Bernardo Barranco V.
Cuando todo parecía indicar que el jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, se encaminaba hacia un segundo mandato de cuatro años, las encuestas y sondeos más recientes muestran un importante repunte de la oposición conservadora del Partido Popular (PP), colocando a Mariano Rajoy unos cuantos puntos atrás del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con lo cual el final de la jornada electoral puede ser de fotografía.
Durante el proceso electoral uno de los debates más llamativos ha sido el sostenido entre el actual gobierno con la jerarquía católica. El papel de la Iglesia española ha sido crítico de las iniciativas del jefe de gobierno, así como ha jugado desde una trinchera política de franco respaldo a la oposición encabezada por el PP, politizando sus posiciones ético-religiosas.
Es evidente que desde que Rodríguez Zapatero asumió la presidencia, la relación con la Iglesia ha sido un tema de continuo conflicto, a partir de las críticas episcopales a iniciativas socialistas como el matrimonio homosexual, la enseñanza laica, la experimentación con células madres, el divorcio rápido y la ampliación de los supuestos de aborto. Dicho antagonismo, señalan algunos especialistas, ha propiciado la reactivación de la Iglesia como actor político-social de primer reparto. Salvo en Euskadi y Cataluña, donde el catolicismo está de manera viva en las comunidades locales, la Iglesia parecía haber estado ausente en los debates torales durante la democracia; muchos la evaluaban como un cuerpo decadente con una estructura organizativa debilitada y escasa notoriedad, que venía perdiendo su condición de referente moral de la sociedad española. Por el contrario, los sectores intelectuales y seculares habían estigmatizado lo católico al nacional catolicismo; sin embargo en la actualidad, aparentemente uno de los saldos de la confrontación con el gobierno ha sido estimulación de nuevos bríos protagónicos y hasta un espíritu de martirio y persecución.
A poco más de un mes de celebrarse los comicios y a unos cuantos días de que se inicien formalmente las campañas electorales, que duran 15 días, hasta el 7 de marzo, los obispos españoles emitieron un documento en el que recomiendan a los católicos votar por los partidos que “defiendan el matrimonio, la vida y la libertad religiosa” y que “no negocien” con la organización terrorista ETA. Nuevamente las relaciones entre el gobierno de Rodríguez Zapatero y la Iglesia se crisparon; el PSOE se consideró excluido de la recomendación a la que descalificó, en severos términos, por “hipócrita y malintencionada”. Y, de paso, censuró “por inmoral” que los obispos, a los que asoció con la oposición de derecha que encarna el PP, “utilicen el tema del terrorismo para hacer campaña electoral”.
En respuesta a la postura política de la comisión permanente de la conferencia episcopal española, el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, aseguró que la ofensiva de los obispos para las elecciones no quedará sin respuesta: “Nada será igual después del 9 de marzo en las relaciones entre la jerarquía católica y el gobierno”, amenazando con quitar el conjunto de subvenciones que la Iglesia católica recibe del Estado, cercanos a los 5 mil millones de euros anuales, que ha llegado la hora de dar “pasos definitivos” hacia la autofinanciación de la Iglesia. Y de paso, señala el dirigente, redefinir con el Vaticano los acuerdos suscritos en 1979, de los cuales se desprende un conjunto de privilegios y prerrogativas hacia la Iglesia.
En diferentes momentos el papa Benedicto XVI ha defendido y avalado la posición de los obispos españoles. Su discurso del pasado 7 de enero frente a 180 embajadores acreditados ante el Vaticano no fue la excepción, dado que se produjo en un momento en que arreciaron las críticas del gobierno y del PSOE contra la Iglesia tras la Fiesta de la Familia del 30 de diciembre. Ahí la Iglesia católica mostró su músculo convocando a cerca de 2 millones de católicos que enarbolaron críticas por las políticas sociales del gobierno. En una mañana casi primaveral, en medio de la multitud, en pantalla gigante y con un sonido excelente, el sumo pontífice envió un corto, pero contundente mensaje en defensa de la familia tradicional, como “santuario de vida”, de la indisolubilidad del matrimonio, su derecho a educar a los hijos y la defensa de la vida como “lo más precioso de la Creación”.
Por su parte, la estrategia de los socialistas busca los votos más radicales y seculares tratando de evitar el alto nivel de abstencionismo que permitió el triunfo en 2000 a José María Aznar. La confrontación con los sectores más conservadores de la jerarquía católica ha sido aconsejada por los asesores de campaña para despertar el voto de un amplio sector de votantes españoles, en su mayoría desencantados con las formas tradicionales de la política, pero temerosos del ascenso de la derecha ultraconservadora.
El corresponsal de un diario argentino señalaba la estrategia, diciendo: “Por eso, además de su electorado habitual, los socialistas necesitan el apoyo del amplio sector conocido como la progresía. Más que una ideología, estos grupos se identifican con un estado de ánimo, con un ‘sentimiento’, diría un viejo caudillo radical argentino. El problema es que la progresía se mueve muchas veces como un elefante en un pantano. Es hipotensa, inclinada al desencanto paralizante. Aunque nada la moviliza más que el miedo a la derecha y el anticlericalismo si, como sucede ahora, la Iglesia tiene un protagonismo político e ideológico desmesurado. En las elecciones de 2000 los progres se quedaron en su casa y José María Aznar ganó por mayoría absoluta. Cuatro años más tarde la deriva conservadora del líder popular y su apoyo a la guerra en Irak activaron la indignación de la progresía y le dieron el triunfo a Rodríguez Zapatero” (Clarín, 10/2/08).
Las apuestas están sobre la mesa, los márgenes son estrechos y los riesgos políticos corren a cargo de los socialistas porque la Iglesia católica en España, con el apoyo de Benedicto XVI, parece haber tomado, después de su cenit franquista, un nuevo aire. Veremos.
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