María Teresa Jardí
A partir de una anécdota creo que se puede entender fácilmente el peligro que el calentamiento global significa para la irracional raza humana, sobre todo dedicada a la política y a la empresa, que habita en nuestro planeta.
Resulta que una vecina medio adoptó (y digo medio porque la pusieron a vivir en el porche como hacen tantas personas aquí y no porque la trataran mal o no le dieran de comer) a una gatita que venía visitarme, cuando no paseaba por la colonia, y la que muy joven quedó preñada y a la que le nacieron dos hijas, una de las cuales nació ciega, porque, como más tarde supe, los ojitos no se le desarrollaron, pero la que, sin embargo, desde muy pequeñita entraba sin golpearse por las rejas del porche cerrado de la casa donde vivo y como yo tengo dos gatas, venidas del D.F., que habitan dentro de la casa, le ponía comida a la madre y las dos hijas, cuando me pedían y siempre les tenía un cacharro con agua. Cada día la gatita ciega pasaba más tiempo en mi porche porque, al estar cerrado, supongo que se sentía más segura y también, quizá, porque una de mis gatas se pasaba la vida viéndola detrás de la ventana y amenazaba a otros gatos cuando entraban y asustaban a la gatita ciega.
El veterinario (excelente médico, Raúl Ancona, por cierto, veterinario por vocación, hijo además de un compañero de POR ESTO!, a quien les recomiendo que adopten como médico de sus mascotas 0449991590912) un día que visitaba a mis gatas le recetó unas gotas que yo le ponía dos veces al día luego de lavárselos con té de manzanilla.
A principios de enero, desde el día que de repente desaparecieron la madre y otra gatita que se había regalado a la vecina y que funcionaba como hermana de la gatita ciega porque a la hermana verdadera ya la habían regalado, la gatita ciega, que por entonces se llamaba Princesa, porque así le había puesto la hija pequeña de la casa vecina y la que ahora se llama Ek, porque, desde siempre, cuando se topaba con ella, mi hijo la llamaba "Estrellita poca luz" como homenaje a la portentosa y bellísima hija ciega del dueño de un circo paupérrimo que da funciones por el interior del Estado y yo busqué el nombre en maya para que así se llamara, una vez adoptada con el permiso de los vecinos, para que viva dentro de mi casa con mis otras gatas --se quedó a vivir en mi porche de manera permanente, es decir, desde principios de enero, se me regaló, como dicen aquí.
El veterinario la operó de los ojos y para que no tuviera familia, pero sus carencias genéticas hicieron que no le cerrara la herida porque estaba baja, entre otras cosas, de plaquetas y como en la clínica no quería comer me la tuvo que regresar con una pantalla en la cabeza y la barriga abierta en un intento por salvarla, viniendo él, generosamente e incluso su novia, a limpiarle la herida y cambiarle la venda al principio dos veces y luego una vez al día.
La primera semana la herida se veía bien y no estaba infectada, pero cerraba lentamente, lo que parecía indicar que el proceso sería largísimo, pero como mientras ella comía y se sentía muy querida, a mediados de la segunda semana, de repente, de un día para otro, al hacerle la curación el veterinario se encontró con la mitad de la herida cerrada y a partir de ese día hace tres o cuatro la cicatrización empezó a ser portentosa y en un par de días más, todo parece indicar, que estará lista para ser dada de alta.
Con el calentamiento del planeta sucede lo mismo. Los científicos hace veinte años alertaron sobre lo hoy le pasa al planeta. Pero los terrícolas seres humanos no atendimos la llamada de alerta, y el daño irreversible que contra la naturaleza cometíamos salta a la vista, incluso sin el nuevo llamado de las Naciones Unidas. Y al decir que todos somos responsables no pretendo minimizar la responsabilidad del asesino gobierno yanqui, al oponerse a la reducción de los gases invernadero.
Hoy los científicos nos alertan nuevamente sobre el proceso de calentamiento que acabará por destruir todo ser vivo del planeta. Y nos dicen que por ahora los cambios seguirán siendo lentos, pero que llegado el momento de no retorno, dentro de no más de cincuenta años, será galopante --como lo fue el cierre de la herida de la gatita una vez que el organismo tuvo las vitaminas y el cariño que necesitaba-- y entonces ya no habrá nada que hacer por y para la irracional raza humana destructora incluso de sí misma.
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