Manuel E. Yepe
El ambiente de orgullo y dignidad que se respira en Cuba en estos días posteriores al paso destructor de una sucesión de fenómenos atmosféricos que arrasaron todo el archipiélago cubano en menos de tres semanas, solo es comparable con el que se respiró aquí tras la victoria revolucionaria de Playa Girón en 1961, o el que generó la capacidad colectiva de resistir con dignidad los peores peligros de que dio muestras el pueblo cubano durante la Crisis de los Cohetes en octubre de 1962.
Desde fines de agosto hasta mediados de septiembre, 4 tormentas tropicales, 2 de las cuales con categoría de ciclones de gran intensidad, provocaron destrucción y daños sin precedentes en las infraestructuras de las 14 provincias del país y en el municipio especial de la Isla de la Juventud.
Se calculó la pérdida del 50% de las cosechas a nivel de todo el país.
Sufrieron daños unas 340 mil viviendas (30 000 de ellas destruidas) y una buena parte de las escuelas, hospitales, policlínicas, fábricas, almacenes, secaderos de tabaco y naves para la cría de animales y otros propósitos agropecuarios e industriales experimentaron considerables perjuicios.
La industria del níquel, principal producto cubano de exportación, fue paralizada y tendrá que esperar por la reparación de sus plantas y minas varios días antes de reiniciar sus producciones.
El turismo, además de ser afectado por la cancelación de vuelos y reservaciones de alojamiento, sufrió graves averías en la infraestructura y el patrimonio natural, arquitectónico y cultural que sustenta su promoción.
Casi cuatro millones de personas fueron evacuadas para proteger sus vidas en menos de un mes con gastos multimillonarios en transporte, alimentación, atención médica y custodia policial de bienes en los lugares evacuados, pero el esfuerzo humanitario dio los frutos esperados y solo hubo que lamentar once muertes, casi todas debidas a negligencias en el cumplimiento de las medidas de protección dispuestas por un servicio de defensa civil cuya excelencia es mundialmente reconocida y orgullo de las cubanas y los cubanos.
Cuba se precia de la eficiente organización y amplia participación en las tareas defensivas contra catástrofes, especialmente por la prioridad que éstas brindan a la salvaguarda de vidas humanas y, en esta ocasión, se conoció de verdaderos actos de heroísmo individuales y colectivos, de los cuales algunos permitieron constancia gráfica periodística, aunque la mayoría trasciende oralmente, a veces exagerados los hechos por la admiración popular.
Se ha reconocido ampliamente la participación tan intensa y extensa que han tenido las fuerzas armadas y los cuerpos de policía y bomberos en acciones de salvamento en las que han puesto en riesgo sus propias vidas.
Una singular demostración del nivel de inclusión de la mujer cubana en las responsabilidades de dirección permitió el hecho de que dos de las regiones más gravemente afectadas por los huracanes tienen al frente de sus respectivos Consejos de Defensa a mujeres que, por su condición de máximas dirigentes del Partido Comunista, les está asignada la función. Ellas demostraron mucha ejecutividad y eficiencia en la coordinación de todas las urgencias del momento y brillantemente mantuvieron al tanto de lo que acontecía a la ciudadanía de sus territorios así como a la opinión pública nacional, a través de los medios de prensa que pudieron mantener activos,
También sobresalió el papel de los medios en la cobertura periodística de la tensa situación que se extendió por varios días en lugares aislados por las inclemencias de los vientos, las inundaciones y los destrozos. En la memoria de radioyentes, televidentes y lectores quedaron grabados los nombres de un gran número de colegas, muchas mujeres inclusive, que presentaron credenciales con la abnegación que reclama esta profesión.
Y tras la tormenta no han cesado, sino que se multiplican, los actos de generosidad y valor por parte de los trabajadores de la electricidad y las comunicaciones, así como de los constructores de todas las especialidades a quienes corresponde ahora, con el apoyo de todos los pobladores, la reconstrucción de las comunidades, las viviendas y los edificios públicos destruidos o dañados.
En medio del panorama de destrucción y de proezas que ha dejado la naturaleza, las cubanas y los cubanos se sienten estimulados por la dignidad con que el gobierno de su país ha respondido a la petulancia y la prepotencia con que el gobierno de los Estados Unidos ha pretendido humillar a este pueblo, imponiéndole condiciones a una ayuda que así carecería del valor solidario que, sin dudas, es voluntad real del noble pueblo norteamericano vecino.
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