viernes, septiembre 19, 2008

Felipe no tiene quién le escriba (bien)

Astillero
Julio Hernández López

Efectos especiales
La Familia toma control

El guión de Morelia no convence: otra llamada telefónica anónima (como en el libreto de la Banda de la Flor, historia hoy desplazada de la marquesina) sirve para ubicar a supuestos responsables de crímenes, urgidos de material expiatorio, que por azares del destino (como El Apá, localizado en un hospital y en grave riesgo de muerte) están en la tesitura de ser atrapados (también se promueve en medios afines la tesis explicativa de los “pleitos internos” como causal de los crímenes). Dos presuntos involucrados en la detonación de granadas son detenidos en Zacatecas, luego de un accidente de carretera, y sobre ellos se arrojan de inmediato las luces del juicio sumario. Incluso se anuncia, en virtual aceptación de que en el país se ha instalado el estado de excepción (que todos sabemos, pero tememos reconocer), que el Ejército “interroga” a los sospechosos, como si las fuerzas armadas tuviesen entre sus facultades constitucionales las de suplir a las instituciones civiles en el desahogo de los procesos judiciales.

Luego, en el rubro de efectos especiales, se da en Culiacán un golpe monetario de distracción, una maniobra en busca de aparentar compensaciones o equilibrios. El cártel del Golfo sufre la captura de 175 ejecutivos de sus divisiones internacionales pero, para que no se diga que hay castigos a unos y protecciones a otros, el gobierno federal baldío habilita decomisos “históricos” en Culiacán, para demostrar que al bando de El Chapo sí lo toca aunque sea quitándole pétalos en forma de dólar. El “histórico” alijo en efectivo hace preguntarse por qué siguen tan campantes los canales empresariales, bancarios y financieros que dan curso a ese dinero necesitado de blanqueo y, al mismo tiempo, hace recordar el episodio ya enviado al baúl de los malos ratos ya arreglados, el del chino de Las Lomas con su frase descriptiva del coopelas o cuello.

Pareciera, además, que Felipe Calderón se ha acogido a una humanitaria aplicación a sí mismo de la revocación de mandato. Ya no tiene más recursos políticos que los oratorios y éstos resultan malos y, en ocasiones, irritantes, propiciadores de sublevación cívica (en tiempos del diazordacismo lo habrían acusado de cometer el delito de disolución social). Ha entrado incluso en una espiral bipolar que en un giro acepta sus limitaciones y derrotas y en otro despliega un belicismo discursivo que desconcierta a los altos mandos del Ejército, viendo cómo el general de cuatro estrellas trata de empujar al país hacia una “verdadera” guerra contra el narcotráfico (Javier Ibarrola, especialista en el tema de las fuerzas armadas, escribió el pasado 17, en Milenio, una notable columna sobre estos puntos: ese texto, y algunas de las interesantes cartas recibidas aquí sobre el 15-S están disponibles en www.astillero.tv). Felipe no tiene quién le escriba y entonces se va enredando con su propio cabestrillo burocrático. Puntual, exacto, como si jugara en contra de su presunto jefe, de iniciales F.C.H., el secretario federal de salud da a conocer los resultados de una encuesta nacional sobre adicciones que refleja crudamente el enorme fracaso de los gobiernos panistas de los cinco años recientes. Todo lo que diga y prometa el superior del secretario de salud ha de medirse con el rasero de las encuestas delatoras: 30 por ciento más de adictos y cada vez más mujeres y niños metidos en el consumo de estupefacientes. En ese marco de la guerra ganada por los narcotraficantes, los estrategas de Los Pinos le escriben al licenciado Hinojosa Calderón (cuyo acrónimo de tres letras podría ser, podría ser... pues no, el ingenioso señor de las astillas prefiere dejar la burbujeante creatividad a cargo de los lectores) una serie de iniciativas de modificaciones legislativas, como si el problema de las leyes y la impunidad fuera de letras.

Y así, mientras Felipe y Leonel naufragan, una banda de supuestos narcotraficantes buenos establece en Morelia cierto orden mínimo. Con una sencilla y baratísima estrategia de comunicación, mediante llamadas a teléfonos celulares, correos electrónicos a periodistas y textos dejados en lugares públicos, La Familia estableció ayer premisas que el gobierno “poderoso” no ha logrado instalar: no sólo se excluyen del abanico de sospechosos sino que anuncian investigaciones, incitan a las autoridades a hacer las propias y prometen justicia. La talla política del calderonismo queda exhibida: un grupo de narcotraficantes sí tiene quién le escriba, con faltas de ortografía pero con sentido político y (cuán terrible y doloroso resulta señalar esto) con más sentido social y popular. Quienes atentaron contra los michoacanos serán “jusgados (sic) de la misma manera. No tienen perdón”, aunque La Familia “convoca” a los gobiernos en sus niveles federal, estatal y municipal “a realizar las investigaciones reales y pertinentes que el caso amerita”.

En medio del barullo, aparece la voz de quien hoy ocupa el cargo desde el cual se han operado desestabilizaciones y golpes militares y políticos en Latinoamérica, el embajador de los Estados Unidos de América, Tony Garza, que da el verdadero Grito: “¡Que viva México y que viva su valiente pueblo!”, señaló en un comunicado especialmente escrito para fijar la postura del ocupante del balcón central respecto de lo que sucede en la plaza desorientada. Los jefes militares del país en llamas se negaban a precisar si lo sucedido en Morelia era terrorismo, pero el guía político bilingüe asentó sin dudas que se trataba de actos de “narcoterrorismo”. Horas después, el representante de otra potencia extranjera, el secretario Mouriño, que está en espera de las postulaciones a diputados federales que le den una salida “decorosa” de Bucareli, se acogería plenamente a las definiciones del embajador de la Corona.

Y, mientras el dinero del narcotráfico se alista para comprar más espacios de poder en las elecciones del año entrante, ¡reflexivo fin de semana!

No hay comentarios.: