Juan Torres López
Quizá una de las interrogantes peor resueltas sobre la democracia es la que se pregunta por las condiciones de todo tipo que necesariamente deben darse para que podamos decir con propiedad que la democracia existe como tal.
No trataré de resolverla aquí pero me parece que, además de instituciones representativas, partidos democráticos o ciudadanos que la hagan suya, entre otras, hay una fundamental: la deliberación. Al menos, en el sentido en que la define Adela Cortina cuando dice que “delibera quien considera atenta y detenidamente el pro y contra de los motivos de una decisión antes de adoptarla, y la razón o sinrazón de los votos antes de emitirlos” (EL PAÍS, Opinión - 24-08-2004).
Traigo esto a colación porque si hay algo evidente en las relaciones económicas de nuestra época es que cada vez resulta más desnaturalizado y desconocido el agente de quien efectivamente dependen las decisiones económicas.
Hoy día es normal que se hable de la autoridad fiscal o monetaria, del Ejecutivo o, ya en el paroxismo, de los mercados, ... es decir, de instancias impersonales que desde ningún punto de vista pueden considerarse que tengan capacidad de resolver, criterio autónomo para determinar lo bueno o lo malo, ni por supuesto boca para poder expresarse y decidir.
No puede ser que sean esas instituciones sin alma ni rostro las que deciden. Como se decía en El Quijote, debe ser «alguien y aún álguienes» quienes estén tomando las decisiones que a todos nos afectan y en cuya génesis no participamos.
La deliberación ha desaparecido, si es que algún día existió, del mundo económico. Al menos, la deliberación abierta, pública y ciudadana. O incluso partidaria, puesto que es cada vez más habitual comprobar que son solo los grandes líderes, y no el conjunto de sus partidos, los que aparecen como los exclusivos portadores de la propuestas sobre lo que debe o no debe hacerse, sobre lo que nos conviene o no.
Y ahí radica no solo uno de los grandes problemas de la economía de nuestro tiempo sino de la democracia en su conjunto.
¿Cómo creer que vivimos en verdaderas democracias cuando los asuntos económicos más relevantes (que normalmente lo son, a su vez, para la demos en su conjunto) nos vienen dados y sin posibilidad de modificar su orientación o contenido?
La otra cara de la cuestión es que resulta igualmente iluso creer que son solamente los líderes o grandes dirigentes quienes deciden por sí mismos. No recuerdo quién lo dijo ni siquiera si es apócrifo o no, pero comparto la idea de que el verdadero poder no lo tiene el que está sentado en el sillón sino quien puede hablarle al oído.
Y esa es la cuestión, que quienes puede hacerlo no dan la cara a los ciudadanos y les imponen así cada vez más habitualmente caminos obligados por donde no está claro que realmente quieran transitar.
Cuando tan palpablemente se echa en falta la deliberación, la democracia y el control ciudadano de las relaciones económicas quizá convenga traer a colación unas palabras sabias del Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, ante la Organización Internacional del Trabajo. Se refería a la crisis asiática, pero nada hay escrito que diga que no podría pasarnos a nosotros: “El desarrollo de la crisis financiera de algunas de estas economías ha estado estrechamente vinculada a la falta de transparencia empresarial, en particular, la falta de participación pública en el examen de las disposiciones financieras y comerciales. La ausencia de un foro democrático ha agravado este hecho. La oportunidad que hubiesen podido facilitar los procesos democráticos de impugnar el poder de determinados grupos o familias en varios de estos países hubiese podido ser determinante”.
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España). Su web: http://www.juantorreslopez.com
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