampliamente en curso. El poder ha sido exitosamente transferido a un nuevo grupo de dirigentes, cuya prioridad es preservar el sistema, permitiendo sólo una reforma sumamente gradual. Los cubanos no se rebelaron, y su identidad nacional sigue atada a la defensa de su patria contra los ataques de Estados Unidos a su soberanía. Conforme el régimen post-Fidel responda a las crecientes demandas de más participación democrática y oportunidad económica, Cuba indudablemente cambiará, pero el ritmo y la naturaleza de ese cambio serán mayormente imperceptibles para el simple ojo norteamericano.Los casi cinco decenios de Fidel en el poder llegaron a su fin el verano del 2006, pero no con el estallido esperado, en realidad ni siquiera con una sacudida menor, sino en cámara lenta, con Fidel mismo orquestando la transición. La transferencia de autoridad de Fidel a su hermano menor, Raúl, y a una media docena de sus leales –que han estado conduciendo el país bajo la vigilancia de Fidel por décadas – fue notablemente suave y estable. No hubo un solo episodio violento en las calles cubanas. No hubo un éxodo masivo de refugiados. Y, a pesar de una ola de euforia inicial en Miami, ni una sola lancha abandonó algun puerto de la Florida para hacer la travesía de 90 millas. Dentro de la propia Cuba, si Fidel mismo sobrevive semanas, meses o años ya no es en este momento el punto de discusión.En Washington, no obstante, la política hacia Cuba --enfocada esencialmente hacia un cambio de régimen-- ha estado dominada desde hace tiempo por un deseo fantasioso, siempre desvinculado de la realidad de la isla. Gracias a los votos y las contribuciones de campaña de los 1.5 millones de cubano-americanos que viven en la Florida y Nueva Jersey, la política doméstica ha guiado la elaboración de las estrategias. Esta tendencia ha sido convalidada por una comunidad de inteligencia estadunidense limitada por un asfixiante y ampliamente autoimpuesto aislamiento de Cuba, y reforzada por un entorno político que recompensa nutrir a la Casa Blanca con aquello que quiere oir. ¿Para qué alterar este status quo si es tan familiar, genera tantos fondos y retóricamente agrada a los políticos de ambos partidos? (…)Washington debe, de una vez por todas, despertar a la realidad del cómo y el porqué el régimen de Castro ha sido tan perdurable, y reconocer que, como resultado de su intencional ignorancia, tiene muy pocas herramientas para influir efectivamente sobre Cuba, una vez que Fidel ya no esté. Con la credibilidad de Estados Unidos en una baja contínua tanto en América Latina como en el resto del mundo, llegó el momento de dejar a un lado una política que, el traspaso de poder de Fidel, ha exhibido ya con claridad como un rotundo fracaso.
Cambio de clima
(…) A unas semanas del anuncio de la enfermedad de Fidel, Raúl dio una entrevista claramente orientada al consumo estadunidense. Cuba, dijo, “siempre ha estado preparada para normalizar las relaciones sobre la base de la igualdad. Pero no vamos a aceptar las políticas arrogantes e intervencionistas de esta administración”, ni tampoco Estados Unidos obtendrá concesiones sobre el modelo político interno de Cuba. Algunos días después, el secretario de Estado adjunto para Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon, respondió más o menos en el mismo tono. Washington, dijo, consideraría levantar el embargo – pero sólo si Cuba abría una vía hacia la democracia multipartidaria, liberaba a todos los presos políticos y permitía organizaciones independientes de la socidad civil. Con o sin Fidel, los dos gobiernos seguían atorados donde lo han estado por años: La Habana dispuesta a hablar sobre todo, excepto sobre aquella condición respecto de la cual Washington no va a transigir; Washington ofreciendo algo que La Habana no quiere incondicionalmente, a cambio de lo que éste no está dispuesto a dar.Desde la perspectiva de Washington, esta parálisis puede parecer sólo temporal. Shannon comparó a la Cuba post-Fidel con un helicóptero que tiene una hélice rota –siendo la implicación, que la caída es inminente. Pero esta visión, extendida entre los que diseñan la política en Estados Unidos, ignora la verdad incómoda sobre Cuba bajo el régimen de Castro. Sin menospreciar la desbordante autoridad personal de Fidel y la hábil capacidad de Raúl para construir instituciones, el gobierno descansa en mucho más que el carisma, la autoridad y la leyenda de estas dos figuras.
Infedelidad
Pese a que la administración de George H.W. Bush dio fin a los esfuerzos encubiertos por derribar a Fidel, actualmente Estados Unidos gasta alrededor de 35 millones de dólares en iniciativas que algunos califican como “promoción de la democracia” y, otros, como “desestabilización”.Radio Martí y TV Martí hacen emisiones hacia Cuba desde la Florida; otros programas del gobierno estadunidense pretenden apoyar a disidentes, familiares de presos políticos, activistas de derechos humanos y periodistas independientes. Aunque algunos cubanos sí escuchan Radio Martí, el gobierno cubano bloquea la señal de TV Martí y, sin lazos abiertos entre los dos países, tan sólo una fracción de la ayuda llega a los cubanos que viven en la isla; la tajada del león se distribuye a través de contratos no vinculantes a la industria anexa anti-Castro que ha emergido en Miami, Madrid, algunos países latinoamericanos y capitales de Europa del Este. Los receptores de esta generosidad federal –junto con los agentes de inteligencia cubanos que rutinariamente infiltran los grupos que se forman– se han convertido en los principales prendahabientes de la política de Washington hacia Cuba, bien nutrida de fondos, aunque evidentemente inefectiva.Peor todavía, dentro de Cuba estos esfuerzos son generalmente contraproducentes. Las sanciones económicas estadunidenses han dado a los dirigentes cubanos una justificación para controlar los pasos de la inserción de la isla en la economía mundial. La percepción, persistente en Cuba, de que Estados Unidos y la diáspora cubana conjuran para cambiar el régimen, fortalece aún más a los elementos locales de línea dura, quienes argumentan que sólo un modelo político cerrado, con una mínima apertura de mercado, puede proteger a la isla de la dominación de un poder extranjero, aliado con las viejas élites adineradas. Los disidentes que abiertamente se identifican con la política estadunidense y sus defensores en Miami y en el Congreso, se ven a sí mismos como arietes de Estados Unidos, aun si no lo son. Más todavía, el gobierno cubano ha socavado exitosamente tanto la legitimidad nacional como internacional de los disidentes, al “destapar” a algunos como fuentes, testaferros o agentes de Estados Unidos (o de los propios servicios de inteligencia cubanos). El arresto y encarcelamiento, en 2003, de 75 disidentes, intentó demostrar que Cuba quería y podía prevenir cualquier esfuerzo exterior para cambiar el régimen, sin importarle la consiguiente protesta internacional ni las represalias del Congreso estadunidense.En Cuba hay disidentes genuinos que no han sido contaminados por ninguno de los dos gobiernos ni debilitados por las luchas internas. Uno de ellos, Oswaldo Payá, es un devoto católico que encabeza el Proyecto Varela, que en el 2002 pudo reunir más de once mil firmas para solicitar al gobierno cubano que llevara a cabo un referendum sobre elecciones abiertas, libertad de expresión, libertad de empresa, y la liberación de prisioneros políticos. Sin embargo, ha sido sólo resistiendo cualquier compromiso con la comunidad internacional, y con Estados Unidos en particular, que Payá ha logrado conservar su credibilidad y autonomía. Entretanto, en la pantalla de radar (y dentro de instituciones cubanas oficialmente sancionadas), hay franjas enteras de reflexivos nacionalistas, comunistas, socialistas, socialdemócratas y progresistas, que tal vez no tienen todavía el espacio político para ventilar públicamente sus puntos de vista, pero que expresan su disidencia en términos que quienes elaboran las políticas de Estados Unidos o bien no reconocen, o no apoyan.La conclusión final de medio siglo de hostilidades –especialmente hoy con los lazos prácticamente cortados– es que Washington virtualmente no tiene forma de incidir sobre los acontecimientos en Cuba. Sin casi otra opción para cumplir con sus compromisos de campaña hacia los cubano-americanos que una invasión a gran escala, la administración Bush estableció en 2003 la Comisión de apoyo para una Cuba libre, y designó en 2004 a un “coordinador de la transición cubana”. Hasta la fecha dicha comisión, cuya membresía y deliberaciones han sido mantenidas secretas, ha elaborado dos informes, con un total de 600 páginas, sobre qué tipo de asistencia, “si se solicita”, podría proporcionar el gobierno de Estados Unidos a un gobierno de transición en Cuba.El planteamiento básico que sustenta los planes de la Comisión, es que con asistencia externa la transición en Cuba será un híbrido de aquellas en Europa del Este, Sudáfrica y Chile. Estas analogías y las recetas políticas que se derivan de ellas no se sustentan. A diferencia de los europeos del Este en el decenio de 1980, los cubanos, aunque entusiastas de la cultura y el dinamismo norteamericanos, no ven a Washington como un faro de libertad contra la tiranía, sino como un opresor imperialista que ha contribuido a justificar la represión doméstica (más aún, Estados Unidos promovió activamente los viajes, el comercio y los lazos culturales con el bloque soviético, antes de que ahí se iniciara la transición). En el caso de Sudáfrica, las sanciones que ayudaron a derribar el régimen del apartheid fueron exitosas porque, en contraste con el bloqueo unilateral de Estados Unidos contra Cuba, tuvieron alcance internacional. Y, en Chile, el gobierno estadunidense pudo facilitar la salida de Augusto Pinochet del poder, sólo porque lo apoyó firmemente durante tanto tiempo.El segundo aspecto de la visión de Washington para la Cuba post-Fidel, es más peligroso que una mala analogía. La administración Bush ha dejado en claro que su prioridad número uno es interrumpir los planes de sucesión del régimen de Castro. Justo antes de que en julio Fidel se sometiera a una cirugía intestinal, un informe de la Comisión de asistencia para una Cuba libre afirmaba que “el único resultado aceptable de la incapacitación, muerte o salida del poder de Castro, es una genuina transición democrática. …Con el fin de socavar la estrategia de sucesión del régimen, es vital que el gobierno de Estados Unidos mantenga la presión económica sobre él”.Desde el inicio de la guerra en Irak, en 2003, los cubanos han observado de cerca los efectos que ha tenido ahí la eliminación del baasismo. Al igual que la membresía al Partido Baas bajo Sadam Hussein en Irak, la membresía al Partido Comunista en Cuba constituye un boleto para el avance profesional, tanto para creyentes devotos como para oportunistas agnósticos. Entre los miembros del partido se incluyen sofisticados intelectuales, economistas con mentalidad reformista, clérigos, osados líderes juveniles, científicos, profesores, oficiales militares, oficiales de policía, burócratas y hombres de negocios de los “sectores de ganancias de ingresos” de la economía. En breve, es imposible saber quién, del casi millón de miembros del partido (y 500 mil miembros más de la Unión de Juventudes Comunistas), es un verdadero fidelista o raulista. Purgar a los miembros del partido sería dejar al país sin los individuos capacitados que requerirá después de Fidel, cualquiera que sea el curso del cambio. Y si Estados Unidos, o un gobierno que Washington considere adecuado para la transición, estuviera alguna vez en posición de realizar dicha purga, entonces enfrentaría la insurgencia de milicias con alto adiestramiento, galvanizadas por un nacionalismo antinorteamericano.Un fenómeno que alienta, es que la comunidad cubano-americana ya no tiene una sola mentalidad respecto del futuro de Cuba y su papel en él. Durante décadas, una ruidosa minoría de exiliados de línea dura –algunos de los cuales, directa o indirectamente, defendieron la violencia o el terrorismo para derribar a Fidel– tuvo puesto un candado sobre la política de Washington hacia Cuba. Pero los cubano-americanos que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños pequeños, son como votantes menos apasionados, y tienen menos ideas fijas que sus padres y abuelos; y los casi 300 mil migrantes que han llegado desde 1994, generalmente están más preocupados por pagar sus cuentas y mandar remesas a sus familiares en la isla. Aunque sigue siendo anti-Castro, actualmente la mayoría de los cubano-americanos reconoce que el bloqueo ha fracasado, y desea mantener lazos familiares y humanitarios sin eliminar completamente las sanciones. Pero, ante todo, muchos desean reconciliación más que venganza.El Departamento de Estado está empezando a reconocer estos cambios y, ahora, muchos miembros del Congreso deben responder a constituyentes de otros países latinoamericanos, que resienten la desmedida influencia de los cubano-americanos. Pero los elementos de línea dura y sus aliados en Washington seguirán peleando contra cualquier propuesta de revisar la política. Temen que si Washington adopta una perspectiva más realista hacia la isla, el tren de la política pasará de largo por Miami y se enfilará directamente hacia La Habana – y ellos, entonces, habrán perdido su influencia justo en el momento en que más importa.
La Jugada de Washington
Aun con la economía creciendo y nuevas inversiones del sector público en transporte, energía, educación, asistencia médica y vivienda, los cubanos al día de hoy están profundamente frustrados por los rigores de limitarse a que les cuadren las cuentas. Están ansiosos de más participación democrática y oportunidad económica. Pero también reconocen que el modelo social, económico y político de Cuba sólo podrá cambiar gradualmente, y que una reforma de esta naturaleza será orquestada por aquellos a quienes Fidel ha estado formando desde hace tiempo para reemplazarlo. También Washington debe aceptar que no hay alternativa a quienes ya están dirigiendo la Cuba post-Fidel.Desde la perspectiva de los sucesores elegidos por Fidel, la transición se da en un contexto internacional particularmente favorable. Pese a los asiduos esfuerzos de Washington, Cuba está lejos de estar aislada: tiene relaciones diplomáticas con más de 160 países, estudiantes de casi cien estudian en sus escuelas y sus médicos están distribuidos en otros 69. El resurgimiento de la izquierda latinoamericana, junto con el reciente incremento de un sentimiento antinorteamericano en todo el globo, hace al desafío de Cuba hacia Estados Unidos inclusive más obligado y menos anómalo de lo que era al término de la Guerra Fría. La relación cubano-venezolana, que se basa en una crítica compartida del poder estadunidense, el imperialismo y el “capitalismo salvaje”, tiene un particular poder simbólico. Aunque esta alianza difícilmente será permanente, y los observadores norteamericanos con frecuencia exageran la influencia de Venezuela como un agente de poder, ésta abastece a Cuba con alrededor de 2 mil millones de dólares en petróleo subsidiado al año y le proporciona un mercado de exportación para su excedente de médicos y asesores técnicos (al aportar la columna vertebral de los programas sociales del presidente venezolano Hugo Chávez, y dar asistencia para la creación de organismos funcionales, La Habana ejerce más influencia sobre Venezuela, que Caracas sobre Cuba). Sin ceder ninguna autoridad a Chávez, La Habana optimizará esta relación mientras siga siendo beneficiosa.Tampoco será Venezuela el único país que resistirá los esfuerzos estadunidenses para dominar a la Cuba post-Fidel y purgar al país de su legado revolucionario. Todavía profundamente nacionalistas, desde hace mucho los latinoamericanos han contemplado a Fidel como una fuerza a favor de la justicia social y un dique necesario para la influencia de Estados Unidos (…)Latinoamericanos de diversas ideologías, la mayoría de ellos profundamente comprometida con la democracia en sus propios países, desean ver un aterrizaje suave en Cuba – no la violencia y el caos que ellos presumen la política de Estados Unidos va a traer. Dados sus propios fracasos en los noventa para traducir el compromiso con Cuba en democratización, y los actuales problemas de credibilidad de Estados Unidos en esta materia, es improbable que sus aliados en América Latina y Europa apoyen a Washington en cualquier tipo de iniciativa internacional para impulsar sus deseos de un cambio radical en Cuba.(…) Varios actores de Estados Unidos y la comunidad internacional se apresurarán a plantear y, si encuentran cómo, a poner en práctica una serie de demandas: llevar a cabo un referendum y elecciones multipartidarias, liberar inmediatamente a todos los presos políticos, devolver todas las propiedades nacionalizadas e indemnizar a sus anteriores dueños, volver a redactar la Constitución, permitir la libertad de prensa, privatizar las compañías estatales – en suma, volverse un país que Cuba nunca ha sido, ni siquiera antes de la Revolución. Muchos de estos objetivos serían deseables si se estuviera inventando un país de la nada. Pero, actualmente, muy pocos de ellos son realistas.(…)El palacio presidencial en La Habana no será ocupado por un gobierno de “transición” del tipo del que desea Washington. Esto significa, que la Casa Blanca no puede esperar, de manera responsable, a que llegue el feliz día en que pueda poner a prueba las recomendaciones del informe de su comisión. En su lugar, la actual administración debería iniciar inmediatamente pláticas con los altos dirigentes cubanos. Si se reconoce que Cuba y Estados Unidos comparten el interés de que haya estabilidad en ambas partes del estrecho de la Florida, la primera prioridad es coordinar esfuerzos para prevenir una crisis de refugiados o imprevistas provocaciones por parte de grupos de exiliados asentados en Estados Unidos, ansiosos de explotar un momento de cambio en la isla. Más allá del manejo de la crisis, Washington y La Habana podrían cooperar en un sinnúmero de otras preocupaciones en la Cuenca del Caribe, entre ellas el tráfico de drogas, la migración, la seguridad portuaria y aduanal, el terrorismo y las conscuencias ambientales de las perforaciones marítimas en el Golfo de México. En el pasado, ambos países han trabajado con éxito en algunas de estas áreas: los dos tienen burocracias integradas por profesionales que conocen la materia e, inclusive, se conocen unos a otros. Poner fin a la prohibición de Washington de viajar a la isla, medida que ya ha sido respaldada por una mayoría bipartidista en la Cámara de Representantes, abriría por su parte el camino a una nueva dinámica entre Estados Unidos y Cuba. Al igual que la Casa Blanca del primer presidente Bush dio formalmente fin a las opereaciones encubiertas contra la isla, la actual administración Bush, o su sucesora, debería también retirar decididamente de su agenda el cambio de régimen, hasta ahora pieza central de la política de Washington hacia Cuba.De proseguir el curso actual y continuar lanzando amenazas sobre qué tipo de cambio es aceptable o no después de Fidel, lo único que logrará Washington es hacer más lento el ritmo de la liberalización y la reforma política en Cuba, y asegurar muchos años más de hostilidad entre los dos países. Por el contrario, al proponer un manejo bilateral de la crisis, implementar medidas que den confianza, acabar con las sanciones económicas, despejar el camino para que los cubano-americanos u otros ciudadanos norteamericanos que lo deseen puedan viajar libremente a Cuba; y al dar a ésta el espacio para que diseñe su propia ruta después de Fidel, Washington contribuiría a terminar con la mentalidad de sitio que ha prevalecido durante mucho tiempo en el cuerpo de la política cubana y, con el aplauso de los aliados de Estados Unidos, tal vez a acelerar la reforma.Dentro y fuera de la isla, los cubanos siempre han peleado a causa de su futuro – e intentado, directa o indirectamente, involucrar al poder norteamericano en sus conflictos. A menos que en los próximos cincuenta años se quiera tener más de lo mismo, lo más sabio por parte de Washington sería quitarse del camino, saliéndose por completo de la política interna de Cuba.Los sucesores de Fidel ya están trabajando. Detrás de Raúl existen otras figuras con la capacidad y la autoridad para tomar las riendas y continuar la transición, aun después de que él tampoco esté. Para fortuna de ellos, Fidel les dio una buena enseñanza: están trabajando para consolidar el nuevo gobierno, cumplir con los asuntos de la vida cotidiana, crear un modelo de reforma con características cubanas, mantener la posición de Cuba en América Latina y a nivel internacional, y manejar las predecibles políticas de Estados Unidos. Que estos logros perduren después de Fidel, es una victoria final para el sobreviviente latinoamericano más paradigmático.
* Julia E. Sweig es alto miembro del Nelson y David Rockefeller (Center) y Directora de Estudios Latinoamericanos en el Council on Foreign Relations. Es autora de Dentro de la Revolución Cubana: Fidel Castro y la clandestinidad urbana y el fuego amigo: perdiendo amigos y haciendo enemigos en un siglo antinorteamericano.

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