viernes, septiembre 19, 2008

Cuba en el día "D"

por Jorge Gómez Barata

En 10 de las 14 provincias cubanas y en el Municipio Especial Isla de la juventud es más sencillo enumerar aquello que los huracanes no afectaron que relacionar lo dañado o destruido. De los más de 11 millones de habitantes de la Isla, ninguno quedó al margen y los compatriotas que viven en el exterior, como mínimo se preocupan por sus familiares. Nunca se hizo tan evidente el carácter nacional de un evento.

Ninguno de nosotros imaginó que podía ser parte de una tragedia como la que vive nuestro pueblo y tampoco hubo razones tan concluyentes para sentirnos recompensados por la capacidad de la sociedad y sus instituciones para encajar el golpe, reaccionar y avanzar en la
dirección correcta.

Cuba es hoy eje de un desastre cuyas dimensiones materiales, culturales y humanas son inconmensurables. Las aguas, los vientos y las mareas arrasaron con años de tesoneros esfuerzos, no sólo asociados al bien común y al desarrollo económico y social de las regiones y del país, sino a los planes de los individuos y las familias.

Los huracanes destruyeron fábricas, plantas industriales, líneas de transmisión de energía, comercios y objetivos económicos de todo tipo. Los fenómenos naturales arrasaron plantaciones enteras y cultivos específicos, destruyeron cientos de miles de viviendas, convirtiendo a millones de personas que formaban familias felices e integradas a su entorno en refugiados acogidos en albergues.

En instantes colapsaron escuelas y centros de salud, joyas arquitectónicas que habían soportado el paso de los siglos y árboles centenarios, así como localidades, parajes y paisajes declarados
Patrimonio de la Humanidad. Entre las ruinas yacen también teatros, bibliotecas, estatuas y elementos decorativos, carpas e instalaciones deportivas y recreativas.

La naturaleza resultó duramente golpeada desapareciendo jardines y bosques habitados por una exuberante biodiversidad, muchas ciudades y poblados se quedaron sin áreas verdes, hubo playas que dejaron de existir y poblados borrados de los mapas y en algunos sitios la geografía fue modificada.

Nadie podrá cuantificar el patrimonio intangible que asume forma de sueños e ilusiones que es preciso aplazar o cancelar.

Se trata de una situación sin precedentes ante la cual las actuaciones pasadas son referentes y no recetas. Una sucesión de eventos destructivos y traumáticos que no constituyen paréntesis o coyunturas y cuyos efectos trascienden su duración. Estamos ante hechos extraordinarios que requieren una actuación también extraordinaria. No se trata simplemente de “retornar a la normalidad”.

La dirección cubana, asistida por competentes instituciones científicas, apreció correctamente el conjunto de la situación, percatándose de que era preciso una actuación no convencional. Nunca
antes la estructura estatal, las instituciones y la sociedad civil funcionaron de un modo tan coordinado, combinando la dirección centralizada con la independencia de los gobiernos provinciales, municipales e incluso locales que, aunque siguiendo instrucciones y planes probados y ensayados, combinaron la disciplina con la iniciativa y la prudencia con la audacia. La orientación central no suplantó a quienes actuaban sobre el terreno y el Estado lideró a la sociedad sin intentar suplantarla. El conjunto devino un eficaz mecanismo de relojería.

Jubilado y accidentado, mientras hubo electricidad y baterías, presencié la más brillante cobertura que jamás haya realizado la televisión y la radio cubanas, convertidas en organizador colectivo y por ellas fui testigo de los sucesos y de las reacciones. El principal canal y la cadena nacional, apoyados por una red de telecentros provinciales y municipales, devino cadena nacional, ocupada únicamente en el huracán y mediante las comunicaciones convencionales, las
facilidades creadas para la defensa y la telefonía móvil cubrieron todo el territorio, acompañando y adelantándose al curso del meteoro.

De un modo profesionalmente impecable los reporteros locales entraban directamente, en vivo y en tiempo real a los circuitos nacionales, las imágenes y los textos se emitían sin editar ni retocar, los periodistas salían de los estudios para ofrecer imágenes y sonido ambiente en tiempo real; hubo locutores que asumieron las funciones de los periodistas y viceversa, jóvenes debutantes ocuparon espacios estelares y periodistas especializados en deporte o cultura realizaban magnificas coberturas de actualidad. No hubo un solo caso de sensacionalismo ni afanes de protagonismo.

Con serena responsabilidad los funcionarios de la Defensa Civil Nacional desde los centros de dirección apelaban constantemente al pueblo y a los órganos territoriales, recordando los planes
existentes, puntualizando las indicaciones vigentes y otorgando amplias facultades a los territorios para decidir qué hacer y cuándo. Lo más reiterado eran los llamados a actuar con racionalidad y sin vacilación.

Las anécdotas servirían para elaborar tratados sobre como comportarse en situaciones de desastres. Hubo casos en que en instalaciones consideradas seguras se albergaron estudiantes y vecinos y que ante la furia de los vientos amenazaban con ceder y sin vacilar los profesores
tomaban la decisión de abandonarlas antes de que colapsaran, salvando la vida de los refugiados.

Hubo lideres locales que estando en el centro del meteoro y conociendo el diámetro del ojo del huracán, fueron capaces de percatarse del momento exacto en que la pared anterior los impactaba, calcularon el tiempo de calma que precede a la llegada del límite posterior del ojo
del meteoro y ordenaron a determinados efectivos salir de los refugios, rescatar a personas en peligro y retornar antes de que la furia arreciara.

En escuelas de la Isla de la Juventud, consideradas seguras, la furia del ciclón obligó a que por decisión de los profesores, los estudiantes fueran pasando sucesivamente de un piso a otro hasta
terminar en los baños y comedores, de pie apretujados, pero todos vivos, sin lesión alguna y con la experiencia del ejemplo de sus maestros cuyas familias también corrían riesgos. La ética del capitán que no abandona la nave se generalizó en Cuba.

Donde alcanzó el tiempo hubo preocupación por bienes de las familias, incluso por sus enseres menores, los muebles y los humildes peroles de cocina, los televisores y los radios, la ropa y los colchones fueron reunidos en containers. Incluso en zonas altas se crearon facilidades para agrupar a los animales domésticos en corrales que recordaban arcas de Noé. A nadie se le pidió que abandonara a la vaca, el perro o a la cotorra.

La explicación de cómo puede un país de 11 millones de habitantes evacuar a un tercio de su población se explica no sólo por la capacidad y la eficiencia de las autoridades, sino sobre todo por la actitud de los otros dos tercios que acogen en sus hogares a los más vulnerables. Una sociedad organizada y moralmente sana donde solidaridad es regla y no excepción posee una fuerza inconmensurable. Alrededor de ¡tres millones! de personas dejaron sus casas y sus propiedades bajo la custodia de las autoridades sin temor a bandidos ni depredadores. Nadie perdió nada por obra humana punible.

Naturalmente, tratándose de Cuba, además de expuesta a los riesgos de los habitantes del Caribe insular, inmersa en una etapa de perfeccionamiento de su organización social, sus estructuras y su sistema político, el huracán deja otras enseñanzas y abre espacios para otras reflexiones.

En países pobres con siglos de atrasos, enormes necesidades y escasos recursos, con vanguardias enfocadas hacía genuinos esfuerzos de desarrollo integral con inclusión y justicia social, el modelo socialista tiene una ventaja que lo hace apetecible.

Se trata de la posibilidad de que el Estado dirija centralmente los recursos hacía las más legítimas, decisivas y justas prioridades nacionales. El desempeño cubano frente a los huracanes evidenció esos dones y ratificó la eficacia de estructuras no tradicionales, basadas en la participación popular.

En la edificación de sus instituciones estatales, sobre todo en el período posterior a 1970, Cuba asumió como válida la experiencia organizativa de la Unión Soviética y los países de Europa Oriental. Aquella pesada arquitectura institucional, criticada por Fidel, que a mediados de los ochenta, convocó a la rectificación, no resultaba solvente para administrar la crisis y afrontar los riesgos que significó la desaparición de la Unión Soviética.

Las grandes carencias económicas derivadas de la debacle de la URSS sumadas a las originadas por el bloqueo norteamericano, la agresiva política de las Administración Reagan y el auge de la
contrarrevolución y el terrorismo contra Cuba, plantearon riesgos para la seguridad y la defensa, que el país no podía asumir de modo convencional.

La dirección encabezada por Fidel y Raúl declaró un Período Especial en tiempo de paz, denominación que se adoptó para denominar la situación de emergencia en que había entrado el país y que constituía un virtual estado de guerra en el que solo faltaban las bombas. Ante la evidencia de que en aquella situación, la estructura estatal, incluso la doctrina defensiva del país, no resultaban sostenibles ni eficaces, fue preciso crear y, de las urgencias y la inteligencia colectiva, surgieron la doctrina de La Guerra de Todo el Pueblo y la organización correspondiente.

Bajo la presión de emergencias como la denominada “Opción cero”, basada en la hipótesis de que bajo agresión militar o bloqueo naval, el país no pudiera recibir petróleo, alimentos o medicamentos, se trabajó para idear una estructura alternativa a la pesada y costosa
maquinaria estatal tradicional, que aunara bajo una misma voluntad los órganos y los recursos políticos, estatales y militares.

Como parte de aquellas búsquedas, se llegó a consenso respecto a los órganos cuya creación se proponía y, en el momento de redactar la propuesta, faltaba un nombre para denominar la nueva estructura. Ignoro de dónde lo sacó pero un compañero propuso llamarlas “Zonas de Defensa”.

Las zonas de defensa son entidades territoriales extraordinariamente flexibles que pueden ser de diferentes dimensiones y están regidas por un “Consejo de Defensa” que comienza desde la base y abarca: municipios, provincias e incluso la Nación, siempre bajo la dirección de un “Consejo de Defensa”, encabezado por un representante del Partido. La flexibilidad de las zonas y los consejos de defensa les permiten funcionar como un engranaje estructural independiente,
convirtiéndose en el único y supremo órgano de dirección política, militar, administrativa y de defensa civil de cada localidad.

En tiempos normales esa estructuras son como una “Bella Durmiente” que no sustituyen ni estorban al aparato político y estatal regular y sólo opera al ser “activada”, cosa que hace eficazmente gracias al entrenamiento que reciben sus integrantes, incluyendo su órgano militar, las Milicias de Tropas Territoriales y las Brigadas de Producción y Defensa. Durante los huracanes, se dispara el mecanismo que interactuando con el gobierno central y los órganos regulares de la administración producen una eficaz combinación.

En estas jornadas, la maquinaria estatal que ha entrado ya en una fase de perfeccionamiento, fue un eficaz complemento del mecanismo de emergencia.

El Instituto de Meteorología, una joya de la ciencia cubana, evidenció no sólo una reiterada eficiencia cuya excelencia se renueva ante cada huracán, sino un virtuosismo pedagógico que ha logrado dotar al pueblo cubano de una cultura meteorológica que facilita extraordinariamente
la labor de la Defensa Civil y de los órganos nacionales y locales.

A la competencia profesional y las dotes de comunicadores de sus especialistas y colaboradores, algunos científicos de renombre y otros humildes trabajadores, se suma una consagración espartana, un heroísmo a toda prueba y una modestia proverbial. Estos hombres y mujeres son
los que en remotos parajes, a veces aislados e incomunicados, en elevaciones expuestas a los vientos o en posiciones vulnerables a los mares, miden la furia de los vientos, la intensidad de las lluvias y la fuerza de las mareas, operan los radares, vigilan los pluviómetros y participan en los vuelos de reconocimiento y, cuando todo cesa, regresan a sus ocupaciones habituales sin reclamar nada.

Los servicios de salud aseguraron la evacuación oportuna y de las personas necesitadas de cuidados especiales, tratamientos especializados, embarazadas a término y personas con discapacidades incompatibles con situaciones extremas. En los centros receptores de evacuados se colocaron equipos médicos dotados de los equipos y medicamentos necesarios y en las localidades susceptibles de quedar incomunicadas, con antelación se destacaron equipos médicos que permanecieron al cuidado de las poblaciones aisladas durante la emergencia.

El Ministerio y las empresas de transporte, la aeronáutica civil, las firmas telefónicas y de comunicaciones, la marina de pesca y de guerra, las tripulaciones de helicópteros y aviones de carga se desenvolvieron con impresionante eficiencia. En el momento preciso, sin ninguna vacilación, anticipándose a los vientos y las lluvias, según hacía falta, 10 000 vehículos evacuaron a la población sin un solo accidente y cuando los vientos superaban los índices de
seguridad, se cortaba la electricidad, se abrían las compuertas de las represas y llegado el momento, el país fue paralizado de modo que las carreteras, caminos y vías férreas quedaran expeditas y ningún ciudadano, por ninguna razón arriesgara la vida.

Las palmas para las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Ministerio del Interior, sus mandos y sus tropas y para los dirigentes provinciales y locales del partido que en lugar de actuar como funcionarios lo hicieron como líderes y para Raúl, el presidente que estuvo donde tenía que estar, ejerciendo la dirección de la respuesta en su conjunto, atendiendo el trabajo internacional y sobre todo, animando a sus colaboradores del gobierno, el partido y las fuerzas armadas, a los que instó a actuar con independencia y creatividad en el marco de las atribuciones de cada cual.

No hubo reuniones inútiles ni proclamas encendidas, no fueron necesarias invocaciones legales, apremios ni presiones. Los comunicados de las autoridades no eran ucases autoritarios aunque
tampoco súplicas. La energía, la comprensión y la bondad se combinaron en dosis exactas.

Consecuente con su posición y su compromiso, Fidel ayudaba orientando a todos con su experiencia, su talento y con su energía. El país, los cuadros, los dirigentes y el pueblo lo sintieron cerca, en la línea delantera y estuvieron pendientes de sus Reflexiones y sus cartas. La
Mesa Redonda fue uno de sus instrumentos.

La eficiencia alcanzada en la situación extraordinaria que acabamos de enfrentar conmina al país y a sus instituciones a lograrla también en los días de normalidad y de rutina. Sobre eso, aun cuando nadie pretenda tener todas las respuestas, es necesario hablar y meditar.
Allá nos vemos.

Fuente: Visiones Alternativas

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