Sarukhán y su hembra. Hermetismo
Jorge Carrasco Araizaga y J. Jesús Esquivel
En medio de la crisis económica y de inseguridad que vive México, Verónica Valencia, esposa del embajador mexicano en Washington, sucumbió a la tentación en la que caen muchos personajes públicos: exhibió el lujo y confort con el que vive con sus hijas y su marido, Arturo Sarukhán, representante del gobierno de Felipe Calderón ante la Casa Blanca.
Como lo hacen los famosos, Verónica Valencia abrió a la edición mexicana de la revista española ¡Hola! las puertas de la residencia que ocupa, en vísperas de la visita oficial de Calderón a Estados Unidos los pasados 19 y 20 de mayo. Dejándose llevar por la frivolidad de la publicación, permitió que ésta le adjudicara un título que no le corresponde: el de “embajadora”.
“Visitamos la residencia de los embajadores (sic) de México en Washington”, presume ¡Hola! en la portada de su edición 181, la que en su extremo inferior izquierdo destaca una fotografía de Verónica Valencia y, en el derecho, una de Margarita Zavala, esposa de Calderón.
Valencia, una internacionalista de 37 años, fue más allá de mostrar el estilo de vida de su familia. Al modo de la ex “pareja presidencial” de Vicente Fox y Marta Sahagún, se presentó a los lectores como parte del equipo de trabajo del embajador y, más aún, del llamado soft power (poder suave) de Washington.
En las 11 páginas que le dedica ¡Hola! a la “embajadora”, los lectores pueden observar los lujos que, con cargo al erario mexicano, no escatima en presumir la esposa del embajador de México ante el gobierno de Barack Obama.
Valencia posó para la revista con vestidos de marcas exclusivas, abrió su recámara y la de sus hijas, mostró su vestidor con parte de su colección de bolsas y zapatos y se retrató para exhibir las obras de artistas contemporáneos mexicanos con que está decorada la residencia oficial.
Por ejemplo, en una de las fotografías aparece Verónica Valencia ataviada con un pantalón de mezclilla, una blusa blanca de seda y unas botas de la marca Hermès, cuyo costo rebasa los 3 mil dólares, de acuerdo con su sitio oficial en internet.
Por las fotografías publicadas en la revista se puede apreciar que la “embajadora” tiene una debilidad por los vestidos y los zapatos de diseño exclusivo, inalcanzables para el bolsillos de millones de mexicanos, víctimas de la crisis económica y las consecuencias de la recesión que padece México.
Como para que no quedara duda de que sus pies calzan zapatos de piel que sólo usan los famosos, Verónica Valencia dejó que los fotógrafos de la publicación entraran a su clóset para que tomaran imágenes precisas de su calzado.
Permitió así que los lectores de ¡Hola! se percataran de que calza productos del diseñador Jimmy Choo –en una de las fotografías se observa que un par de zapatillas están colocadas de manera que se pueda leer la marca–, cuyo valor va de 450 hasta mil 200 dólares.
Este diseñador de calzado saltó a la fama por ser el encargado de proveer las zapatillas para las actrices de la famosa serie de televisión estadunidense Sex and the City.
Para presumir sus vestidos, Verónica Valencia posa en varias fotografías ataviada con diseños exclusivos de Ralph Lauren, cuyas prendas de seda valen varios miles de dólares.
Nada para Proceso
El despliegue publicitario de la “embajadora” ocurrió la misma semana en la que el presidente Obama –por encima de las peticiones que hizo Calderón en Washington durante su visita de Estado de “no criminalizar a la inmigración” indocumentada– ordenó el despliegue de mil 200 soldados de la Guardia Nacional a la frontera con México.
La Casa Blanca explicó que los efectivos de la Guardia Nacional se encargarían de apoyar las labores del gobierno federal para contener el posible contagio de la narcoviolencia que priva en el territorio mexicano y para evitar el ingreso de drogas y de inmigrantes indocumentados a territorio estadunidense.
El embajador Sarukhán rechazó una petición de entrevista que le hizo Proceso. Y la embajada de México en Washington se negó a entregar a este semanario el costo mensual, en dólares, que corre por cuenta de los contribuyentes mexicanos para el mantenimiento de la residencia de la dupla de “los embajadores” Sarukhán-Valencia.
El único dato que proporcionó la embajada mexicana fue que en la residencia de México en Washington el promedio de “recepciones y/o cenas” oficiales es de “tres a cuatro por mes”.
Con tres años de residir en Washington, la “pareja diplomática” mexicana vive en una residencia en cuyo jardín se alza una escultura del fallecido artista Juan Soriano, quien la donó a instancias del propio Arturo Sarukhán. El funcionario, que durante el sexenio anterior fue cercano al entonces secretario de Relaciones Exteriores, Jorge G. Castañeda, tiene, de acuerdo con su esposa, una carrera profesional “que va en ascendente”.
En sus declaraciones a la edición del 26 de mayo de ¡Hola!, Valencia dice: “Como esposa de embajador… estoy en una posición única en la que puedo escoger participar o no, y en mi caso particular he decidido participar. De la manera que yo lo veo es que yo me considero parte del equipo de Arturo. Él y yo somos un matrimonio, pero además somos un equipo y yo estoy trabajando igual que él.
“Él –añade– tiene el puesto de embajador y yo creo que soy parte de su equipo y que le estoy ayudando a hacer un buen papel. Sobre todo, por las expectativas que se tienen en esta ciudad de los cónyuges de los embajadores. El soft power se llama aquí. Esa parte la llevo yo. Ante el gobierno y en la Casa Blanca esto es sumamente importante; se lo toman muy en serio. Nos consideran una extensión del embajador.”
Valencia defiende lo que hace desde “el poder suave” que ejerce. “Yo me he dado a conocer en Washington como quien soy, por lo que hago, y la gente en este país y en esta ciudad admira, reconoce y agradece los esfuerzos y el trabajo que hago”, dice a propósito de su participación en Innocents at Risk y Refugees International, organizaciones contra el tráfico de niños y mujeres en el mundo.
Y al igual que Marta Sahagún, desde la ostentación de recursos que la “embajadora” hace en la revista, se dice “solidaria” con los más pobres, en particular con los que asisten a escuelas públicas de la capital estadunidense, donde participa en el Embassy Adoption Program, del Washington Performing Arts Society.
Según la revista, Valencia también colabora con el Latino Student Fund, una organización de ayuda a estudiantes latinoamericanos de bajos recursos en Washington para que puedan entrar a la universidad.
Aunque bromea con la idea de que tiene “un trabajo de tiempo completo… sin remunerar”, la esposa del embajador se colocó en lo que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha definido como un personaje público que, sin tener algún cargo oficial, vive del erario. Y más aún, que reduce su derecho a la intimidad cuando voluntariamente decide exponer su vida privada.
La SCJN llegó a esa determinación en octubre último, cuando rechazó el amparo solicitado por Marta Sahagún en el juicio por daño moral que interpuso contra Proceso y la periodista Olga Wornat por la publicación de un reportaje sobre la nulidad de su matrimonio religioso con Manuel Bribiesca Godoy (Proceso 1719).
La Primera Sala de la Corte, en un proyecto elaborado por el ministro Sergio Valls Hernández, resolvió que Sahagún, “por su relación matrimonial, no sólo participaba en muchos actos oficiales de Estado, sino que también resultaba favorecida por el estatus del propio mandatario, sus ingresos y sus prestaciones”.
El fallo de la Corte estableció también que por haber sido una persona con influencia que vivía del erario, “su vida privada podía ser motivo de escrutinio público, sobre todo cuando ella misma voluntariamente expuso aspectos personales”.
Sahagún –quien reclamó que el reportaje invadió su vida privada– tenía, de acuerdo con la Corte, una protección “menos extensa que lo habitual” en su derecho a la vida privada porque ella misma se expuso al escrutinio público.
Añadió que en personas como Sahagún, sus actividades y conductas legitiman un mayor interés y escrutinio de la sociedad, “aun las de índole personal”, máxime cuando ellas se muestran al público por decisión propia.
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