Pedro Miguel
Esta es la gran revelación en lo que el milenio lleva de transcurrido: la resistencia civil es hija de Hitler, émula de Mussolini, ahijada de Pinochet, biznieta de Victoriano Huerta. Un misterio es que el espot linchador se salte a Franco, o será que ése es de veras entrañable y no se le quiere asociar con el enemigo tradicional y eterno (la cápsula recuerda el primer tramo de una pastorela mexicana: identifica al Maligno con sus distintas caras y muestra las trampas que éste emplea para evitar que nazca el Santo Niño de la Privatización). Los opositores a la entrega del petróleo “son fascistas”, confirman el diagnóstico algunos opinadores, al encontrar el síntoma inconfundible de la toma de tribunas parlamentarias. Otros medios inventan una sección informativa titulada “El secuestro del Congreso”, o algo así, y agrupan bajo ese encabezado genérico la menudencia informativa que genera la disputa por la industria petrolera.
Es raro que no se les haya ocurrido un encabezado igual cuando la diputación panista tomó la tribuna de San Lázaro (28/11/06) para consumar otro secuestro célebre –el del Poder Ejecutivo– que se preparaba desde mucho antes del 2 de julio de ese año. A diferencia de la toma pacífica de este 10 de abril, en aquella ocasión los blanquiazules recurrieron a los coscorrones y curulazos, como quedó documentado en la prensa: véase la foto del panista Francisco Domínguez (La Jornada, 29/11/06) mientras patea a un legislador del Frente Amplio Progresista (FAP). Ni los opinadores ni Guillermo Velasco Arzac, alias Jenofonte, se acuerdan del incidente. Enrique Krauze lo interpretó a su manera: los diputados en general, pero “sobre todo los del FAP, han manchado el nombre de México con el estigma de la violencia y la incivilidad” (Reforma, 3/12/06).
Es curiosa la presteza con que informadores, opinadores y panistas se apresuran a deslindarse de los términos del espot, pero se quedan con sus contenidos y los reproducen sin escrúpulo: si López Obrador no es equiparable a Hitler, Mussolini, Pinochet y Huerta (la comparación es tan delirante y grafitera que provoca rubor hasta en quienes están de acuerdo con ella), cuando menos él y sus seguidores pecan de caudillismo, golpismo, violencia y totalitarismo. Botón de muestra: por culpa de la resistencia civil “nuestra democracia está en peligro” y “nuestra paz está en riesgo”, grazna la propaganda de Jenofonte. “El haber tocado el funcionamiento del poder legislativo es un acto que violenta el orden democrático inadmisiblemente”, afirma Enrique Krauze. Y uno se pregunta: ¿No se sentirán un poquito incómodos metidos en la misma bañera argumental esos dos, el ultraconservador cavernario y el liberal ilustrado? O visto de otro modo: ¿qué motiva a Velasco Arzac y a Krauze a volverse colegas de cruzada sin morir (de vergüenza) en el intento? ¿Tendrán algo que ver en esta afinidad los vínculos institucionales entre Coparmex y Televisa? ¿Es pinza o mera compañía de ruta?
Es comprensible que al primero se le escapen algunas consideraciones finas y hasta una que otra obviedad. Del segundo cabría esperar que ahondara en ellas y que dejara de confundir la ética política con la etiqueta legislativa. Por ejemplo: las instituciones, Congreso incluido, son representaciones, deformadas poquito o mucho, del país. Y a mayor descomposición del Estado, más literales y bruscas se vuelven esas representaciones. Por eso tenemos una Presidencia que se ve forzada a usar puertas traseras, accesos laterales o agujeros de ventilación para ingresar a los recintos y a los debates (el espot de “aguas profundas” fue el equivalente conceptual del ingreso furtivo de Calderón a San Lázaro, el 1/12/06). En esa perspectiva, es posible que el actual momento parlamentario represente con más fidelidad que cualquier otro el estado real del país: fracturado, paralizado y con una crisis institucional pavorosa que no empezó el 10 de abril de este año, sino el 2 de julio del antepasado.
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