domingo, agosto 03, 2008

Opacidad

Jorge Lara Rivera

La opacidad que el mentiroso cínico, el sinvergüenza, quiere hacer pasar por claridad logra confundir a los ingenuos y conviene a quienes bajo su égida medran lucrativamente.
Hay que reconocer que la derecha tiene, innegablemente, habilidades de esa naturaleza: experta en simular indignación en nombre de “la moral”, escandaliza con su selectivo y causal rasgar de vestiduras por la “decencia” ofendida, cuando gente que no proviene de sus filas puede ser responsabilizada. En cambio, un abrigo de silencio –pura cortesía, dirá– envuelve a los suyos cuando son pillados en sus fechorías.
De la ética profesional en entredicho que sigue Diego Fernández de Cevallos y los sospechosos manejos de Santiago Creel en Gobernación sabemos, no por gracia autocrítica del panismo, ni menos debido a pronunciamiento alguno condenando tales acciones desde la derecha oligárquica, sino por los interesados medios de información o la verdulería de la clase política.
Cierto, el fariseísmo no es exclusivo de la derecha reaccionaria, pero demasiado recurrente en ella sí.
Luego, ha de contarse con el impenetrable hermetismo a la crítica y al cuestionamiento en esa ideología que sigue imperturbable, incluso frente a la evidencia, pretendiéndose dueña exclusiva de la verdad, los valores y el decoro.
Un ejemplo reciente: la convención nacional panista de la semana previa que obvió las corruptelas del régimen foxista y entronizó, con vergonzante unanimidad, en la dirigencia partidista a integrantes notables y notados de su pandilla delicuencial (Carlos Abascal, Vicente Fox), sin el menor rubor por su escandaloso desempeño.
Mientras orquestaba con talante autoritario la reunificación de las huestes del conservadurismo más rancio, Germán Martínez Cázares tuvo un despliegue de cinismo (al recontratar, públicamente, con elogios a los forajidos a quienes debe su puesto) que recordó sus días de julio de 2006, junto a un transpirante y ya tristemente célebre Luis Carlos Ugalde, durante los forcejeos ante reflectores por alzarse con la elección presidencial.
El mensaje que se desprende de esa Convención es claro y perturbador: se trata de un reagrupamiento del conservadurismo con total desprecio a la opinión pública y nadie debe hacerse ilusiones con respecto a quiénes gobiernan ni a lo que persiguen.
Se está, por tanto, ante una variante feroz y soberbia de la misma especie depredadora; un relevo inescrupuloso cuya esencia oligárquica sigue siendo la misma, nutrida en la intolerancia, el yunquismo, el autoritarismo, los usos fascistoides y el talante patronal.
Sólo recuérdese ‘iniciativas de seguridad’ como la denuncia anónima, el arraigo, el allanamiento sin orden judicial, el espionaje del CISEN a los ciudadanos promovido por Guillermo Valdés Castellanos (ese discreto que ventila asuntos delicados con revistas de Londres), o pensar en la nueva Ley de lssste y en el descarado intervencionismo de Javier Lozano Alarcón, inefable titular de la Secretaría del Trabajo, en la vida sindical de los mineros buscando favorecer a poderosos grupos empresariales.
La derecha no cambia, no lo hará, y hay que tener eso presente a la hora de cualquier negociación para no resultar ‘chamaqueado’ con su pura palabrería hueca.
En otra oportunidad se ha apuntado la perversión del lenguaje, praxis de la cual se sirven las ideologías totalitarias para vaciar de contenido a palabras nobles –y estimables por su antiguo significado– como herramienta útil en política, con deliberado propósito desinformador, para sembrar confusión entre los desprevenidos o en quienes ignoran su Historia. Las temporadas electoreras proveen con abundancia ejemplos de cómo se desnaturaliza la noción democrática reapropiada por fascistas, intolerantes y autoritarios. Algo semejante ha ocurrido con el término ‘neoliberalismo’ que no sólo dista de la prosapia progre, humanista, asociada a la palabra ‘liberal’, sino que es su burda negación, pues designa un capitalismo despiadado que postula prácticas invasivas en los mercados, especulación financiera a escala mundial, uniformidad cultural imponiendo el modelo eurocentrista, la irresponsable exacción de recursos naturales y expoliación del trabajador en países maquiladores –enmascarándose, desde luego, con los señuelos de democratización, modernización, competitividad y globalización del mercado.
Que Carlos Salinas de Gortari elogie a Calderón Hinojosa no debe sorprender, en realidad los asustados deben ser los panistas: se trata del reconocimiento más comprometedor para el régimen, pues revela hasta qué punto éste continúa la línea ‘privatizadora’ y entreguista con el capital extranjero, de ese transexenal mentor por antonomasia del ‘neoliberalismo’ en México.
En vísperas de votar la Reforma Energética en el Senado y acercándonos al año de elección para renovar diputados federales, vale decir que pobre como es, nuestro pueblo debe renunciar a comprar ilusiones que tan caro le vende con sólo palabritas ‘decentes’ el Pan, ese cacharrero oligárquico de opacidades y empezar –ya– a defender sus derechos sociales, distinguiendo con mayor claridad y criterio a quién entregará su voto.

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