Víctor Manuel Barceló
Todo permite afirmar que la decisión de Fidel Castro, para no retornar a las posiciones de Presidente y Comandante en Jefe del ejército cubano, recién expresadas, es una más de las jugadas maestras, del estadista más completo y exitoso del siglo XX y lo que va del actual. Abre puerta a que el Congreso -representante del pueblo- tome decisiones, tanto para la difícil tarea de sustituir su figura, como para que las nuevas rutas que el planteó, sean sancionadas por los órganos de poder y por el pueblo. Urge seguir avanzando en la mejoría de las condiciones de vida de su gente, por ahora la mejor educada de Latinoamérica.
Aspecto sustancial es obtener mejores resultados de la relación internacional de Cuba. Para ello, Castro hace planteamientos, que pueden tener viabilidad. Nunca en el absurdo que proponen los candidatos a la Presidencia del Imperio –y corifeos en Europa y otras latitudes- entregando el proceso a intereses transnacionales. Sí en el camino que el pueblo cubano, apoyado en su institucionalidad y organización, soberanamente decida.
La presencia física de Fidel, lúcido, profundo como se muestra en sus artículos -publicados en los últimos tiempos- será detonante de esa nueva ruta de Cuba. Otros países del área, se dejaron "consentir" por el imperio y perdieron oportunidad histórica y dignidad, logradas con el sacrificio de gentes en el entorno de: Jorge Eliécer Gaytán en Colombia; Getulio Vargas y Joao Goulart, en Brasil; Juan D. Perón en Argentina; Paz Estensoro en Bolivia; Salvador Allende, en Chile; Jacobo Arbens en Guatemala; Haya de la Torre y Velasco Alvarado en Perú; de Lázaro Cárdenas a Luís Echeverría en México. Tras esos momentos, nuestros países cayeron definitivamente, uno a uno, bajo la férula transnacional, en la economía, en la política y no pocos, en su vida social. Mucho podría decirse de los porqué, para que ello ocurriese: fallas en organización de grupos de apoyo, de adentro o de afuera; presiones imperiales que cambian rumbo definido; asonadas, golpes de estado y magnicidios. En ningún caso pudo organizarse resistencia; ni se contó con apoyo analítico y de propuestas para la acción. Lo más grave, en casi ninguno de esos proyectos, se hizo presente la clase obrera o campesina, organizada. No eran planes de cambio profundo, apenas si búsqueda del control de la vida nacional, mediante un capitalismo de estado que, en algunos casos, ni siquiera se vislumbró. Todo esto pudo ser resuelto en Cuba, bajo el liderazgo de Castro y el cobijo de Martí.
En México fue fundamental la tarea de Lázaro Cárdenas. Expropiar las petroleras –ensoberbecidas- fue punta de lanza del crecimiento, que se pierde hasta fines de los setentas del siglo XX. A partir de allí, el neoliberalismo es impuesto, con la complacencia de porciones poderosas del poder político, deteniendo avances en crecimiento económico. Queda la nacionalización energética, en pié y rescatable.
Cárdenas también organizó fuerzas reales para cualquier proceso revolucionario: obreros y campesinos. Solo que estos no evolucionaron como eje del mismo, se quedaron como soporte del poder, compartiendo tareas con industriales nacionalistas y el ejército. Ello, junto a presiones internacionales, frenó el avance de la Revolución, más allá del caudillismo. En tal situación se encuentran movimientos sociales vigentes en Latinoamérica: Venezuela, Bolivia, Ecuador, a punto de decidir, entre capitalismo de estado o ruta nacional hacia el Socialismo.
Los otros países en puja con el imperio, como: Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Nicaragua y Panamá, están en graves compromisos económicos, con movimientos internos en contra, fuertes y apoyados desde el exterior. Su antiimperialismo no tiene la solidez de los que pretenden mayor profundidad social. Buscan fortalecer al capitalismo interno, con creciente paraestatismo, a fin de ejercer la rectoría del estado, en el uso de sus recursos naturales. Su acción multilateral -como ocurre en el Cono Sur de Latinoamérica- parece ser la fortaleza mayor ante el embate transnacional. Éste ha provocado conflictos graves al interior –sobre todo- de sus empresas petroleras, que por lo general se deciden en Washington.
Nuestro país está ahora, lejos de los años de auge y crecimiento. El neoliberalismo nos hundió en una ruta profunda de complacencia con intereses transnacionales. De allí la lucha de diversos sectores y tendencias políticas, para impedir la enajenación, abierta o solapada, de nuestros recursos energéticos. Un tema parece estar superado: no podrán privatizar PEMEX ni la CFE. Lo han reconocido públicamente.
Falta definir formas de participación privada, nacional y extranjera. Existen mecanismos en práctica –como los Contratos de Servicios Múltiples- que riñen con lo que autoriza la Constitución. Habrán de revisarse, al determinar áreas y situaciones en que sea sano abrirse al capital extranjero. La fiebre privatizadora perdió fuerza en el Planeta. Ahora las "siete hermanas" famosas, que controlaban producción y venta de hidrocarburos, están desplazadas por cinco empresas paraestatales. La ola de renovación cruza el mundo y se detiene admirada ante Cuba y Fidel, paradigmas de fortaleza, decisión y resultados. No copiemos, hagamos sostenido esfuerzo en esa ruta.
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