Carlos Fernández-Vega
En la retórica gubernamental de aquí, allá y acullá, suele mencionarse el “peligro por el fantasma del hambre”, cuando en los hechos lejos de ser un espectro es una lacerante realidad que afecta de forma creciente a millones de seres humanos.
Con lentitud extrema, los organismos internacionales comienzan a poner en la mesa de las discusiones el tema de la crisis alimentaria. Por estos días, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la FAO y la UNCTAD se han pronunciado al respecto, pero siempre desde la perspectiva de la “solidaridad” y la “sensibilidad social” como mecanismo idóneo para resolver esta problemática. No existen mayores acciones que las relacionadas con “la buena voluntad” de los gobiernos para “solucionar el hambre en el mundo”.
Así, en el marco de la 12 Conferencia de la UNCTAD, que se desarrolla en Ghana, se escuchan las alertas por la “crisis en cascada” producto del incremento en los precios de los alimentos básicos, los que se han más que duplicado en unos cuantos años, no obstante el incremento de la oferta. De acuerdo con la estadística de este organismo, en 2006 dichos precios “alcanzaron niveles históricos en términos nominales”, con un alza mayor a 30 por ciento entre 2005 y 2006, y de 80 por ciento si se considera de 2000 a 2006. La tendencia se mantiene, pues sólo de 2007 al primer trimestre de 2008 el aumento se aproxima a 50 por ciento.
Una de las pocas voces que intentan hacerse escuchar en el desierto de las grandes conferencias de los organismos internacionales es la de Lula, el presidente brasileño, quien denuncia que la economía internacional “se enfrenta a una crisis causada por el mando financiero de las economías más poderosas del mundo. Los países pobres no deben pagar la factura” (no deben, pero la pagan). “La globalización no puede transformarse en un modo de transferir las pérdidas a los países en desarrollo (no puede, pero las transfieren), que son precisamente los que más han contribuido a mantener el nivel de crecimiento mundial”, añadió. Los subsidios masivos otorgados por las naciones altamente desarrolladas “funcionan como una droga para sus propios productores, y las principales víctimas son los agricultores de los países pobres. Debemos permanecer vigilantes frente a la tentación de prácticas proteccionistas de los países ricos”. Después de la cortesía de escucharlo, de la UNCTAD sólo salen “invitaciones” de “buena voluntad” para que se corrijan las distorsiones.
El problema es que ahora se habla de una “potencial crisis alimentaria”, cuando en los hechos de tiempo atrás ésta llegó para quedarse. Fundamentalmente el enfoque de la “crisis” es por el inminente incumplimiento de las llamadas “metas del milenio” fijadas por la ONU, pero de siempre el hambre instaló sus reales a lo largo y ancho del planeta, pero como antes no había “metas del milenio” ni quién se acordara.
La FAO no ofrece un rápido paseo por la “coyuntura” que, dicen, “tiende a convertirse en crisis”: a nivel mundial, pese a los compromisos contraídos en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996 y en la Cumbre del Milenio de 2000, el examen de los datos más recientes sobre la inseguridad alimentaria revela que la tendencia a la disminución del número de personas hambrientas se ha detenido: 862 millones de personas sufrían de subnutrición en 2002-2004, frente a 854 millones tres años atrás.
América Latina está aun lejos de alcanzar el objetivo fijado en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, consistente en reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre para 2015. En 2002-2004, 52.1 millones de personas, 10 por ciento de la población regional, seguían afectadas por el hambre. La población indígena, cuyos ingresos son de 45 a 60 por ciento inferiores a la media regional, es la más gravemente afectada.
América Latina y el Caribe reportan excedentes de 31 por ciento en lo que a recursos alimentarios se refiere. El problema del hambre en la región, por lo tanto, no está relacionado con la producción, sino con el acceso a los alimentos. El aumento de las exportaciones debe permitir un incremento de los ingresos y por ende de los recursos que pueden distribuirse.
El actual incremento de precios en los productos alimenticios es un gran desafío, ya que la seguridad alimentaria de millones de personas en todo el mundo está hoy en día amenazada. Entre enero de 2007 y enero de 2008, el índice de precios de los alimentos de la FAO aumentó 47 por ciento. En 2008, a pesar del aumento de 2.6 por ciento de la producción mundial de cereales, el inventario siguió a la baja hasta situarse en 405 millones de toneladas al final de la campaña agrícola de 2008, su nivel más bajo desde 1982.
En consecuencia, el costo de las importaciones de alimentos de los 82 países de bajos ingresos y con déficit de alimentos, cuatro de los cuales se encuentran en América Latina y el Caribe (Ecuador, Haití, Honduras y Nicaragua) aumentará 35 por ciento. Según datos de 2006, la agricultura representa 6.4 por ciento del PIB regional y su crecimiento anual asciende a 4.6 por ciento, aproximadamente. El sector agrícola representa el 30 por ciento del producto latinoamericano.
La región produjo (2007) 170 millones de toneladas de cereales. Es la principal exportadora mundial de carne bovina y aves de corral, y la tercera de carne de cerdo. El sector pesquero y acuícola es de primera importancia. En 2005, los productos pesqueros representaron 22 por ciento del total mundial. La acuicultura duplicó su producción y significa el 7 por ciento. Y así por el estilo.
A pesar de ello, más de 50 millones de latinoamericanos “viven” hambrientos, y así se mantendrán si pretenden resolver el problema con “buena voluntad” y llamados a la “solidaridad”.
Las rebanadas del pastel
Casi 11 mil 500 millones de dólares ingresaron al país por exportación de crudo en el primer trimestre de 2008. ¿Con cuánto se quedará Hacienda? Con todo, después de gastos de operación, más 10 por ciento. Y ni quién se acuerde de la inaplazable reforma fiscal (la real).
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