Luis Hernández Navarro
Las relaciones diplomáticas entre México y Venezuela parecen haberse convertido en una nueva entrega de la célebre película Dos tipos de cuidado. Tanto es así que Felipe Calderón recientemente emuló uno de los momentos célebres del filme en el que Pedro Infante y Jorge Negrete celebran un intenso duelo a coplas. Apenas el pasado viernes, en el papel de Jorge Negrete, el michoacano dedicó una estrofa a Hugo Chávez: "Aquí no conocemos los tales valentones, pero si es necesario, nos sobra corazón".
El mandatario mexicano parece estar obsesionado con el presidente de Venezuela. Una y otra vez ha insistido en presentarlo como representante del nuevo Imperio del mal. Durante los comicios presidenciales del año pasado, buscó desprestigiar a Andrés Manuel López Obrador comparándolo con el venezolano. Volvió a arremeter contra el inquilino de Miraflores sin mencionarlo por su nombre a comienzos de este año en El Salvador. Durante la reciente gira por Europa se fue a fondo contra Chávez
Fuentes oficiosas han dicho que el objetivo del mexicano es dar un debate de ideas acerca de las bondades del libre comercio y los peligros del populismo y el estatismo. Lo curioso del caso es que la descalificación del proceso de transformación venezolano que hace tiene muy poca sustancia real. Se apoya, sí, en la densa nube de mentiras y verdades a medias que se han generado alrededor de ese país, que lejos de explicar lo que sucede, deforman la realidad.
¿Es cierto que la economía venezolana marcha mal y que su presidente ha llevado al país a una pobreza espantosa? No, no lo es. A contracorriente del Consenso de Washington, la revolución bolivariana ha echado a caminar un conjunto de políticas exitosas. La renta petrolera ha sido canalizada en programas educativos, de salud, de alimentos subsidiados, de diversificación de la planta productiva y de creación de empleo. Según Joseph Stiglitz, Chávez "parece haber tenido éxito en llevar salud y educación a los habitantes de los barrios de Caracas, quienes previamente habían visto pocos beneficios de la rica dotación de petróleo".
Los resultados están a la vista. El salario mínimo en Venezuela es de 220 dólares (junto a beneficios como el de tres meses de aguinaldo), cuando hace unos años era de apenas 100. Uno de los más altos en América Latina y superior al que perciben los trabajadores mexicanos: 137 dólares.
Venezuela ha sido el país sudamericano con mayor crecimiento económico en los últimos tres años, casi el doble del promedio de la región. Durante 2004 el PIB se incrementó en 17.3 por ciento. Un año después alcanzó 9.3 por ciento, y en 2006 llegó a 10.3 por ciento. Para 2007 se calcula que podría alcanzar 6 por ciento adicional. Esta bonanza económica ha sido acompañada de elevadas tasas de empleo, una recuperación significativa del salario real y el incremento en el consumo privado en 17 por ciento.
Según el Indice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, Venezuela pasó del lugar 75, que ocupó en 2005, a la posición 72 un año después. Las expectativas de vida son ahora de 73 años y el nivel de alfabetización adulta alcanza un impresionante 93 por ciento. La mortalidad infantil ha disminuido a 16 por cada mil nacimientos. El nivel de pobreza en ese país bajó de 55.1 por ciento en 2003 a 33.9 durante el primer trimestre de 2006.
A pesar de su retórica nacionalista, a las restricciones existentes y del exhorto de Calderón a los capitales trasnacionales para que abandonen Venezuela y vengan a México, la inversión extranjera directa sigue llegando a la nación bolivariana. Durante 2005 tuvo un incremento de 85 por ciento. Un año más tarde alcanzó 4 por ciento del PIB. Aunque sus relaciones comerciales se han diversificado, Estados Unidos sigue siendo el principal inversionista extranjero.
El comercio entre México y Venezuela alcanza al año 4 mil millones de dólares, de los que 3 mil 200 millones son exportaciones de nuestro país y 800 millones, venezolanas. Las inversiones de empresas mexicanas en Caracas son importantes: llegan a los 3 mil 200 millones de dólares. Los principales inversionistas mexicanos en la nación sudamericana son Bimbo, Cemex y FEMSA. Los pleitos diplomáticos no las han detenido.
¿Por qué, entonces, si la crítica de Calderón hacia el modelo venezolano no tienen sustento, insiste?
Aunque su "debate de ideas" contra Hugo Chávez tiene una dimensión internacional, y su obsesión con el personaje es real, su verdadero objetivo es de política interna. Nadie cree que en este pleito el mexicano pueda ganar ninguna ascendencia en América Latina. El mismo Lula le puso un "estate quieto" en Davos. En cambio, necesita reforzar ideológicamente su proyecto de privatización del sector energético y del fondo de pensiones de los trabajadores al servicio del Estado.
Para sacar adelante sus propuestas, Calderón requiere reforzar la idea de que las reformas neoliberales son un proceso irreversible, que no queda más remedio que profundizar, y que dar marcha atrás en ellas sólo puede llevar al país al caos económico. Está obligado, además, a inventar una "bestia negra" que ejemplifique sus advertencias. Y como la experiencia venezolana demuestra precisamente lo contrario, cree que desvirtuando ese modelo logrará quitar legitimidad a quienes se oponen a sus afanes privatizadores en México. Si en el camino debe pagar un costo diplomático por ello, está dispuesto a hacerlo.
Así las cosas, el destinatario de los desplantes del tipo de cuidado no es sólo Hugo Chávez, sino la oposición antineoliberal en México, aquella que no admite que se subasten los bienes públicos para permitir las ganancias privadas. El siguiente paso del Presidente para sacar adelante sus reformas será repetir un nuevo episodio de la guerra sucia que echó a andar junto a sus padrinos empresariales durante la campaña electoral de 2006.
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