Barómetro Internacional
Desde Perú
Javier Diez Canseco
Es un tema geopolítico: parte de un plan norteamericano más amplio, en marcha desde los 90, que busca derrotar el proceso de cambios y transformaciones en curso en AL desde fines de los 90 y marcadamente durante este siglo.
La decisión colombiana de abrir 7 bases militares (aéreas, terrestres y navales) a la presencia militar directa de las fuerzas militares de EEUU, bajo la conducción del Comando Sur, no es una necesidad frente a unas FARC fuertemente golpeadas y desarticuladas. Es un tema geopolítico: parte de un plan norteamericano más amplio, en marcha desde los 90, que busca derrotar el proceso de cambios y transformaciones en curso en AL desde fines de los 90 y marcadamente durante este siglo.
La reactivación de la IV Flota Naval norteamericana, la base militar establecida en Paraguay, la expansión de planes de penetración militar –vía programas “sociales” y planes de entrenamiento y prácticas militares conjuntos–, a pesar del revés que sus proyectos han sufrido con la decisión ecuatoriana de no renovar el contrato de la base militar norteamericana de Manta y de prohibir en la nueva Constitución el establecimiento de bases militares, y el reciente golpe contra el presidente Zelaya en Honduras –con evidente respaldo militar de EEUU más allá de las condenas de Obama y Hillary Clinton al golpe– por haberse incorporado al ALBA aún siendo un liberal de origen derechista, entran hoy a una nueva fase con el acuerdo adoptado con Uribe.
El que las bases se ubiquen cerca de las fronteras colombianas con Ecuador y Venezuela ha centrado el tema en que el plan se centraría en golpear estos procesos de cambio centrales en América del Sur. Claro, este es un objetivo fundamental, dada la enorme superioridad militar colombiana con el soporte de la principal potencia militar mundial, más allá de las dificultades que enfrenta el gigante debilitado diplomáticamente y empantanado en Irak, Afganistán, Pakistán. Pero en la mira imperial hay objetivos mayores: UNASUR y Brasil como fuerza militar y económica.
Es importante resaltar, por un lado, la evidente autonomía relativa del accionar del Pentágono y del accionar del Comando Sur expresada en el golpe de Honduras y las bases militares en Colombia, mostrando que el imperio mantiene sus garras afiladas, a pesar de los discursos de Obama, la profunda crisis económica que lo afecta y los problemas que concentran la atención de su gente en lo económico, pero que no han llevado a cumplir las ofertas electorales de reducir y reorientar la presencia militar mundial de EEUU.
Por otro lado, está el proceso de cambio en curso en AL. Un proceso con diferencias de profundidad y amplitud entre los procesos andinos (Bolivia, Ecuador y Venezuela, en los que se plantea una nueva relación entre Estado y mercado, afirmar soberanía sobre el control de los recursos naturales, la plurinacionalidad y la reivindicación de una economía al servicio de la gente) y los países del MERCOSUR (Brasil, Argentina, Uruguay, Chile que han buscado humanizar y regular el neoliberalismo tocando pocos aspectos centrales).
Proceso que, abierto a puertas de los 200 años de nuestros procesos independentistas en AL, tiene factores comunes: la batalla por soberanía y autonomía frente a los EEUU, la integración regional que nos abra otro espacio en el escenario internacional y que se expresa en el nacimiento de UNASUR, los proyectos del ALBA, MERCOSUR y Banco del Sur, la propuesta de Brasil del Consejo Sudamericano de Defensa (articulación de FFAA sudamericanas, al margen del Tratado Interamericano de Defensa Recíproca que las ata al Pentágono). E incluye una economía que sea más incluyente y que genere menos pobreza y redistribuya –vía programas sociales– la riqueza en cierta proporción; cosa que ni Perú, con García, ni la Colombia uribista hacen.
Los EEUU y los conservadores han recuperado cierto terreno reciente: la derrota de Kirchner en las elecciones parlamentarias y regionales argentinas, la elección panameña, el golpe en Honduras. Y la decisión de Uribe va más allá de amenazar a Venezuela y Ecuador. Es un mensaje y amenaza a Brasil, verdadera potencia sudamericana que ha sido motor del grupo BRIC y el grupo de los 20 a nivel mundial, que ha mantenido una autonomía frente a los EEUU. Y manda un mensaje a UNASUR, Banco del Sur, ALBA, coordinación de FFAA sudamericanas y otros. Estos son los destinatarios: los países que llevan adelante el cambio en AL.
Las fuerzas del cambio no están en repliegue en AL. Han ganado en Paraguay y recientemente en El Salvador. ¿Pero, a qué juega el Perú hoy? García, casi solitariamente en el periplo emprendido por Uribe, ha respaldado incondicionalmente su peligrosa decisión de militarización. Peor aún, serán los dos presidentes sudamericanos ausentes de la reunión de Jefes de Estado de UNASUR a desarrollarse en Quito, este 10 de agosto, con motivo de la instalación del nuevo gobierno del presidente Correa.
¿Casualidad? No. Juego en pared con el militarismo norteamericano y Uribe que los peruanos, que no queremos más militarización ni escenarios de guerra como los ya vividos en las décadas del 80 y 90, debemos rechazar. No aceptemos que se use al Perú como ariete del militarismo imperial.
Sur Américapress
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