Pedro Echeverría V.
El presidente ilegítimo Felipe Calderón advirtió el pasado 30 que si se logran tasas de crecimiento económico sostenido a partir de decisiones correctas, que fortalezcan el mercado y la inversión en México, se logrará superar la pobreza extrema en la que viven millones de mexicanos. Destacó que “sólo con una economía próspera se podrá abatir la pobreza con la urgencia que demanda la sociedad”; además ennumeró la decisión de transformar la economía a través de reformas estructurales y la convicción de que en el país prevalezca el Estado de Derecho y la certidumbre para todos. Eso está generando confianza en el mundo y nos acerca a nuestra meta: “que México se convierta en uno de los mejores lugares para invertir, y por qué no, en el mejor lugar para invertir en todo el mundo”. Lo demagógico y engañoso del discurso de Calderón es que habla de “abatir la pobreza”, de fortalecer el mercado y las inversiones pero, ¿para beneficio de quién?
2. Debe recordarse que Fox declaró públicamente, luego repitió varias veces quizá con mucho cinismo, que su gobierno era “de empresarios y para empresarios”. Felipe Calderón, aunque hable y actúe en beneficio de los empresarios no es “hombrecito” para reconocer que está al servicio de ellos. Su discurso de “crecimiento sostenido” y productividad es el mismo que escuchamos a diario de los empresarios. Olvida que han habido períodos de la historia de México, como en el llamado “desarrollo estabilizador” o “milagro mexicano” que mediante llamados de que “primero hay que producir riqueza para luego distribuirla” el país creció a tasas superiores al seis por ciento anual, o seis como promedio, en el que los ricos se hicieron multimillonarios y los pobres miserables sin haberse repartido nada de la riqueza. ¿Cuál “abatir la pobreza” mediante el trabajo y productividad? Entre los obreros se repartió la represión, la cárcel y los asesinatos.
3. De 1950 a 1970 la tasa de crecimiento de México fue de 6.2 anual promedio; gracias a ese proceso de crecimiento al final de los sesenta el país había logrado desarrollar una infraestructura, un sistema de intermediación financiera, una adecuada administración pública y un prestigio internacional. Al Estado correspondió crear la infraestructura, los servicios sociales, los estímulos a la inversión privada y extranjera con medidas de protección y fiscales y demás políticas en un ambiente de estabilidad. Los sectores privado y paraestatal debían asegurar el crecimiento agropecuario, industrial y de servicios. El Estado acudiría al endeudamiento para asegurar el equilibrio de la balanza de pagos y el crecimiento de las reservas. ¿Qué pasó? Al final los sectores privados obtuvieron enormes riquezas, el Estado se endeudó más y los empleos no se crearon, no se repartió la riqueza y los pobres fueron cada vez más miserables. (Ver al economista Gerardo Bueno)
4. Los empresarios, junto con los presidentes de la República neoliberales del PRI y del PAN, que asumieron el gobierno en México desde 1982, no han dejado de repetir que la única salida que tiene el país para progresar es logrando una alta tasa de crecimiento sostenido mediante la productividad, es decir, “primero hay que crear la riqueza para luego distribuirla”, como se dijo hace 50 años. Sin embargo el país sigue contando con 70 millones de pobres, la mitad de ellos en la miseria. Entonces habría qué preguntar: ¿A quién benefició el sacrificio de millones de trabajadores del campo que tuvieron que mantener bajos los precios de sus productos en los años cincuentas y sesentas para soportar el desarrollo de las ciudades y su industrialización? ¿De dónde surgieron las enormes riquezas de los Espinosa Iglesias, Garza Sada, Troullet, Legorreta, Azcárraga, Pagliai y muchos más multimillonarios dueños de los bancos hasta que López Portillo en 1982 los “nacionalizó”?
5. Si este mundo de cabeza lo pusiéramos de pie el discurso de un presidente de la República, que tuviera el orgullo de representar a su pueblo, sería precisamente lo contrario y diría: Dado que los ricos mexicanos: industriales, banqueros, ex funcionarios de gobierno, han acumulado gigantescos capitales explotando el trabajo de los obreros y campesinos, así como realizando enormes negocios financieros, ahora tienen la obligación de cambiar de política si quieren ver progresar a este país que decimos querer. A partir de hoy deberán subir los ingresos de todos los trabajadores para que tengan capacidad de compra y puedan alcanzar un nivel de vida adecuado para que no se enfermen, puedan educar a sus hijos como se merecen y para que acudan con alegría al trabajo para producir; así mismo el presupuesto público y las inversiones se orientarán a crear empleos con salarios que pudieran alcanzar para vivir. Éste no sería un discurso populista.
6. Sin embargo Calderón, como representante empresarial y de las derechas, sólo sabe hablar de productividad, de responsabilidad, de disciplina, de competencia, de cumplimiento de obligaciones, de orden y, si todo ella falla, de castigos. Por propia naturaleza los empresarios y los seguidores de sus ideologías no podrán comprender nunca los problemas familiares y humanos de los trabajadores. Para ellos éstos no son seres sociales dependientes de relaciones económicas y políticas, sino individuos que deben resolver sus problemas por propia responsabilidad y, según ellos, si viven en la miseria es porque son perezosos y están envilecidos por el alcohol. No conciben que estos deban organizarse en sindicatos o asociaciones para luchar por sus derechos y por sus salarios, que tengan que realizar paros o huelgas para presionar a sus patrones o empresarios. Por eso no pueden comprender la existencia de clases sociales y luchas de clases.
7. Los llamados de Calderón “para sacar a México de la pobreza mediante reformas estructurales” no son otra cosa que el planteamiento empresarial que, por lo menos desde 1982, se ha venido instrumentado al poner en práctica medidas privatizadoras. Pide Calderón que México se convierta en uno de los lugares más seguros para invertir y hacer negocios, pero en vez de dirigir su gobierno a resolver los problemas económicos, políticos, sociales, culturales de la población, busca pagar sus deudas con los empresarios privados y extranjeros que le entregaron la silla presidencial. Lo que el pueblo mexicano desea no es que se “fortalezca el mercado y las inversiones en México para superar la extrema pobreza” sino que se obligue a los empresarios a crear empleos, a pagar una tasa menos ridícula al fisco y para que paguen salarios menos miserables a los trabajadores. Éstos siempre han estado dispuestos a producir, pero para ello tienen que tener un trato justo y equitativo.
pedroe@cablered.net.mx
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