miércoles, marzo 12, 2008

Corrupción inveterada


Por Jorge Eugenio Ortiz Gallegos

¡La corrupción somos todos! exclamó José López Portillo, sin justificar sus mal habidos bienes y su conocido vicio de coleccionar libros y aceptar regalos de bienes agrícolas y otros no agrícolas, como la conocida “Colina del Perro”.
Desde el principio de los tiempos, allá cuando el patriarca Noé fue la burla de sus tres hijos, porque había estado catando los caldos de uva, sin medir las consecuencias de la borrachera y sus locuras. Desde entonces el hombre está inclinado por su naturaleza a caer en la tentación de los sentidos que nubla la inteligencia, dejando que las pasiones gobiernen, aquellas del pasatiempo de la “dolce vida”.
Hay que entender que el hombre está desde los tiempos de Adán y Eva, inclinado a rendir su cerebro a las pasiones, que son el centro de las ideas y de los hechos. El poder es la perdición constante de la conciencia en los hombres. Se contagia como las enfermedades, ciega los senderos que dividen el bien y el mal. Los políticos y los gobernantes se empeñan en editar leyes; sin advertir que para entender las leyes el común de los mortales, no habla el lenguaje de los jurisperitos.

Las autoridades suelen ser víctimas de su propia corrupción, porque ingresan a la política por los beneficios que les proporciona el vivir del presupuesto, muchas veces sin conocer siquiera el sentido complicado de las leyes.
Los gobernantes y los políticos son en todo el mundo una barrera que divide el ideal del bienestar de los ciudadanos, porque los trucos y sus machincuepas son un arte desarrollado por los que piensan sólo en su propio bienestar, en su enriquecimiento, en cómo pueden sacar una tajada del presupuesto de la comunidad.
Por estos días tal vez podríamos ver en México que se investigue al recién nombrado Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, de quien se dice que cometió tráfico de influencias.
La pequeña minoría del 20 ó 30% de las comunidades está encumbrada, goza de los bienes y sin dar lugar a que las grandes mayorías reciban los beneficios de un buen gobierno, de un interés auténtico, de que el poder sirva para acotar la distancia entre los pobres y los ricos.
El nacimiento en el siglo XX de los organismos internacionales que pretenden establecer la medida de la pobreza y de la corrupción, se han constituido a lo largo de 50 años como los grandes jueces, que predicando la teoría de la mayoría de los mortales, se entregan a la abundancia que olvida las metas de la superación de los pobres.
Han sido necesarias décadas de modernidad que aisló las creencias tradicionales para examinar detenidamente la realidad. Hoy en día parece que los avances de la solidaridad internacional se convierten en un nuevo problema de teorías y teorías, que nada tienen que ver con la formación de la conciencia del ciudadano que debe formarse desde sus primeros años para distinguir el verdadero servicio a la comunidad y apartarse de la codicia. La corrupción que hacen las grandes corporaciones internacionales es obra de las grandes inversiones de las finanzas, de la economía, y la asociación de los mercados, con la fórmula que está pudriendo la conciencia del mundo: el libre mercado que construye los Tratados de Libre Comercio entre los gobiernos.
Los grandes hombres que en la humanidad han destacado por su vigor intelectual y sus obras en defensa de la justicia y de la verdad, nos enseñan que para que el mundo mejore y exista una tendencia a corregir desigualdades entre los seres humanos, es necesario hacer de cada uno de ellos un ciudadano, es decir un ente más que comienza a trabajar por el bienestar de todos los demás, y no sólo de su beneficio personal, generado a través de los cochupos de la política.
E-mail: jodeortiz@gmail.com

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