Julio Hernández
La administración felipista ha comenzado a repartir responsabilidades por la catástrofe en curso. Un funcionario de la secretaría de Hacienda ha reprochado a estados y municipios no haber sabido administrar la abundancia de recursos de años pasados y el propio Calderón ha hecho saber, desde Brasilia, que él no puede solito con la crisis y que son necesarios el diálogo político y la colaboración de los legisladores. De hecho, no hay que esperar a que el sedicente gobierno federal se decida a culpar directamente a los ciudadanos de a pie por el desfonde nacional, pues ya lo planea hacer mediante nuevas formas de recaudación fiscal, de endeudamiento público y de reducción de programas, obras y servicios.
La presunta bandera blanca, en busca de paz y ayuda, es absolutamente falsa, en cuanto pretende socializar un proceso de descomposición que de manera aplicada impulsaron muy en privado los miembros de la banda que asaltó el poder mediante fraude electoral en 2006. Felipe no puede hoy con el gobierno como antes no pudo con los comicios: su incapacidad política, dramáticamente manifiesta en poco más de dos años y medio de ejercicio formal, es una prueba concreta de las limitaciones que, sin embargo, fueron mediática, cibernética y manualmente infladas para aparentar un triunfo que con algo más de un supuesto medio punto de diferencia fue asumido por los titiriteros empresariales y el equipito de gobierno como una victoria verdadera, rotunda, aplastante y suficiente como para pretender la aniquilación de un segmento social activo, crítico y memorioso, que incluso en términos de los adulterados resultados oficiales significaría virtualmente la mitad de las voluntades cívicas actuantes en las urnas (por cierto, durante larguísimo tiempo los jilgueros oficialistas, sobre todo los electrónicos, se la pasaron lamentando el supuesto despilfarro impresionante de capital político que López Obrador habría cometido en tan poco tiempo, pero hoy callan ante la espeluznante caída electoral de F.C. desde las alturas presupuestales).
Calderón llegó al poder de manera ilegítima y se rodeó de un mediocre y pésimo equipo de gobierno (el contralor interno de esta columna pregunta al tecleador si no exageró tamaños al decir que el tal equipo fue mediocre), excluyendo a quienes no formaran parte de una intimidad de club y repartiendo entre los favoritos la riqueza nacional como botín de guerra (Juan Camilo Mouriño fue el ejemplo extremo de esa voracidad consentida, como ahora un abogado de causas de elite maneja la política desde Bucareli. Esas prácticas bucaneras se repiten casi en la totalidad de las secretarías y direcciones).
Desprovisto de poder fáctico real, perseguido por su pecado original que es la ilegitimidad electoral, carente de oficio y equipo políticos, peleado hasta con los de su misma casa ideológica (ayer, un pitazo llevó a soldados en Ciudad Juárez a allanar el domicilio de Manuel Espino), entrampado en la guerra contra el narcotráfico desde siempre sabidamente perdida y antes fanfarrón ante la crisis económica mundial que hoy nos tiene a la cola en la lista de recuperación, el licenciado Felipe ofrece diálogo.
Bien por el súbitamente compartido Felipe, mas un diálogo serio y productivo debería considerar, entre otras cosas, compromisos para cobrar impuestos en términos justos a los grandes empresarios (hayan firmado o no, ayer, acuerdos para garantizar libertades de expresión, como si ese ámbito requiriera de tales tutelajes antitéticos, como si no fueran esos monopolios una fuente de desigualdad social y de su consecuente manipulación mediática); para revisar rubros de saqueo nacional como han sido los programas de rescate a bancos y a constructores de carreteras; para implantar una austeridad verdadera en la administración pública (reducir plantillas, sueldos y privilegios, comenzando por la casa del horror político, Los Vinos, donde los gastos se disparan mientras el pueblo se hunde); para ofrecer cuentas claras a la nación respecto a ingresos petroleros durante el foxismo y parte del calderonismo; para mostrar congruencia en el hablar de Calderón, que días atrás denunció el enriquecimiento de políticos a partir del erario (allí están los ejemplos Fox, Bribiesca, Mouriño y sucesores y Gordillo, para empezar, o algunos de sus acompañantes a Sudamérica, como el Niño Verde, Kawahgi y Cesarín Nava Pemex).
Una remodelación auténtica de este país que va en caída libre debe tomar en cuenta la urgencia de restablecer la viabilidad electoral y la verdadera capacidad de competencia política, limpiando la podredumbre de ife, tribunal electoral federal y fiscalía para delitos electorales, de tal manera que haya una garantía institucional de que los próximos comicios serán equitativos y justos, es decir, con resultados respetados y asumidos por los participantes. Las enmiendas electorales deberían devolver la posibilidad de crear nuevos partidos antes de 2012 (candado especialmente diseñado contra AMLO) y permitir candidaturas ciudadanas, a más de cerrar el paso a la pretensión del duopolio televisivo de anular en los hechos las reformas pasadas que les quitaron el negocio económico y de manipulación de la contratación de propaganda partidista en sus canales. Fundamental sería cancelar el clima de linchamiento contra la parte de la sociedad que no está con el calderonismo y, en especial, contra el movimiento de resistencia civil pacífica y su dirigente. Sólo con pluralidad en los medios y con garantía de acceso para las corrientes importantes del país se podría restaurar un clima de diálogo real y reconstrucción nacional. Lo demás parecen ser simples palabras al aire o ganas de repartir culpas ante el gran fracaso felipesco en lo administrativo, político y moral. Y, ante la posibilidad de que en la delegación Miguel Hidalgo le digan a Demetrio ¡Sorry!, ¡Hasta mañana, en esta columna que escucha a Medina Mora jurar que la violencia pública está mejor que quince años atrás!
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