Como cada año, los jóvenes que no fueron aceptados en la Universidad Nacional y el Politécnico organizaron movimientos de protesta, junto con los aspirantes a ingresar al bachillerato y otras modalidades de la enseñanza media superior. Esta vez buscaron que su protesta fuera oída mediante una huelga de hambre practicada durante la semana pasada por 54 estudiantes y un padre de familia.
En las primeras horas del sábado 15 autoridades educativas convinieron con los excluidos modalidades para que no queden en esa situación: mediante becas de 950 pesos estudiarán en planteles particulares el primer semestre, al cabo del cual si su promedio lo amerita, ocuparán los lugares que deje vacantes la deserción temprana. Otros serán atendidos de inmediato en el sistema de universidad abierta, igualmente con miras a incorporarse al sistema presencial.
Así se resolvió en el Distrito Federal la movilización de los excluidos, no aceptados o rechazados (expresión esta última eliminada del lenguaje políticamente correcto) Pero situaciones semejantes están planteadas en prácticamente todas las entidades del país, pues el sistema preuniversitario y de enseñanza superior puede recibir un número mucho menor que el de los demandantes. En total, unos 250,000 aspirantes a las licenciaturas y 80,000 en el nivel de preparatoria o equivalemte se quedaron este año sin lugar. Esas cifras, con toda su gravedad, son parte de un fenómeno de mayor amplitud y profundidad. Siete millones de jóvenes, dijo el doctor José Narro Robles, rector de la UNAM el jueves pasado, al abrir el curso 2009-20010, la quinta parte del total de quienes tienen entre 12 y 29 años de edad, no estudian ni trabajan. Carecen de empleo y de escuela, es decir, no tienen horizontes.
El rector Narro habló ante los seres humanos privilegiados que hallaron acomodo en la UNAM. Este año la población de esa casa de estudios se enriqueció con 85,000 alumnos: más de 34,000 ingresaron al bachillerato, más de 41,000 escogieron una de las 82 licenciaturas que ofrece esa magna institución; 10,000 cursan los 83 programas de maestría ý doctorado y los 33 de especialización que ofrece la Universidad Nacional. Sólo uno de cada seis solicitantes pudo ingresar en ella, hizo notar el rector Narro Robles, proporción semejante al universo de quienes acuden a la enseñanza superior en todo el país, que son sólo el 27% de quienes están en edad de hacerlo.
Quienes no alcanzan lugar en las aulas tampoco encuentran empleo. Cada año millón y medio de nuevos aspirantes a trabajar se incorporan al mercado laboral. Cada vez en menor medida es posible que encuentren plaza en él, ni siquiera en ocupaciones por debajo de su nivel de capacitación. Para justificar su lema de campaña, según el cual sería el Presidente del empleo, Felipe Calderón instauró el programa de primer empleo, un mecanismo de auspicio mediante subsidio a los empleadores que aumentaran su plantilla de personas con jóvenes. Ha tenido un desarrollo muy por debajo de las expectativas que creó, pues se empantanó en la burocracia, al grado de que administrarlo cuesta más que el monto que entraña dispensar de la cuota patronal a quienes ofrezcan empleo de jóvenes novatos.
A pesar de que en las cuatro últimas décadas se ha abierto considerablemente el universo de la enseñanza media superior y la educación de nivel universitario, el aumento de la población en edad de acudir a las instituciones respectivas inmediatamente sobrepasa sus posibilidades.— México, D.F.
ma@granadoschapa.com , porque sus magros presupuestos no les permiten acrecentar su cupo en la medida de la demanda. Y lo mismo, o más grave aun ocurre en el ámbito del empleo. La falta de crecimiento económico padecida por la sociedad mexicana durante los gobiernos de De la Madrid, Salinas, Zedillo y Fox, empeorada por el decrecimiento de los meses recientes desemplea a miles de personas e impide que un número todavía mayor obtenga el trabajo y el salario que las dignifique y les permita subvenir a sus necesidades.
Aturdido el gobierno, y pasmada la sociedad ante la caída de los horizontes juveniles, sólo asisten impasibles ante el horrendo espectáculo de generaciones enteras perdidas. No somos capaces de responder a preguntas como las que planteó el doctor Alfonso Ramón Bagur, director del Fondo mexicano para la educación y el desarrollo, en el número de Este país de abril pasado, con que esa revista celebró su propia mayoría de edad: “¿Tenemos conciencia de la importancia de los jóvenes o apenas los vemos y los atendemos, esperando que no den lata y estén tranquilos? ¿Qué se legisla para ellos? ¿Quién les busca trabajo? ¿Quién les proporciona cultura y sentido de nación? ¿Quién los cuida para que sean mejores? ¿Qué políticas de estado se están implementando para atender a esa población de la que depende el futuro de México? ¿Qué está haciendo el sistema educativo mexicano para mejorar la educación de los jóvenes? ¿Qué pasos se están dando ahora para atender a los cerca de 18 millones de niños que en 15 años más serán los jóvenes del país y que calificarán a sus gobernantes, padres e instituciones?”.
Habrá quien se contente con salir del paso y arreglar la protesta de los centenares de excluidos que la concluyeron una vez que resolvieron su problema inmediato. Pero si no se traza y practica una política para la juventud, todos pagaremos el costo de nuestra indolencia.
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